After Office

Un quijote con guantes de box, la efigie de la posguerra

Norman Mailer lo dejó en claro: no retrataba a un boxeador, ni siquiera al más grande, ni al más carismático. No. Cuando Mailer escribió "El Rey de la Colina" y, luego, "El Combate", supo que estaba en la máquina de escribir para darle forma a la "gran novela americana".

Norman Mailer lo dejó en claro: no retrataba a un boxeador, ni siquiera al más grande, ni al más carismático. No. Cuando Mailer escribió El Rey de la Colina y, luego, El Combate, supo que estaba en la máquina de escribir para darle forma a la "gran novela americana".

Hemingway no tuvo la suerte de conocer, tête à tête, a la gran sicología del siglo XX. Philip Roth, en La caída de los ídolos, retrata desde el beisbol las tuberías que componen lo más profundo de la ingeniería americana. Mailer se centra en lo admirable y aborrecible del emblema de la segunda mitad de la centuria. Aires de poeta, bravucón, amo de una sobrestima inconmensurable, provocador (sus desplantes antideportivos en las semanas previas a las contiendas contra Liston, pero sobre todo contra Frazier y Foreman, son memorables; la burla y la humillación como puños punzocortantes), Ali es, en la pluma de Mailer, admirable y quijotesco. Aunque el campeón publica sus memorias, su versión de los hechos, hace falta la contraparte para entenderlo todo.

Ese es el gran valor de la obra de Mailer: quitarle mármol a la verborrea del atleta para dejarlo tal y como es: la estatua más sustantiva de la posguerra. En todo caso, la contradicción permanente entre el hombre y su mundo, el conflicto entre Ali y su entorno lo hacen el más literario de todos los púgiles porque en el campeón hay revelación y rebelión. Y un continuo round de sombra entre él y el universo. Ali es el aforismo más extenso del inconveniente de haber nacido.

También lee: