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NYT: Conoce la agonía de Instagram


 
© 2013 New York Times News Service
 
 

Erin Wurzel, de 26 años, pensaba que tenía muchas cosas que agradecer mientras se dirigía al festejo del Día de Gracias, en noviembre: está comprometida con un tipo excelente (e iba a pasar la celebración con la familia de él), está trabajando en su primera novela y toma clases de francés con la intención de mudarse a París algún día.
 

Entonces, revisó sus notificaciones de Instagram.
 

Una amiga había publicado una foto digna de Martha Stewart de su "barra de puré de papas" con 15 copas de martini rellenas de puré y artísticamente acomodadas en forma de pirámide, junto a una pirámide similar de tazones con condimentos caseros.
 

Otra amiga había publicado un acercamiento a un barril de arándanos, con un colador que cuchareaba una explosión en Technicolor de esta fruta carmesí sobre el título: "Visita de último minuto al almacén".
 

Una tercera amiga publicaba su mesa para cenar en París, con todo y velas, servilletas enrolladas en anillos, una botella abierta de champaña, un enorme centro de mesa con flores de otoño y una iluminada Torre Eiffel enmarcada en una ventana de batiente.
 

"Dejé escapar un '¡Ay Dios mío!' como un niño que quiere algo que no puede tener", dice Wurzel, una analista de programas de Filadelfia que usa el nombre de Instagram "likewantneed". "Estás revisando tus avisos y una foto te pega, como la de París. Simplemente es tan perfecta que solo piensas: 'Quiero eso, quiero esa vida'", señala.
 

Se llama envidia Instagram, y a Wurzel le pegó duro.
 

En estos días, a muchos profesionales urbanos creativos no les es raro revisar sus noticias de Instagram y sentirse sofocados por lo fabulosas que son: un amigo remando en el oleaje de Positano bajo un ardiente ocaso italiano; otra que saca fotos a un sudoroso Thom Yorke desde la tercera fila durante un concierto de Atoms for Peace, en Austin, Texas; aún otro que bebe champaña en clase de negocios de un vuelo de Lufthansa de camino a Fráncfort, Alemania, mientras que un cuarto se amontona con amigos frente a un omakase, en Masa.
 

Los miembros de la generación de Facebook no son ajenos a la impresión de sentirse un poco excluidos cuando sus amigos publican fotos de esa presentación de libro a la que no los invitaron, o del último viaje de alguien a las blancas arenas de Tulum, México. No obstante, incluso para los que están familiarizados con el concepto de envidia en las redes sociales, Instagram, el máximo logro del voyerismo en las redes sociales, representa una nueva forma de tortura.
 

En Instagram no hay nada del desorden familiar de Facebook (que el año pasado compró a Instagram por aproximadamente mil millones de dólares) o Twitter, donde el torrente de fotos del tipo "me gustaría que estuvieras aquí, pero en realidad no" se pierde en una confusión de felicitaciones de cumpleaños para la Tía Candace, frases cortas sobre la comida en los aviones e hípervínculos que llevan al más reciente titular de The Onion o a una deconstrucción de New Republic sobre el Obamacare.
 

Instagram, en cambio, tiene que ver con voyerismo no adulterado. Casi es completamente un sitio para fotos, con la capacidad incorporada (a través de los filtros de estilo retro de la página) de idealizar cada momento, fomentando que los usuarios creen páginas de revistas artísticas con sus vidas.
 

Mayoli Weidelich, una blogger y manager de marketing en Internet de 24 años que radica en Toronto, dice que junto con una amiga una vez dedicó 10 minutos a editar una foto de una copa de margarita sobre un plato de tacos en un restaurante mexicano. La intención no era presumir, afirma Weidelich; simplemente estaban siguiendo una regla tácita adoptada por los usuarios de Instagram para no poblar el portal con imágenes mediocres sin editar.
 

"Mis noticias de Facebook están llenas principalmente de quejas dogmáticas y de hipervínculos a artículos, y nada de eso me da celos", indica Weidelich. "Mis noticias de Instagram, en cambio, consisten de una foto increíble tras otra", afirma.
 

Es como si cada última imagen estuviera diseñada para evocar "Advertisements for Myself", el nombre del libro de Norman Mailer.
 

La envidia, por supuesto, no opera en un vacío social. Necesita de un objeto de deseo. Y todo mundo, al parecer, tiene ese amigo en Instagram: el que tiene la ropa perfecta y el cabello perfecto y la vida aparentemente perfecta, lo que parece aún más perfecto cuando se presenta en los ricos tonos cerceta y vívidos ámbares de los filtros de Instagram. Para Sara Benincasa, comediante y escritora de 33 años de Los Angeles, esa amiga es Heather Fink, cuyo trabajo como cineasta y técnica en sonido la lleva a locaciones exóticas que obedientemente registra en Instagram.
 

"Aparece en Cannes, en Nuevo México. Está en Abu Dabi sacando una toma. Va a ir a Holanda. Recién vuelve de la boda de Jared Harris en un yate, en Miami", explica Benincasa. "Parada ahí viendo todo, vestida con pantalones de correr manchados, pienso: 'Realmente tengo que mejorar mi vida'", dice.
 

Instagram, que tan solo este año creció de 80 a 150 millones de usuarios en todo el mundo, se convirtió en un fenómeno social debido en parte a que permitió que la gente transformara fotos rápidas en imágenes dignas de revistas y las compartiera fácilmente con amigos. Gracias a sus filtros, muchos de los cuales embeben a las fotos de cierto tipo de nostalgia digital imitando el aspecto de los lentes viejos y de los rollos de película, todo mundo se ve un poco más joven, un poco más bonito, más digno de portada.
 

El impulso de manejo del escenario parece particularmente fuerte entre los padres jóvenes, quienes parecen conjurar el espíritu de Norman Rockwell cada vez que desenfundan sus iPhone para sacar una foto a sus adorables y sonrientes niños.
 

Jessica Faryar, un ama de casa de 32 años de Seattle, recuerda haber visto una de estas fotos de una familia que encargaba "hojas de otro estado solo para que los niños pudieran saltar sobre ellas", dice Faryar, quien sigue a aproximadamente 100 personas, principalmente amigos y bloggers de su agrado. "Mientras tanto, nosotros nos estamos ahogando en hojas, y mi hijo solo habla de lo sucia que se ve la vereda", afirma.
 

La envidia Instagram tal vez constituya un problema más del primer mundo, pero está empezando a captar la atención de algunas personas estudiosas, como Andrew Przybylski, un psicólogo e investigador de la Universidad de Oxford, quienes han llegado a intentar cuantificar el Temor a Perderse Cosas (Fear of Missing Out o FOMO, por sus siglas en inglés) y que están descubriendo que Instagram es el principal culpable entre las redes sociales.
 

Esto difícilmente es noticia para Anne Sage, una blogger y escritora independiente de 31 años oriunda de Los Angeles, quien sigue a mil 9 personas en Instagram y que, por tanto, tiene mil 9 oportunidades para sentir que se está perdiendo de una fiesta cualquier fin de semana.
 

"Es increíblemente dañino enterarse vía redes sociales que tus amigos y colegas se están reuniendo para algo de lo que te han excluido", afirma Sage. "Y por supuesto, estos eventos siempre inundan tus noticias simultáneamente, con todo mundo compartiendo fotos y 'hashtags' a la vez, así que es como echar sal en la herida", explica.
 

A menos que 150 millones de usuarios decidan abstenerse de Instagram en masa, la envidia Instagram podría resultaruna epidemia sin cura.
 

Pero al menos pudiera haber un consuelo. Ayuda cuando nuestros fabulosos amigos declaran moratoria a la tortura. Efectivamente, muchos niños mimados de Instagram ya están aprendiendo a controlarse, adoptando su propia forma de etiqueta de Instagram.
 

Fink, de 32 años, dice estar muy consciente de la gente molesta en Instagram, por lo que se cuida de no ser una de ellas.
 

"Hay muchísimos jactanciosos cuyas publicaciones tienen una vibra de 'Hey, no estás invitado a mi increíble vida'", afirma. Fink intenta restar importancia a sus publicaciones de lugares exóticos con humor original, como publicando fotos de un hombre paseando cerdos en el Festival Internacional Cinematográficos de Cannes, en lugar de simplemente otra toma de una estrella de cine.
 

La intención general, dice, no es inspirar envidia, sino simplemente inspirar.
 

"Si supiera que alguna de mis publicaciones hace sentir mal a alguien", agrega Fink, "le recordaría que el mundo también es suyo, y que debe empezar a disfrutarlo".
 

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