Algarabía

Con chícharos, así fue como nació la ciencia que hoy en día llamamos genética

Es una ciencia joven, en la que quedan muchas cosas por descubrir. Inició en 1865 con la publicación de las investigaciones científicas de Gregor Johann Mendel.

En el año 1900, tres científicos convergieron en una encrucijada de la investigación; cada uno de ellos, sin previo conocimiento de la labor de los otros dos, había hallado las reglas que gobiernan la herencia de caracteres físicos por los seres vivos. Los tres hombres eran Hugo de Vries (1848-1935), holandés; Carl Correns (1864-1933), alemán; y Erich Tschermak (1871-1962), austriaco.

Los tres se aprestaron a anunciar al mundo su descubrimiento, mas no sin hojear antes diversas publicaciones científicas y comprobar si había trabajos anteriores en ese campo. Su asombro fue mayúsculo cuando encontraron un increíble artículo de un tal Gregor Johann Mendel, en un ejemplar de una oscura publicación de hacía 35 años. Mendel había observado en 1865 todos los fenómenos que los tres científicos se disponían a exponer en 1900.

Los tres tomaron la misma decisión y, con una honradez que es una de las glorias de la historia científica, abandonaron toda pretensión de originalidad y llamaron la atención sobre el descubrimiento de Mendel. Los tres se limitaron a exponer su labor como mera confirmación.

En la huerta

Gregor Johann Mendel nació en 1822 en el seno de una familia campesina. Su vida transcurrió tranquila y sin grandes avatares —exceptuando su gran descubrimiento—; primero fue monje y más tarde abad en el monasterio de agustinos de Bruenn, Austria.

Mendel tenía dos aficiones: la estadística y la jardinería, y de la combinación de ambas sacó buen partido. Desde 1857, y durante ocho años, se dedicó a cultivar chícharos. Con sumo cuidado autopolinizó varias plantas, cerciorándose de que las semillas así obtenidas heredasen sólo las características de uno de los padres. Pacientemente fue recogiendo las semillas producidas por cada planta autopolinizada, las plantó una por una y estudió la nueva generación.

Comprobó que si plantaba semillas de chícharos enanos sólo crecían guisantes enanos. Y las semillas producidas por esta segunda generación también daban guisantes enanos exclusivamente. Las plantas enanas del chícharo se reproducían «fielmente», digámoslo así.

Las semillas de las plantas grandes no siempre se comportaban de esa manera. Algunas de ellas —aproximadamente un tercio de las que crecían en el jardín— se reproducían fielmente y daban plantas grandes en todas las generaciones. Pero no así en el resto, que era la mayoría. Las semillas de algunas de ellas daban plantas grandes, mientras que las de otras engendraban plantas enanas. Y estas semillas producían siempre tres veces más de las primeras que de las segundas. Evidentemente, había dos clases de plantas grandes del chícharo: las que se reproducían fielmente y las que no.

La experimentación de Mendel para conocer los factores de la herencia comenzó con plantas de chícharos.

Mendel avanzó entonces otro paso. Cruzó plantas enanas con plantas grandes de las que se reproducían fielmente. Las semillas serían ahora el producto de dos progenitores desiguales. ¿Qué pasaría? Los descendientes, ¿serían unos enanos y otros grandes? Pues no; cada una de esas semillas «híbridas» engendró una planta grande. Parecía que la característica del enanismo había desaparecido.

Mendel autopolinizó luego cada una de las plantas híbridas y estudió los resultados: los descendientes eran todos ellos del tipo de reproducción infiel. Una cuarta parte de las semillas engendraron plantas enanas de reproducción fiel, otra cuarta parte dio lugar a plantas grandes de reproducción fiel y la mitad restante engendró plantas grandes de reproducción infiel.

Es claro que las plantas grandes de reproducción infiel albergan en sí ambas características, la de planta grande y la de planta enana. Cuando se hallaban presentes ambas características, sólo se ponía de manifiesto la del tamaño grande, que era, por lo tanto, «dominante». Pero el enanismo, aunque era «recesivo» y no visible, seguía estando allí y aparecía en la siguiente generación.

Las tres leyes de Mendel son: de uniformidad, de segregación independiente y de combinación.

La herencia de la Ley de la Herencia

Mendel halló así su primera Ley de la Herencia. Estudió también la herencia de otras características y elaboró las correspondientes reglas. Pero el abad era sólo un aficionado y no logró que ningún científico importante se interesara en su trabajo. Publicó un artículo en un pequeño periódico local y nadie le prestó atención. Y así pasó inadvertido durante 35 años.

Mendel murió en 1884 sin proseguir el trabajo que había terminado en 1865 y sin ver reconocida su labor. Sin embargo, la ciencia que fundó con sus hallazgos se llama hoy en día Genética. Es una ciencia joven, en la que quedan muchas cosas por descubrir. El estudio detenido de cómo se heredan ciertas anomalías físicas ayudará algún día a los médicos a recomendar o desaconsejar ciertos matrimonios, así como a prever la posible aparición de enfermedades, como la diabetes, en una persona concreta.

El material de la herencia biológica de cada ser vivo está contenido en los cromosomas.

La Genética mira tanto hacia el pasado como hacia el futuro. El estudio, por ejemplo, de la distribución de los grupos sanguíneos heredados revela hasta cierto punto las rutas que siguió el hombre primitivo en sus migraciones. Por otro lado, la genética de los microorganismos ha adquirido una importancia singular. La manera en que se hereda la capacidad de realizar ciertas síntesis químicas en diversos hongos y bacterias ha revelado a los bioquímicos los caminos exactos por los que se forman determinadas sustancias químicas del cuerpo. Por un trabajo de este tipo recibieron el Premio Nobel los doctores George Wells Beadle (1903-1989) y Eduard Laurie Tatum (1909-1975), en 1958.

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