After Office

Un título a solas

La coronación americanista sucede en un partido que refleja, contundentemente, la realidad del futbol nacional. Sin mucho, con el empate en el global, el juego arribó al minuto 60 de la vuelta con más bostezos que sonrisas. A solas, América se dedicó a darle vals a la farsa. Aquello dejó de ser un partido; fue un destrozo, una avería.

Antonio Mohamed se despide del América en las condiciones más insospechadas. Su equipo fue el líder del torneo y lo convirtió en campeón como antes lo hizo con Huracán (ascenso), con Independiente (Sudamericana) y Xolos de Tijuana (liga). Las cosas en el plantel de Coapa, se sabe, nunca marchan con el mismo sentido que en el resto de las instituciones, en las que un buen desempeño no sólo garantiza el empleo; a veces alcanza para el bono y una semana más de vacaciones. Las razones del despido quedarán, por un rato, en la suspicacia, como casi todo en el balompié nacional. Mohamed agregará en su currículum que convirtió, en su momento, al club amarillo en el mejor de la historia nacional. Y lo hizo, aclarará, con los jefes en contra.

La coronación americanista sucede en un partido que refleja, contundentemente, la realidad del futbol nacional. Sin mucho, con el empate en el global, el juego arribó al minuto 60 de la vuelta con más bostezos que sonrisas. Los rivales convertían el juego más bello en Bety la fea, con un descaro que apabullaba. Una ocurrencia de Pablo Aguilar dio ventaja al local, no muy versado, por decir lo menos, en el trato correcto de la pelota. América había salido a repartir pelotazos sin sentido sobre el césped; aspirando más a la equivocación rival que al acierto propio. Y así el gol de Aguilar desencadenó un thriller de barbarismos. Una expulsión lógica sobre Burbano (recién entrado al reparto), quien impidió un eventual gol americanista; otra a Damián Álvarez por intento de agresión y una más (la más cuestionada de todas) sobre el arquero Guzmán. Tigres se desmoronó patéticamente en once minutos. Como patética fue su actitud con el marcador, jugando, fiel a la costumbre de Ferretti a lo mínimo, cuando lo mínimo es en verdad una nimiedad, mediocridad, tacañería y avaricia. Ferretti no suelta una jugada elaborada ni como limosna.

Con el peligro de que el partido se suspendiera por falta de elementos regios, el árbitro se guardó cuando menos otra roja: sobre Villa. A solas, América se dedicó a darle vals a la farsa. Aquello dejó de ser un partido; fue un destrozo, una avería. Cuando el americanista Mendoza fue despachado de la cancha, aquello ya no valía la pena. Era una cantata a solas.

Paul Delgadillo, el central de esta noche, se ha ganado su lugar en la historia con un festín ruborizado. Empeñado en imponer la ley y el orden en el campo de juego, hizo del contrato social una asfixia. La caricatura de esta noche será memorable como célebre lo que rodea a la puesta en escena: un técnico exitoso, echado por la puerta de atrás; un míster mediocre, tirado a lo suficiente, se eterniza en un banquillo que ya lo ve como directivo; un arbitraje hecho a la medida de sus limitaciones, que hasta cuando se cumplen, fallan, y un sistema de competencia en el que se impone el negocio por sobre todas las cosas, hasta del negocio mismo.

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