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¿Desafiarán los inversionistas a la Reserva Federal?

Una posible disonancia entre lo que ocurre en la realidad y la cautela de la FED podría generar decisiones de mercado que presionaran al alza los réditos, comenta Enrique Quintana.

Una posible disonancia entre lo que ocurre en la realidad y la cautela de la FED podría generar decisiones de mercado que, independientemente de la autoridad monetaria, presionaran al alza los réditos.

La inflación de Estados Unidos, medida por el índice de precios al consumidor, alcanzó en octubre el 6.2 por ciento a tasa anual. Se trató de la cifra más alta en casi 31 años.

Curiosamente, la inflación de México ese mes también fue de la misma cifra, algo inédito, pues usualmente en nuestro país los incrementos de los precios eran superiores a los que se presentaban en Estados Unidos.

Uno de los debates más intensos e importantes en la actualidad es la naturaleza y perspectivas de la inflación. Algunos piensan que es un proceso transitorio que va a ceder pronto, y que es, sobre todo, producto de un desajuste económico tras la pandemia, pero que se corregirá en los siguientes meses.

Por ejemplo, la Reserva Federal de Estados Unidos así lo considera. Y por esa razón no ha usado el alza de las tasas de interés como mecanismo para tratar de parar el incremento de los precios.

De hecho, para la FED, el índice relevante no es el de precios al consumidor sino el de los gastos de consumo, cuya lectura más reciente indica un alza de 4.4 por ciento, menor que el índice que usualmente mide la inflación. Y aún más, si se excluyen los alimentos y la energía, que tienden a ser muy fluctuantes, la cifra es de 3.6 por ciento, poco más de la mitad de lo que registra el índice más popular para medir la inflación.

Es decir, este índice es algo así como lo que llamamos en México la inflación subyacente, y es el que la FED considera relevante. Así que un nivel de 3.6 por ciento no ha encendido aún las alarmas. Por ese motivo, su manejo de la política de tasas ha sido muy cautelosa.

Otros, sin embargo, piensan que la FED está equivocada y que, como producto de las inyecciones de dinero por 120 mil millones de dólares mensuales, para hacer frente a la crisis que vino con la pandemia, tenemos una presión inflacionaria que está lejos de ser temporal.

La consecuencia de la diferencia del diagnóstico es relevante. Si en el mercado predominara la segunda interpretación, entonces muchos inversionistas supondrán que la Reserva Federal va a aumentar sus tasas de referencia antes de lo que ha dicho, y por lo mismo, crearán una presión sobre las tasas de interés que podría generar movimientos de capitales que a su vez golpearían a las monedas de los mercados emergentes, como nuestro peso.

Para que la política monetaria instrumentada por la FED sea efectiva es crucial que mantenga su credibilidad. Por esa razón, era importante para el presidente Biden, definir quién habría de quedarse al frente de la Reserva Federal, por lo que el pasado 22 de noviembre, tomó la decisión de ratificar en su cargo a Jerome Powell. La visión del presidente de Estados Unidos es que es mejor y más seguro seguir con la actual directiva de la FED.

En la medida que los inversionistas perciban que las reuniones del Comité de Mercado Abierto en las que se decide la política monetaria se están tomando decisiones con información fundamentada y cierta, quizás no desafíen a una autoridad monetaria, que ya no está sujeta a posibles cambios.

Pero, más allá de quién esté al frente del banco central, si perciben que hay disonancia entre lo que ocurre en la realidad y lo que la FED está planteando, entonces sería más factible que tomaran decisiones de mercado que, independientemente de la autoridad monetaria, presionaran al alza los réditos.

Ya ocurrió recientemente en Australia y no sería imposible que pudiera pasar en Estados Unidos.

En los tiempos de Ben Bernanke, a principios de la década pasada, las señales ambiguas de la Reserva Federal produjeron abruptos movimientos de capital que crearon inestabilidad financiera a escala internacional.

Las implicaciones de un hecho así serían graves para países como México. En nuestro país no hemos llegado a niveles inflacionarios que no tengan precedente en 31 años, como en Estados Unidos, pero si la inflación de noviembre, como anticipó el subgobernador Jonathan Heath, alcanza el 7 por ciento, será la más alta desde abril de 2001.

Entre el 2000 y el 2020, la inflación en México estuvo en rangos que iban mayormente de 3 a 6 por ciento, por lo que claramente la situación actual implica niveles más elevados que los que hemos observado en dos décadas.

En un escenario en el que se presentara un movimiento de capitales de grandes proporciones, seguramente tendríamos una depreciación abrupta de nuestra moneda y sería muy difícil evitar un impacto inflacionario mayor.

Hacia la tercera semana de noviembre ya vimos de nueva cuenta un dólar de 21 pesos, por lo que existe ya expectación y nerviosismo. Sin embargo, los niveles de inflación que se han tenido en México en años recientes están lejos de ser los más altos de nuestra historia reciente, como en el caso de EU.

La última gran erupción inflacionaria ocurrió junto con la crisis que se desencadenó tras la devaluación de 1994, cuando en diciembre de 1995 la inflación llegó a 52 por ciento. Pero, ni siquiera en ese momento se presentó la peor circunstancia de nuestra historia. Esta ocurrió como consecuencia de una serie de macrodevaluaciones que dispararon la cotización de nuestra moneda frente al dólar en más de 4 veces entre 1985 y 1986. La inflación se disparó y alcanzó un máximo de 180 por ciento anual en los primeros meses de 1988.

Estamos lejos de estar en riesgo de tener una crisis como la que se presentó entonces y que requirió de la heterodoxa solución de congelar los precios y los salarios para anclar las expectativas de inflación, pero la erupción de una situación de inestabilidad financiera a escala global podría afectar severamente a la economía de nuestro país.

Una macrodevaluación tiene efectos sísmicos sobre el proceso de formación de precios y conduce a que las expectativas alimenten el proceso inflacionario. Por eso es tan relevante para México, que el grueso de los inversionistas no apueste contra la Reserva Federal y más aún que no le ganen en esa apuesta.

Aunque el nivel de la deuda pública de México es menor que el que existe en otras economías y eso reduce la vulnerabilidad de nuestras finanzas, de cualquier manera, es suficientemente alto para convertir una crisis cambiaria también en una crisis fiscal por el porcentaje de pasivos en moneda extranjera que se tienen, tanto por parte del gobierno federal como por parte de Pemex.

Así que habrá de verse con todo cuidado la evolución de la situación financiera de Estados Unidos, pues nos afectará de manera directa.

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