Bajío

Arte rupestre en las cuevas de Guanajuato

Presentan libro 'La Memoria de los Ancestros', que relata el trabajo arqueológico en Arroyo Seco.

El legado del pasado es la energía latente que le da sentido a nuestro presente. Con esta premisa, un equipo de arqueólogos mexicanos emprendió el estudio de las expresiones de arte rupestre en el noroeste de Guanajuato, esfuerzo que hizo posible que el INAH abriera las puertas del tercer sitio arqueológico de arte rupestre en el país –apenas en 2018- en la región central de México, conocida como Aridoamérica.

Las figuras antropomorfas, de animales, insectos y las manos pintadas son testimonios del paso de las edades del tiempo. Cientos de grafismos, en colores rojo, amarillo y negro, de origen mineral, se han adherido a esas rocas desde hace miles de años.

El paciente estudio de la riqueza gráfica plasmada en las rocas a cielo abierto y en el fondo de las cuevas hizo posible reencontrarnos con la cosmovisión de nuestros ancestros en la región que estuvo habitada por los indígenas otomíes, pero mucho tiempo antes por los chichimecas, un importante grupo de cazadores y recolectores que se distinguió por ser una comunidad indígena que nunca fue conquistada.

Motivados por el tesón de la pionera Ana María Crespo -quien hizo los primeros estudios en los años setenta- Carlos Viramontes Anzures y luego Luz María Flores Morales continuaron una muy larga investigación arqueológica de campo que les mereció el premio 'Alfonso Caso' del INAH 2018, y luego se transformó en el libro La Memoria de los Ancestros, el arte rupestre de Arroyo Seco, Guanajuato.

La presentación de la obra, la noche de este miércoles, tuvo como escenario el Museo Nacional de Antropología, hasta donde llegaron las evocaciones de las huellas encontradas en los cerros de la Zorra y la Tortuga, muy cerca de la cuenca del Río Victoria.

La descripción inicia con un relato fantástico, el ascenso de la montaña sagrada en esta parte árida del país, un punto de gran carga espiritual en la geocosmovisión del mundo indígena y que hasta ahora había sido poco estudiado.

Es más conocida Mesoamérica, donde se encuentra la zona de influencia maya, el mundo Olmeca y más al norte los vestigios toltecas, pero al pasar una frontera imaginaria se encuentran los grupos que vivieron en la aridez de la Sierra Gorda y se extendieron hasta la Huasteca y las regiones minerales de Querétaro, Guanajuato y Zacatecas.

La presentación de Memoria de los Ancestros tuvo como anfitriones a Diego Prieto, director del INAH y a los arqueólogos Pedro Francisco Sánchez Nava y José Luis Punzo, a quien correspondió hacer una descripción de la obra.

Los trazos en las rocas milenarias reflejan la fuerza espiritual y simbólica de los pobladores de estas agrestes tierras. El libro en dos tomos tiene el sello de Ediciones La Rana, esfuerzo editorial que coordina su director editorial, Juan José Giovannini, respaldado por la secretaria de Cultura guanajuatense, Cristina García Cepeda.

Carlos Viramontes habla de quienes dejaron su huella en las cuevas pintadas. Fueron los chichimecas los encargados de preservar esta parte de la rica y plural cultura nuestra, aunque en el siglo XVI los colonizadores los etiquetaron de bárbaros y salvajes. Lo cierto es que se trató de un grupo al que Diego Prieto describe como poseedor del espíritu indómito del chichimeca, la resistencia al sometimiento colonial.

El arte rupestre en Arroyo Seco es patrimonio de los mexicanos y este legado obliga a las actuales generaciones a su estudio, rescate y preservación y ese encargo lo hizo Luis Felipe Bravo Mena, representante del gobierno de Guanajuato en la Ciudad de México, a los habitantes del municipio Victoria, donde se ubica este importante sitio arqueológico.

El largo viaje que para los arqueólogos inició hace casi medio siglo en la cuenca del Río Victoria, tiene hoy un testimonio científico, artístico y cultural. Y permite evocar a la advertencia de Carlos Fuentes: "El fin de la memoria es el fin del mundo".

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