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La batuta que llegó de las cenizas

Srba Dinic, titular de la Orquesta de Bellas Artes, recuerdasu salida de Serbia tras la guerra, la cual cambió para siempre la cara de lo que antes era conocido como Yugoslavia.

Cuando estalló la Guerra de los Balcanes, la más sangrienta de la segunda mitad del siglo XX, era estudiante en la Facultad de Música de Belgrado. Tenía 21 años y un laberinto de incertidumbre por delante.

Srba Dinic, titular de la mexicana Orquesta del Teatro de Bellas Artes, sabe lo que es nacer en un país que ya no existe: Yugoslavia, el lugar de los eslavos del sur. Lo que hoy llamamos Serbia ha cambiado cuatro veces de nombre en los últimos 26 años.

"Ya puedo bromear un poco, pero fue un momento dramático", comenta este hombre de carcajada franca y acento suave al pronunciar el español -uno de los ocho idiomas que habla con fluidez-, que aprendió en México, a donde llegó en 2013.

En cosa de meses, recuerda, nada quedó de aquel país no alineado que había instaurado Josip Broz Tito; de esa economía y relaciones diplomáticas sólidas -alejada del Pacto de Varsovia, a diferencia de Bulgaria, Hungría, Rumanía y Polonia- que hasta su adolescencia le permitía viajar a Estados Unidos sin visa. Entonces, México, como tema obligado de historia universal, aún figuraba en sus libros de texto de la escuela.


"Para nosotros como niños, ir a Italia a hacer shopping era lo más normal del mundo. Pero en 1990 todo cambió", recuerda. "Todo lo que se hizo en 45 años se destruyó en dos. Un millón de personas murió en el conflicto". La Guerra de los Balcanes desató una ira religiosa en la que peleaban ortodoxos, católicos y musulmanes.

Al momento de esta entrevista, el pasado reciente es más presente que nunca. Slobodan Praljak, ex general bosniocroata, acaba de ser sentenciado a 20 años de prisión por sus crímenes de guerra, para suicidarse, días después, durante una sesión del Tribunal de La Haya.
Huellas de una tragedia que Dinic guarda en la mirada.

"Yo estaba en Serbia cuando la guerra. No serví porque, el error más grave que mi país cometió fue que nunca la declaró, nadie lo hizo. El presidente decía que no estábamos en guerra y la gente que fue movilizada, a veces de manera muy violenta, tuvo que firmar que iba como voluntaria", recuerda Dinic, quien nació en 1969 en la antigua ciudad de Nis, cuna también –destaca- del emperador Constantino (272-337).

Como estudiante en Belgrado, la capital de Yugoslavia (hoy Serbia), lo que vivió fue, en sus propias palabras, una increíble guerra sucia de informaciones.

"Teníamos tres televisoras: la serbia, la croata y la bosnia, y cada una daba información distinta sobre número de muertos, sobrevivientes y lo que pasaba. Fue un tiempo muy duro, además de una inflación que al final, la gente se llevaba bolsas de dinero para comprar algo, como en la Gran Depresión en Estados Unidos. Fue espantoso".

El fantasma del hambre lo amenazó.

"Empecé a trabajar en 1992 con un salario de principiante equivalente a mil 500 marcos alemanes -que para otros países era todavía mucho dinero-; un año más tarde el mismo salario equivalía a 20. Horrible. Un dinero que recibíamos hoy, mañana valía la mitad y a los tres días nada", cuenta el director.

Mucha gente huyó por la incertidumbre. El pequeño país, de 7.5 millones de habitantes, vio salir de sus fronteras, para siempre, a unas 500 mil personas en las últimas dos décadas, afirma el músico. Sobre todo aquellos que tenían un nivel universitario.

El joven Srba no fue la excepción. A penas dos meses después de que Serbia, Croacia y Bosnia firmaron los acuerdos de paz de Dayton, en 1995, salió de Serbia. Recibió una invitación del Teatro Basel, en Suiza, para una audición como pianista, correpetidor y asistente musical, y desde entonces vive en aquel país.

Pronto comenzó a trabajar en otras ciudades europeas, la mayoría de ellas –repara-, comienzan con be, como su añorada Belgrado: Basilea, Berna, Bonn, Braunschweig... En esta última, Dinic es director artístico del teatro que lleva el nombre de esta ciudad alemana, el cual, con 430 años, es uno de los más antiguos de Europa. Su orquesta ha tenido en su histórico podio a figuras como el monumental Franz Liszt y el revolucionario Richard Strauss. "Por eso me da mucho orgullo que los músicos me hayan elegido por votación entre 15 directores".

Dinic es el único de su familia que se exilió. Su madre, su hermana y su sobrina permanecen en Serbia, en donde hace dos años murió su padre. La última vez que estuvo allá fue en julio pasado para dirigir un concierto en el Festival Bolshoi de Música Rusa, fundado por el músico y cineasta Emir Kusturica.

Empecé a trabajar en 1992 con un salario equivalente a mil 500 marcos alemanes; un año después el mismo equivalía a 20”

ACUDE
¿Qué? Gala se invierno San Petersburgo- Viena- París. Orquesta del Teatro de Bellas Artes.

¿Cuándo? Hoy, 20:00 horas

¿Dónde? Palacio de Bellas Artes

Localidad: $30 a $80 pesos


EL DESTINO MEXICANO
Aunque por su educación escolar México no le era del todo desconocido, fue Ramón Vargas -con quien había trabajado en Europa- quien le permitió conocer este país. Lo invitó a dirigir aquí cuando fungía como director de la Ópera de Bellas Artes.

Llevó la batuta en un par de conciertos dedicados a Giuseppe Verdi por su aniversario 200, con la orquesta del teatro. Dos semanas más tarde estrenó el montaje de Carmen, de Georges Bizet, en el mismo
recinto.

"Me fui a Europa, llevando muy buenos recuerdos de Bellas Artes, un teatro impresionante, y un mes más tarde, Ramón Vargas me llama para decirme que la orquesta me quiere como director titular", cuenta.
Fue así que en septiembre de 2013 ocupó el podio, como principal, con la orquesta que, advierte, llevaba años sin tener un director titular.

Esta noche, al frente de ese ensamble, dirigirá la Gala de Fin de Año San Petersburgo-Viena-París, en la que interpretarán obras de Tchaikovsky, Offenbach, Johann Strauss hijo, Massenet y Gounod.

Han sucedido 26 años de la Guerra de los Balcanes. México pasó por una alternancia al poder. Luis Echeverría vive todavía y la pretensión de los no alineados ya no habita en la política; habita en la cibertética. Umberto Eco diría con sorna que la posguerra fría juntó a apocalípticos e integrados.

Dinic es, en sentido estricto, un testigo de las cenizas. "Hoy no sé ni cómo calificar al gobierno (serbio) actual", comparte. "Es mejor no hablar". (Y de México, igual).

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