La investigadora Núria Prat Pons reveló hace poco más de dos décadas en La novela hispanoamericana en España (1962-1975) que, como parte de las prácticas censoras en la España franquista (1939-1975, a su vez dividida en siete periodos) las obras literarias, al igual que el teatro y el cine, no fueron una excepción. Fue, como señaló José Luis Arangurén, una "detención de la cultura viva". La literatura hispanoamericana, en suma, resultó afectada; claro, la censura cambió dependiendo del momento histórico.
Prats distingue dos momentos de censura, respectivamente, marcados por dos legislaciones: la "Ley Serrano Suñer" (1938), que establecía que cualquier publicación antes de editarse debía ser revisada por los censores; las obras podían padecer supresiones o, en definitiva, prohibirse su publicación. Las razones censoras podían ser cuatro: moral sexual, opiniones políticas, uso de lenguaje y religión.
Los libros importados también fueron sometidos a esta ley. Incluso existió, a partir de 1942, una oficina de Inspectores de Traducción. Fue hasta 1966 que fue abolida la Ley Serrano Suñer -creada para ejercerse en "estado de guerra"-. La nueva ley, bajo "la libertad purificadora" obstruía la expresión libre de ideas y de circulación de la cultura: y dentro de esa dinámica se propició la censura editorial y la autocensura.
Los autores latinoamericanos fueron lacerados por la prohibición: Paradiso (1966), de José Lezama Lima, tuvo que esperar seis años en España, antes de editarse en 1974. Aun así, permaneció "secuestrada y con carácter firme y definitivo". Los rechazos de obras latinoamericanas para su edición fueron múltiples. Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo, no pudo ser editada en España; una década después sucedió lo mismo con El túnel (1948), de Ernesto Sábato; Este domingo (1966), de José Donoso, o El libro de Manuel (1973), de Julio Cortázar.
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