After Office

Julio Scherer, el reportero sin concesiones

El periodista que cambió las reglas del juego en México se fue de forma discreta. Al Panteón Francés acudieron familiares, colegas y amigos. Scherer dejó el espíritu de la libertad y la confrontación, sostuvo Carmen Aristegui. 

Hombre discreto, congruente hasta el final. Julio Scherer, periodista apasionado y prodigioso, siempre dejó en claro que lo más importante era el entrevistado. Scherer dominaba el oficio: no opinaba, era riguroso, fuerte, directo. Sus preguntas eran tan contundentes que siempre obtenía una respuesta.

Nunca fue protagonista y parecía que no pretendía serlo ni en su entierro. Tras fallecer a las 4:30 horas de ayer a los 88 años, sus restos fueron llevados discretamente al Panteón Francés.

En ninguno de los pizarrones estaba escrito su nombre debajo de "Sala Bourgogne", como si quisiera pasar desapercibido.

A Julio Scherer no le gustaba dar entrevistas, recibir reconocimientos, mucho menos ser noticia, como ese 8 de julio de 1976 cuando salió del número 18 de avenida Reforma, después del golpe a Excélsior, con Abel Quezada y Gastón García Cantú flanqueándolo, y su equipo detrás. En las fotografías su rostro era duro y al mismo tiempo inexpresivo, pero era el anuncio de lo que vendría: la creación de Proceso en noviembre.

Scherer no volvió a ser "la nota". Él las escribía en su vieja Olivetti. En ella tecleó sus entrevistas con el subcomandante Marcos o con Ismael El Mayo Zambada, hitos periodísticos.

Los que trabajaron bajo su dirección en Proceso hasta 1996 saben que, además de ser curioso y apasionado, le gustaba ir por unos güisquis -el Black Label era su favorito- y jugar dominó con su amigo Vicente Leñero; devorador de biografías, que tenía una memoria privilegiada (no le gustaba grabar las entrevistas), y si algo no le gustaba, los mandaba a "tiznar a su mamacita".

"Era una persona dura, jamás te felicitaba; cuando hacías algo equivocado te lo decía y te hacía sentir muy mal. Tuvo la visión, el alma, el compromiso con México. Fue un honor haberlo conocido, haber compartido con él ese esfuerzo", expresa con tristeza Marco Antonio Cruz, coordinador del departamento de fotografía del semanario.

Para el director de la revista, Rafael Rodríguez Castañeda, se ha ido no sólo su apoyo moral -trabajaron juntos desde 1970-, también se va su maestro y amigo fiel. "Él me enseñó las líneas fundamentales de lo que es mi concepto de periodismo, la línea del profesionalismo ejercido en su máxima autenticidad".

"Siento un enorme y profundo dolor, pero nos deja el espíritu que nos infundió en Proceso, que es el espíritu de la libertad, de la búsqueda de la verdad, de la crítica y de la confrontación", añade.

Decenas de miembros de su gremio llegaron al panteón desde las 13:00 horas. El velatorio parecía una cátedra de periodismo: los ya consagrados eran "chacaleados" por los incansables de la nota diaria. Algunos concedían una declaración; otros, como Denise Dresser y Carlos Marín, guardaron silencio. Llegaron Carmen Aristegui, Ricardo Rocha, Carlos Puig y Raymundo Riva Palacio, entre otros.

"Fue un hombre con una fuerza monumental en términos de su batalla por la prensa; las batallas por la libertad es lo que nos deja Julio Scherer", dijo Carmen Aristegui.

También llegaron los políticos Porfirio Muñoz Ledo, Francisco Labastida y el rector de la UNAM José Narro, quien aseguró que se le rendirán homenajes en la máxima casa de estudios.

Poco antes de las 16:00 horas cerraron la sala para realizar una ceremonia religiosa. Al poco tiempo, el ataúd color vino, en una carroza, inició un cortejo fúnebre hacia la última morada del periodista.
Sus colegas lo acompañaron tranquilamente, mientras que los reporteros y fotógrafos que cubrían la nota se subieron a las tumbas para capturar el momento en el que el periodista, considerado el más importante de este país, dejó de hacer preguntas.

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