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Messi, rómpase en caso de lío

Messi, siempre entero sobre el césped, evitó el choque con la leyenda y se dispuso a regalar su repetorio en un cuadro que, cuando más, intenta acompañarlo en el bandoneón. El tango de Messi es un solo.

No. No es Maradona. Ni falta que le hace. Lionel es Messi. Punto. La coyuntura quiso que el astro blaugrana asuma la autonomía histórica ante el abismo de la albiceleste.

Agotado por las críticas simples de una tribuna que todo lo compara con el 10 eterno, ante un presente que parece pretérito, Lío anunció su salida del once austral. La política, más que la fe, provocó su regreso como recurso último ante el eventual fracaso camino a Rusia. Messi, siempre entero sobre el césped, evitó el choque con la leyenda y se dispuso a regalar su repetorio en un cuadro que, cuando más, intenta acompañarlo en el bandoneón. El tango de Messi es un solo.

Presa de la desesperación, fuera de la lista de invitados el fin de semana pasado, la Selección depositó todas sus plegarias en los botines del genio al que había apedreado sin tino. Ante Ecuador, sin ganar en Quito desde el 2001, el 10 dejó en claro que lleva mucha Argentina en las tripas. El crack es de otro mundo y de otro tiempo.

Sigue su propia brújula. Maduro, pulido en las tormentas, siguió sus propias manecillas. No recaló en él la valentía ecuatoriana que ganaba al alba. Messi no se inmutó ante el inminente naufragio. Esperó, como los grandes comandantes, el tiempo de la razón, el momento de la acción, el instante de la batalla. Y fueron tres. La liturgia de la trinidad en los pies de El Mesías. Entre las cenizas, la lumbrera se edificó una épica. Una hazaña de la que se hablará a lo lejos, cuando el tiempo permita la escritura de los hechos.

Las victorias producen olvido. Son memoria en sí mismas. ¿Quién recuerda los abucheos al astro, el papelón de las cebollas y los ajos? No es Maradona. No. Tampoco Di Stéfano, ni Bochini ni Kempes. Es un joven rosarino que enamoró a Cataluña y al mundo. Mucha carga. Mucho encargo. Y ha salido como ariete ante el apuro. Ha crecido el muchacho. Si el diploma mundial no ha vuelto al Río de la Plata no es por desdén del 10. No. La novela del 86, en la que Dios tocó al mundo con la mano, parece perder peso conforme avanzan las horas.

Maradona fue uno entre once. Sí. Pero en aquel año no hubo tantos astros ni tantos protentos físicos como los que ha superado Lionel Andrés. Una cosa vale sobre otras: la lealtad de Messi al juego. No ha necesitado de la deprersión maradoniana (la carencia del sentido del placer; cocaína, mujeres y juego) para dirigir a la nacional.
Messi, en todos los casos, por fortuna no es Maradona. No.

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