After Office

Manning renuncia a la temeridad

Peyton Manning ha logrado su segundo anillo de Super Bowl por inercia, bocabajeando, como dirían los viejos cronistas de este deporte. La línea defensiva le lleva a la Acrópolis de los grandes mariscales de campo en una tarde mediocre e impropia de su prosapia y abolengo.

Los caminos de la gloria son insondables. Peyton Manning ha logrado su segundo anillo de Super Bowl por inercia, bocabajeando, como dirían los viejos cronistas de este deporte. La línea defensiva le lleva a la Acrópolis de los grandes mariscales de campo en una tarde mediocre e impropia de su prosapia y abolengo.

El menor Manning posible tuvo la grandeza de la humildad en los momentos más apremiantes de un partido intenso por ratos, tedioso por muchos más. El general de los Broncos apeló al resguardo después de perder un balón en la adultez del encuentro en el que Cam Newton pagó la cobranza de la fama, ese malentendido.

Manning, currículum supremo de la NFL, tuvo agallas y mucho temple. Forjador de ejércitos, se dio cuenta que la maquinaria pesaba más en la infantería de los linebackers y, presionado al límite, administró sus ya pocas facultades como comandante en jefe de la fuerza aérea. Se olvidó de aquellos años en los que su altanería (cuando cambiaba jugadas en el límite del tiempo, sin importar los consejos del coordinador ofensivo o el mismo head coach) le impedía obtener botones por guerras y le confinaba al diploma de las guerras de guerrillas.

No. Ayer no. Fue respetuoso del tiempo. Rebasado por los días, apeló a la disciplina y a la debida obediencia. Si el Olimpo se le abrió por última vez en su carrera se debió, sin duda, a que renunció a la temeridad. En el glosario de vida de Manning no existe la palabra cobardía, se sabe, pero el justo medio entre el vicio y la virtud es la prudencia. "El Jefe" fue eso: una prudencia que solventó el fin sobre el medio. Y la estrategia le dio razón. Las derrotas son de individuos; las victorias colectivas.

Manning fue, quizá, el más deficiente de los Broncos, pero fue el espíritu que causó el respeto, la admiración y la guía del resto. Sus compañeros reconocieron su decadencia; vitorearon sus grandes años, cuando era Darío encabezando a los persas. El gran causante de este triunfo Bronco es John Elway, aquel derrotado de dos Super Bowls, que volvió de las cenizas para vencer en otros dos. Elway (fiel admirador de Manning) defendió siempre la prevalencia del líder. Y el juego correspondió a la creencia, casi como siempre.

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