After Office

Pedro Meyer, el significado de la imagen

Pedro Meyer, fiel a su estilo, sentencia con dureza que los mexicanos son analfabetos visuales y esa desproporción la evidencia la tecnología y aseguró que mientras más rodeado está el hombre de imágenes, menos cultura visual tiene.

Pedro Meyer es un hombre de pocas palabras. Parece tímido, se le nota nervioso cuando el fotógrafo le apunta con su cámara. Luego de varios minutos pide que se detenga porque no se puede concentrar.

Sabe lo que es una sesión fotográfica, pero casi siempre le ha tocado estar detrás, no delante de la cámara. Es mediodía y está sentado en una silla del jardín de su casa en el Centro de Coyoacán. Y concluye algo que bien podría escandalizar a más de uno: "la fotografía, en sí misma, no sirve para nada".

Así es Meyer: breve y directo. Sus palabras son fugaces como los disparos de su cámara. Hombre de apotegmas, amante de los viajes y apasionado educador. Sonríe cuando habla de su nuevo proyecto: el recién inaugurado Foto Museo Cuatro Caminos que –dice– ayudará a resarcir uno de los más grandes problemas que sufren los mexicanos: el analfabetismo visual.

Sí, admite que hoy existen más fotógrafos que nunca; con o sin formación profesional. Pero paradójicamente –advierte– ha sucedido algo: mientras más rodeado está el hombre de imágenes, menos cultura visual tiene.

Todos son fotógrafos gracias a la tecnología, pero eso no se ha traducido en la conformación de una cultura visual


Cuando aparecieron los primeros libros la gente encontró razones para leer y escribir. Hoy sucede lo mismo con la fotografía. Ésta se ha democratizado tanto que cada vez existen más personas interesadas en aprender las nociones estéticas del oficio. Pero para ello, aclara, se requiere más que técnica. Se necesita educación. Sin ella, afirma, es complicado lograr una buena imagen.

"Hoy todos son fotógrafos gracias a la tecnología, pero eso no se ha traducido en la conformación de una cultura visual, tan necesaria para las sociedades contemporáneas. En la fotografía, la calidad no es lo único que importa. También es fundamental el significado de la imagen, el contexto", señala el fundador del Consejo Mexicano de Fotografía.

Meyer no es de los fotógrafos que añoran los cuartoscuros o las viejas Contax. Tiene casi 80 años y opera su smartphone a la perfección. Publica casi diario en Facebook; se toma selfies y las comparte. Confiesa que, igual que cuando era niño, le toma fotografías a todo lo que se deje. "Soy fotógrafo, debo disfrutar mis entornos". 

Hace una semana, Meyer compartió en sus redes sociales un artículo que le ha dado la vuelta al mundo: al niño sirio ahogado lo movieron de sitio y posición para hacerle la foto. ¿Esto quiere decir que la realidad no es como la fotografían? ¿Que el problema de la migración no puede ser sintetizado en esa imagen?

"La fotografía no puede ni debe reflejar la realidad. Desde su origen ha sido manipulación pura. Tampoco es sinónimo de los hechos. La realidad hay que dejarla por ahí, a un lado. Luego entonces nos dedicamos a hacer fotografía", sostiene categórico.

Para este fotógrafo nacido en Madrid, en 1935, la fotografía es una construcción, un artificio. Observa a su oficio como algo verosímil, no verdadero. Pero eso no quiere decir que la imagen no genere un impacto real en quien la ve. Todo lo contrario. Una fotografía de un muerto –asegura– conmociona hoy tanto como ayer. No cree que el mexicano esté "desensibilizado" ante tantos descuartizados en los periódicos. La fotografía es siempre el síntoma de un tiempo.

De nada sirve –ejemplifica– ver una fotografía de Robert Capa sobre la Guerra Civil española si no se conoce el contexto social, político y cultural en que se desarrolló el conflicto. "La fotografía, per se, nunca ha servido para nada. Se necesita siempre una reflexión sobre ella. Sólo así puede ser vista como instrumento generador de consciencia y pensamiento", señala el organizador de los primeros tres Coloquios Latinoamericanos de Fotografía.

Cuando se le pregunta su opinión sobre la nueva narrativa de los fotógrafos del continente, frunce el ceño y asegura que no existe tal cosa. Que la fotografía no se divide en nacionalidades. Hacerlo es un despropósito, una tarea digna del siglo pasado.

"La fotografía, igual que todo proceso artístico, se enriquece con la posibilidad de explorar. Antes, cada que alguien disparaba una cámara gastaba más o menos un dólar. Eso, como sea, inhibe al fotógrafo. Por eso la tecnología es maravillosa. Puedes explorar todo el tiempo y siempre tendrás un escenario infinito de posibilidades para conseguir una imagen. Uno siempre debe invertir en el futuro. Nunca hay que ir hacia adelante viendo un retrovisor", asegura.

Desde 2007 su atención está enfocada en la Fundación que lleva su nombre. Por ahora, dice, su mayor interés reside en reducir los niveles de analfabetismo visual a través de la reflexión, interpretación e investigación de la imagen y las nuevas tecnologías. Hoy, su Fundación tiene alumnos en México, Estados Unidos, Latinoamérica, Europa y Australia.

Meyer creció con el siglo XX. Lo fotografió cuando quiso. Y no olvida, por supuesto, esa premisa, ese secreto a voces siempre presente entre los artistas de la lente: "un fotógrafo no puede mas que estar en el momento. A diferencia del periodista, que es insaciable y quiere devorarse el futuro, nosotros debemos ser prudentes, esperar y vivir el presente". Tímido, sabe que ha sido duro.

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