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Leñero, el hombre letras

Las letras fueron su trinchera. Desde allí, ya sea en la literatura o en el periodismo, se confrontó a una realidad nacional que siempre fue la materia prima de sus obras. 

Además de pilar periodístico, Vicente Leñero fue también un edificio de la narrativa. Raro para un hombre que se inició en los números de la ingeniería como primera escuela. Sin embargo, como muchos de su generación (Gabriel García Márquez, por ejemplo), acudió al periodismo para aprender a escribir. En ese camino ingresó a la escuela Carlos Septién García y fue allí donde se abrió la brecha de las letras. 

Corría el año de 1958 y envió dos cuentos a un premio universitario en el cual el jurado estaba conformado por Juan Rulfo, Juan José Arreola, Guadalupe Dueñas y Henrique González Casanova. Sus textos quedaron en primer y segundo lugar, aunque Leñero siempre los calificó como "malos", e incluso confesó a la revista Letras Libres que tiempo después, el autor de Pedro Páramo le dijo en una tertulia: "Yo no voté por usted, yo no le di el premio". 

Su primera novela fue La voz adolorida (1961). Sin embargo, fue con Los albañiles (1963) con la cual logró trascender y ganar galardones como el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral. En esta obra, que refleja la situación de la clase obrera mexicana, Leñero "narra una historia de explotación al mismo tiempo que construye una metáfora bíblica", según dice Bruce Swansey.

Para Ricardo Cayuela, actual director de publicaciones del Conaculta, "la estética narrativa de Vicente Leñero parte de un realismo puro, estrictamente vivencial". Y es que según escribió Swansey en 1982, el autor nacido en Guadalajara refleja un realismo proveniente de su oficio periodístico. "Siempre reflejó la realidad nacional". 

SU ÚLTIMA NOVELA

Y así Vicente Leñero se asemejó a Norma en la antesala de su partida. La protagonista de La vida que se va (1999) recrea todas las posibilidades que pudo tomar su vida a lo largo de los años y ahora el autor obliga a recordar que su propia existencia estuvo marcada por la diversidad de caminos: la ingeniería civil, la dramaturgia, las novelas, los cuentos, el cine y el periodismo. Alternativas de andares distintos, pero que conservan las características de un hombre que mantuvo un amor por la escritura.

Norma, jugadora de ajedrez, le cuenta al reportero Mendieta, y a ella misma, las múltiples jugadas que su vida pudo tomar de haber tirado de otra manera. Leñero no se estancó y practicó todo tipo de lances; sólo él supo si el "hubiera" se escribía en su mente.

La década de los sesenta fue una de sus épocas más activas en el mundo literario. La polvareda y otros cuentos abrió el camino para otras obras como La voz adolorida (posteriormente reescrita y publicada posteriormente como A fuerza de palabras) y Los albañiles, obra detectivesca en la que relata el asesinato del velador de una construcción y sus pesquisas consecuentes, aprovechando sus conocimiento de ingeniero civil para describir las condiciones en las que viven estos trabajadores. Esta novela le valió el premio Biblioteca Breve de 1963, galardón que el escritor no apreció tanto, pues dijo que la editorial necesitaba que un mexicano se lo llevara.

Después nacieron Estudio Q en 1965 y El Garabato en el 67 (año en el que se le ofreció la beca Guggenheim), piezas en la que la ficción dominó las historias.

En la década posterior, el jalisciense fue testigo del golpe de Luis Echeverría al diario Excélsior, dirigido por Julio Scherer; el acontecimiento trasciende el tiempo desde el punto de vista de Leñero, quien lo registró en Los Periodistas, Redil de Ovejas y El evangelio de Lucas Gavilán son obras de esta época en la vida del hombre que también adaptó algunas de sus creaciones al teatro y al cine.

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