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Él pudo haber sido una estrella literaria; hoy vende su obra en la calle

En los años 80, Carlos Flores Vargas ganó premios en México y España, pero de nada le sirvió. Desde hace 25 años ha tenido que ofrecer sus libros en las calles de Coyoacán y el Centro Histórico. 

Exhausto bajo el inclemente sol y agobiado por los síntomas del cáncer de pleura, Carlos Flores Vargas se acomoda frente al atrio de una iglesia del Centro Histórico para explicar cómo fue que (hace 30 años) estuvo a punto de convertirse en una estrella literaria. Poca suerte, malos entendidos, abusos laborales... Este hombre de 69 años todavía no tiene claro qué fue lo que sucedió. En su vida –dice– sólo existen dos certezas: la literatura y su mujer.

Flores es el ejemplo de que la literatura es un sinuoso camino de descalabros. Y de que los galardones no siempre se traducen en éxito. En 1988 ganó el Premio Internacional de Cuento Max Aub. Luego, durante casi 25 años, tuvo que vender sus libros en la calle. Muchos le llamaban "el escritor ambulante".

Cuenta Flores que en 1984 envió sus cuentos al periodista Jacobo Zabludovsky. Éste le dijo que tenía mucho talento y lo recomendó con la antigua editorial Diana, que entonces publicaba a autores de la talla de Gabriel García Márquez. La empresa le ofreció un contrato por cinco años y un tiraje de 100 mil ejemplares a cambio de los derechos de exclusividad. Emocionado, firmó el papel; ser escritor había sido su sueño desde pequeño.

El gusto de Flores por la literatura surgió mientras realizaba una tarea escolar en la Biblioteca del Congreso de la Unión. Allí se enamoró de las historias y del olor a tinta. Pronto dejó la secundaria porque tenía que trabajar, pero nunca desertó de la lectura. Se maravilló con los cuentos de Horacio Quiroga. A los 17 años concluyó su primera novela, Basural de pasiones, la cual, dice, estuvo a punto de ser publicada por Bartolomeu Costa-Amic, editor de obras como El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias. Nunca pudo concretarse porque, confiesa, Costa-Amic quería llevarse casi todas las ganancias.

En 1988, cuatro años después de haber firmado su contrato con Diana, Flores ganó la segunda edición del Premio Internacional de Cuento Max Aub que otorgaba el gobierno de España por su cuento La pulga en la oreja. Meses después obtuvo el Premio Latinoamericano de Cuento de la Casa de Cultura de Puebla y quedó en el cuarto lugar del extinto Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo.

"Ingenuamente me sentí poderoso. Ya habían pasado cinco años y Diana no me había publicado nada. Me enojé y me declaré en huelga de hambre durante la Feria Metropolitana del Libro, que se organizaba en el pasaje Zócalo-Pino Suárez. Exigí que se publicara mi antología Cuentos de sexo y que se me indemnizara por la espera", comparte.

Según una nota de La Jornada –fechada el 13 de agosto de 1989–aquella Diana aceptó publicar el libro con ciertas condiciones: el 10% de las ganancias serían para Flores y la indemnización de entre 600 y 700 mil pesos (antes del ajuste monetario de los tres ceros). La cifra le pareció "indigna" al autor y continuó con su protesta. El escándalo tomó dimensiones internacionales cuando Flores amenazó con amputarse un miembro de su cuerpo si el sello no mejoraba su propuesta.

Un representante de la Fundación Max Aub lo visitó durante su huelga de hambre para ofrecerle su apoyo a nombre de la Corona Española. También acudieron en solidaridad Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Hugo Argüelles y Óscar de la Borbolla. Finalmente, Diana lo indemnizó con más dinero y anuló el contrato. Desde 2003, este sello pertenece a Grupo Planeta, que no tiene obligación contractual con Carlos Flores, según Miriam Vidriales, directora de comunicación y marketing de la empresa española.

"La sorpresa me la llevé tiempo después. Ofrecí mi libro en todas las editoriales del país, pero nadie lo quería recibir. Un día, una reportera de Excélsior me dijo: 'Carlos, ya ni lo intentes, estás vedado del gremio editorial'", recuerda. En los periódicos aparecieron encabezados como El Apestado o Un escritor autofago. Sus sueños de cuentista comenzaron a esfumarse.

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Pero no se dio por vencido. Cuando era adolescente había trabajado en una imprenta de Santo Domingo. Utilizó una vieja máquina que tenía en casa y encuadernó sus cuentos. En 1990 los vendió en la entrada de la Feria del Libro del Palacio de Minería. Allí se dio cuenta de que los lectores están en todos lados: sólo hay que saber llegar a ellos. Desde entonces trabajó como escritor ambulante hasta 2014, año en que los médicos le informaron que tenía un tumor en el pulmón.

Hoy, reducido bajo una boina negra que oculta su acentuada calvicie, recuerda con gracia aquellos días en que le contaba su historia a jóvenes, adultos y ancianos. Algunos lo elogiaban, otros le compraban por compromiso y muchos más lo rechazaban.

"Todo eso ha terminado. Aún me piden libros, pero sólo tengo en existencia unos cuantos. Ya tiene un año que no salgo a vender por mi enfermedad. Las quimioterapias son muy cansadas", lamenta Flores.

___¿Le hubiera gustado una vida distinta?

___No. La literatura es mi trabajo y mi pasión. En ocasiones, también, mi necesidad. Me leyó muchísima gente y estoy agradecido. En el mundo de la literatura la calidad no siempre significa la gloria: hay mucha gente que se queda en el camino.

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