After Office

Piglia, fabulador y artesano de palabras

Ha muerto un inventor de formas, un narrador estrujante, una fortaleza de palabras. Sería prudente que el lector nuevo en el mundo pigliano se adentrara para descubrir a un gran creador, a un artesano, a un fabulador de sicologías.

Al devastador 2016, lleno de cruces célebres, el 2017 responde llevándose a uno de los más grandes escritores del español: Ricardo Piglia.

Desde Respiración Artificial, pasando por Formas Breves y rematando con Plata Quemada (el orden obedece a la memoria, casi siempre ajena a los años de publicación) el recién fallecido aportó un estilo brillante, contundente y duro del idioma que utilizó en todas sus dimensiones. Piglia tuvo la fortaleza de imponerse a problemas graves de salud para mantenerse vivo y vivir de lo único que lo hacía ente vivo, supervivo: la escritura. Ha muerto un inventor de formas, un narrador estrujante, una fortaleza de palabras.

Ante una Argentina colmada de Borges, de Sábato, de Córtazar y de Puig, Piglia le dio un camino nuevo, una travesía distinta. Un trajín arriesgado y muy propio de los valientes. Sus Diarios de Emilio Renzi (todos editados en Anagrama) significan una cima en la literatura universal. Porque, y estas palabras salen de la entraña, del golpe letal de la noticia, Piglia confirma en esa obra que es el amo de la palabra, de la escena, de la astucia.

Sería prudente que el lector nuevo en el mundo pigliano se adentrara desde Renzi para descubrir a un gran creador, a un artesano, a un fabulador de sicologías. Este día de Reyes se lleva a un Mago, a un autor leal, cariñosa forma de la amistad entre lector y escritor. "El efecto sorpresa se produce cuando el final de la historia secreta aparece en la superficie", escribió en esos trazos de las Formas Breves, un libro contundente, manual de inscripción en el afán literario.

Y justo eso: la sorpresa de su muerte se produce en la superficie de la piel. Hay algo de fraterno, de largo viaje, de compañía en las obras de Ricardo Piglia y ahora que es memoria no queda más que volver a la páginas terribles y casi juveniles de Respiración Artificial.

Cuando se muere un escritor de esta talla, perviven las largas tardes de café y los cigarrillos infinitos que sucedieron en las lecturas, una a una, de sus textos. Ha muerto una resistencia, un empedernido ser al que nada le impidió ejercer su oficio. Hispanoamérica lamenta el adiós de una fortaleza poderosa, digna de las más grandes.

Hay una especie de vacío. La biblioteca es hoy un sentido silencio de ambivalencias: muere el hombre que escribió los libros que se ven allí; al mismo tiempo comienza su vida eterna en este almacén de letras, en este universo. Todo cuento, dijo Piglia, cuenta dos historias. Viene, pues, el tiempo ya sin Piglia, viene la otra historia: la superficie del recuerdo.

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