After Office

"El misterio de la orquídea calavera"

Con autorización de Editorial Planeta Mexicana, presentamos un adelanto de la nueva novela de Elmer Mendoza. El primer capítulo, "Contraseñas", deja las bases claras de la nueva aventura de un escritor fascinante.

Las vacaciones de verano son las mejores. No sólo no hay clases por dos fugaces meses y te levantas tarde, sino que no te obligan a ir a la iglesia el viernes o a esas largas y aburridas cenas en casa de los abuelos o de los tíos exitosos. Guácala. Son las mejores si no recibes una llamada a las ocho de la noche para decirte que han secuestrado a tu padre, que quieren cuatro millones de dólares y que no se te ocurra avisar a la policía. Ay, güey.

Cenábamos tan tranquilamente mi madre y yo que sin disimular sorbía el espagueti, desmenuzaba el pan al lado del plato, golpeaba el vaso de Chocomilk contra la mesa y respondía desde el WhatsApp a mis amigos, pinches locos. Valeria, mi hermana mayor, se había ido con su novio y Fritzia, la de dieciséis se había largado al rancho esta mañana; claro, aunque le gusta cabalgar y tiene su caballo, es para librarse de mamá; poco le importan los mosquitos o estar sola con el personal pues papá anda comprando toros brasileños por San Luis Potosí. Está bien, así descanso de ellas, son las güeyes más enfadosas del mundo.

¿Capi, qué te pasa, no puedes cenar cómo la gente decente?
Grita mamá francamente alterada, y eso que apenas es el segundo día en casa.
¿Cómo cena la gente decente, ma?
Callados y en paz, no dejan su cochinero ni hacen tanto barullo.
Qué aburridos.
Y deja ese celular en paz; si estuviera Valeria aquí no te pasarías de listo.

Pero mi hermana mayor disfruta con su novio en Mazatlán y de allí partirán a Los Cabos, me lo dijo antes de largarse para dejar en claro su supremacía. Mi madre empieza a llorar de impotencia.
Ya verás cuando regrese tu padre, él sabrá meterte en cintura con unos buenos cintarazos.
Por favor, mamá, no exageres.

Un día voy a largarme adonde nadie me conozca. Entonces suena el teléfono. No me muevo, es mamá quien descuelga el inalámbrico. Su llanto siempre nos hace reír, la verdad es que tiene su gracia, es muy frecuente y como que la embellece. Papá me confió una vez que fue uno de los detalles que lo habían conquistado.

Familia Garay.
La veo escuchar. ¿Qué?
Llevarse la mano a la boca.
¡Dios mío! Y desplomarse desmayada.

¿Qué onda, ma?
Me levanto con cierta calma porque se desmaya a menudo. Voy hasta ella, tomo el teléfono: ¿Quién habla? Tenemos a Camilo Garay, pendejo, queremos cuatro millones de dólares, mañana te daré instrucciones para que nos entregues el dinero, si llamas a la policía el tipo es fiambre.
Clic.

Siento horrible, ¿fiambre? Quedo petrificado, ¿es una broma?, ¿un secuestro real o un secuestro virtual? Tengo un vacío en el estómago y comezón en la espalda. Mi papá es un buen hombre que trabaja todo el día, poco a poco ha hecho crecer el rancho ganadero que le heredó mi abuelo Ramón y vivimos bien, aunque no creo que tengamos tanto dinero. ¿Fue en San Luis? Es un gordito simpático, a pesar de sus cuarenta y siete cumplidos sus consejos funcionan y podemos confiar en él. Noto mi boca hinchada, hasta mi hermana mayor le confiesa sus deslices con los idiotas que la llaman a cualquier hora. Se me humedecen los ojos. Apenas lo puedo creer, y piden cuatro millones de dólares, ¿serán gringos los secuestradores? La comezón en la espalda es leve pero molesta. Me rasco como puedo. Me duele el estómago, nunca me había impresionado tanto.

Valeria, ven, deja a ese bato colgado, te necesitamos. Entran mensajes: los contesto mecánicamente.
¿Qué hago?
Lloriqueo, mi mamá continúa desmayada
, corro a la cocina por alcohol, le pongo en las sienes, le doy a oler y no reacciona, ¿qué onda? Probablemente se golpeó la cabeza al caer, ¿está muerta? Pienso: en esta casa no hay un espejo que pueda mover para ver si respira; todos son enormes para que las mujeres se miren de cuerpo entero. Llamo a mis hermanas pero ninguna responde, después nuestro tío médico que aparece como a las dos horas, y eso porque el abuelo Nacho lo apresura. Puse al tanto al viejillo y vino enseguida. Marco el celular de papá tres veces y las tres me manda a buzón de voz. Recostamos a mamá en un sofá, el viejo le pone una toalla mojada en la frente y nos reunimos en el despacho de papá. Mientras aparecía el abuelo busqué a Valeria en doce hoteles de Mazatlán y nada. Mi alergia es menos molesta. Al abuelo nunca le he caído bien y a él le ofende que a mí no me importe; en cambio con mi papá se lleva de maravilla y con mi hermana ni se diga: la tiene bien chipilona.

¿Seguro que escuchaste bien?
Dice el abuelo en cuanto entra a nuestra casa.
¿Usted qué cree? Mi mamá se desmayó. Era una voz velada y rasposa, muy firme.
Tu mamá se desmaya por todo, pero es un mensaje típico de secuestro; para estar seguros vamos a telefonear al rancho adonde fue tu padre a comprar el ganado; no entiendo qué puedan tener esos toros brasileños que no tengan los mexicanos.
Yo, menos.
Bueno, tú eres un inútil, jamás conocerás la «o» por lo redondo. ¿Sabes el teléfono del rancho?
No.
Si te digo, nunca has querido servir para nada. Abuelo, no me joda, acaban de secuestrar a mi papá, ¿cómo cree que me siento?

Lo pienso pero no lo digo, no siempre tengo valor para pelear con él; se pone muy iracundo.
Sobre el escritorio del viejón encuentro un número anotado en el calendario, dos días antes, que es cuando viajó a San Luis Potosí. Es un celular. Marco. Rancho Durango, dice al lado del número. A las quinientas contesta un güey que grita, incluso no se oye claro.
¿Quién habla?
Alberto Garay, soy hijo de Camilo Garay, que fue a ese rancho a comprar unos toros, le voy a pasar a mi abuelo.
Ay, muchacho, qué bueno que llamas, soy el caporal Toño Remolina. Ha pasado una desgracia, nos asaltaron, mataron a mi patrón y secuestraron a don Camilo; creí que eran los secuestradores los que llamaban, por eso no quería contestar.
¿Cuándo pasó?
Hoy, como a las seis de la tarde. Tu papá llegó temprano de San Luis; los patrones estaban celebrando que habían llegado a un acuerdo cuando aparecieron los delincuentes. Me da mucho dolor darte esta noticia.
Siento la boca seca, estoy trabado de las quijadas y no sé qué responder.
Tu papá va herido, no te podría decir cómo está porque le pusieron una capucha negra y lo sacaron arrastrando; dejó un rastro de sangre.
¿Se estaba desangrando?
Me rasco las axilas sin pudor.
Puede ser, la herida debe ser profunda.
Gracias, señor.
Mejor me despido; ¿un rastro de sangre? Debe estar grave. Vuelve la comezón a mi espalda y lloro, ¿cómo es posible que alguien haga tanto daño?

Cualquier cosa que se te ofrezca, no dejes de telefonear, estamos para servirles, aquí la policía ya se hizo cargo.
Pero ¿no corre peligro mi papá con la policía presente? Digo angustiado.
Esperemos en Dios que no; perdón, muchacho, quizá cometimos un error, pero es que con el patrón muerto tuvimos que avisar.
Está bien, ni modo.

Cuelgo y miro al abuelo que me fulmina con un gesto agrio.
¿Te crees muy listo?, ¿por qué no me lo pasaste, quién te dijo que tú puedes resolver esto? Empieza por entender que es cosa de adultos, no de mocosos irresponsables.
Tengo dieciocho.
El viejillo parece desatado.
Dieciocho que naciste pero, ¿has pensado en tu edad mental? Mírate, lloroso como un recién nacido.

Me aguanto las ganas de largarme y le repito lo que me dijo el caporal. El abuelo es delgado, bajo de estatura y sólo con mi hermana Valeria se porta bien; para ser sincero a ella todos la adoran, dice mi mamá que es muy buena para las relaciones públicas.

Entra mi tío Andrés, el matasanos.
Elvira no responde, ya viene la ambulancia por ella. ¿Es grave?
Shock nervioso, puede dormir mucho tiempo y es mejor que esté en el hospital, allí estaremos atentos a cualquier complicación que se presente, ya ves que con ella no se sabe. ¿Qué pasó?, ¿por qué se cayó?
Por zonza. Atiéndela, Camilo está fuera de la ciudad, yo me quedaré aquí hasta que regrese.
Que lo disfrutes, Capi.
Se burla mi tío que sabe que mi abuelo no me traga, y luego expresa:
Y tú, ¿por qué tienes esa cara? Deberías estar acostumbrado a los desmayos de tu madre.

Llega la ambulancia por mamá y tengo que encontrar a Valeria, el abuelo la ha mencionado seis veces. Es casi medianoche, mantente alerta mientras duermo un poco; si llaman los secuestradores me despiertas, es un asunto delicado y tú no puedes ocuparte de él, ¿entiendes? No eres Valeria. ¿Tendrá tu padre el dinero que piden?
No creo.
Lo olvidaba, eres un cero a la izquierda, necesito a tu hermana, ¿cuándo regresa?
Se me antoja decirle que dentro de dos años pero no me atrevo.
Si no le dijo a usted, no le dijo a nadie.

Quedamos un minuto en silencio.
Abuelo, ya la busqué en unos veinte hoteles de Mazatlán y nada.
Hay que llamar al resto, debemos ponerla al tanto. Tiene razón, necesitamos su carácter, su gran empuje; esto sólo lo puede arreglar ella o alguien como ella, yo, la verdad, no sirvo para esas cosas, le ayudo a mi papá en el rancho pero nomás; estudiaré administración en Texas nomás para que no me estén jodiendo. Marco el teléfono de papá y sigue fuera del área de servicio. Desgraciados, ¿qué les ha hecho el viejón? Recuerdo algunos momentos con Diana, a quien me dejé caer hace dos días en la fiesta de fin de cursos; bueno, en realidad ella hizo todo, pero no me entretiene, realmente no me gusta, se cree mucho, le gusta jugar conmigo: unos días me dice guapo ven aquí y otros que soy un pendejo sin remedio. Pinche güey, ni condón usamos. Tendremos que vender el rancho y la casa lo más pronto posible, y mi papá va herido, ojalá no sea de gravedad. Y yo que lo estaba esperando para que me diera dinero para el concierto de Los Tigres del Norte en el Foro Tecate.

Tomo el directorio telefónico de Mazatlán y sigo marcando. El abuelo me despierta a las siete. Dice que va a ver a sus amigos al Lucerna y que regresa al rato, que no cometa estupideces, que siga buscando a mi hermana, que mi mamá aún no reacciona. Pienso en nuestro rancho, no tengo idea de cuánto pudiera valer pero no creo que sea tanto, setecientas tres cabezas de ganado son pocas; realmente no tengo idea de cuánto es cuatro millones de dólares y qué se puede comprar con ellos. Un hoyo en mi panza crece y no evito lloriquear. Cuando agoto los hoteles sin encontrar a Valeria me entra una desazón del demonio.

Para calmarme salgo a caminar al parque cerca de casa. Espero ver a una güey que va a correr y que cada vez que la veo se me cae la baba; Fritzia la conoce, se llama Iveth Astorga; si no fuera tan regazona le pediría que me la presentara pero no, ya me las arreglaré. Hay dos bolsas tiradas junto al depósito de basura, ¿y si fueran dos millones de dólares? Nos faltarían tres para los cinco, pero qué van a ser: es porquería; gente cochina que no falta, ¿por qué no las echan dentro?, ¿qué les cuesta? Por eso se hace el mosquero. Mi mamá pelea todo el día con ellas hasta que la hacen llorar. Si llega mi padre, acaricia su cara, le dice cosas ridículas y ella se pone contenta. Con media palabra de esas que le dijera a Diana de seguro dejaba de pensar que soy un pobre ranchero apestoso a estiércol, pero no le voy a dar el gusto. Ya parece que la escucho: Ay, qué bonito, igual que una canción de Luis Miguel. Guácala. El Osuna Espinoza delira por ella pero la güey ni lo hace en el mundo; dicen que quiere con todos menos con él. Pobre imbécil, hasta le escribe versos de amor. Presumió que se iría de vacaciones a Guadalajara; ojalá y se intoxique con Sabritas. Iveth no es así, ella corre suavecito, relajada, ¿por qué, aunque siempre me saluda con una sonrisa, no me atrevo a hablarle? Se me lengua la traba, o al revés, siento calientes las orejas, me da comezón en la espalda y mejor la dejo dar vueltas en el parque sin que me vea. Mi papá me aconseja que no me achique, que me decida, pero ¿cómo? Casi me mareo cuando pasa cerca de mí. Dice Valeria que le temo por mis espinillas, que cuando se me quiten me aventaré, pero eso cuándo será. Además tengo como tres.

Pobre de mi jefe, ojalá mi abuelo consiga algo, ¿qué vamos a hacer sin él? Qué horrible. En cuanto salgamos de esta bronca voy a buscar a Xiomara, ella sí es una verdadera bruja sexual; según muy formal con el Alejandro pero bien que le pone los cuernos, maldito enano, ya le dijeron pero ni se tibió; dice que la prefiere compartida. Le conté a mi papá y me pidió que me la tomara con calma, que el mundo está lleno de mujeres y que conoceré más historias de las que imagino. ¿Cómo estará?, ¿esa herida será mortal?, ¿cuánta sangre habrá que perder para dejar un rastro? Ojalá no se le infecte, pobre viejón, debe estar preocupado, ¿de dónde vamos a sacar el dinero? Aunque no me diga, creo que mi abuelo puede agenciarlo. Viejo racista, ¿por qué le caigo tan mal? ¿Será por mis ojos verdes y mi piel rosada? No es cierto, soy trigueño de ojos cafés, suficiente para las güeyes de mi edad. Con mi abuelo Ramón me llevaba bien, pero murió hace tres años y mis abuelas se fueron un año antes, casi a la vez.

Pongo la basura en su lugar. ¿Y si fue Iveth la que dejó este tiradero? No creo, una muchacha hermosa por lo menos tiene que ser limpia, a poco no. Se ve que la gente traga más atún, yogurt, lechuga y papitas de la cuenta. Veo que mi chica se aproxima, puedo ver su cabellera dorada flotar, su playera roja y sus piernas bronceadas. Órale, si no quiero enloquecer tendré que hablarle, ¿le gustarán Los Tigres del Norte? Podría invitarla al concierto. Pegan dos pedradas en el contenedor y una en mi pierna derecha, ay, güey, qué onda. Me vuelvo y ahí está el Osuna Espinoza con tres de sus compas con piedras en las manos.

Te advertí que dejaras en paz a esa morra, Capi, y ahora hasta dicen cosas de ustedes.
Lanza un proyectil que me pasa por encima.
Nada tengo que ver con ella, bato, así que deja de hacerle al rudo.
Diana será mía o de nadie, ¿oíste?

Amenaza al tiempo que los cuatro me lanzan pedruscos, uno de ellos casi me pega en la cabeza. Intento correr pero veo que Iveth se acerca trotando y me detengo. Siento una pedrada en la espalda que me duele y me saca el coraje.
Qué onda, culeros, cálmense, y tú, pinche Osuna Espinoza, ya sacaste boleto, si eres tan macho déjate venir, güey.
Te quiero ver a cien metros de ella, güey, ¿entendiste?
No seas mamón, ya salimos de la prepa, seguro no la veré el resto de mi vida, pero tú y yo estamos entrados, deja las piedras y vente, güey, un tiro derecho.
Tiro derecho tu madre.
Ahora no me queda otra que correr porque los cuatro me lanzan lo que tienen. Afortunadamente mi chica está lejos. No me detengo hasta estar fuera de su alcance y cerca de mi casa. Como ven, correr es vida. Pinche Osuna, ¿por qué me hace estos panchos? Diana ni me interesa, y delante de Iveth, ¿qué tal si escuchó? Lo menos que pensará es que ando valiendo madre.

Mastico pan para el susto, voy directo al sofá, me acuesto y me viene la tristeza; es algo muy cabrón y muy profundo que no sé explicar. ¿Dónde se metería mi carnala?
Capi, ¿hiciste desayuno?
Es mi tío el matasanos, me comunica que mi madre despertó, que está en perfectas condiciones y que le contó lo de papá. Quiere saber si hay novedades. Le digo que no y que los secuestradores pidieron que no llamáramos a la policía.
Están pendejos, más que pendejos; yo avisaba ahora y que los hicieran papilla.
Tiene razón, aunque eso pondría en peligro al viejón. Pobre Camilo, tanta ilusión que tenía por esos toros. Se me ruedan las lágrimas y me vuelven las comezones pero no se lo digo.

Y Valeria que no aparece, se fue con su novio a Mazatlán y no está en ningún hotel. La necesitamos, es la única que puede negociar con los secuestradores.
¿La única?, ¿y tú qué?
Yo no, no sería capaz, si no está ella mi abuelo se encargará, o tú.
Capi, no te achiques, claro que Valeria es una chingona, lo trae por naturaleza, pero tú puedes aprender y ser como ella o mejor.
No, tío, yo no, además no quiero broncas con tu papá.

El matasanos mueve la cabeza, me informa que mantendrá a mi madre un día más en el hospital para que no dé lata. Me revisa las pedradas y me aplica un ungüento fresco; sugiere que la próxima vez me ponga hielo en cuanto pueda. Le cuento que fue por una morra y me da palmaditas en el hombro.
Debes ser el terror de la prepa; si necesitas, ve a mi despacho en el hospital para regalarte unos trescientos condones. Reímos. Me recuerda que la alergia no tiene remedio y que siga tomando loratadina. Llega el abuelo, que es medio brujo, recojo las piernas para que se siente conmigo en el sofá pero se va a un sillón. Me contempla profundamente.

No será fácil conseguir el dinero, ¿han llamado?
Nadie, ni los pretendientes de Valeria, que son como ochocientos.
No hables mal de tu hermana, ella sí es una persona que vale la pena, y mira la falta que nos hace.
Por cierto, no está en ningún hotel de Mazatlán, ya estoy preocupado.
Qué mala suerte.
Andrés se sienta conmigo.
Capi, es una desgracia, pero no hay que perder la cabeza, ¿entiendes?
Apuesto mi pescuezo a que no sabes guisar un huevo. No respondo al viejillo, mi tío se pone de pie; tengo la impresión de que no soporta a su padre pero prefiere callar.
Bueno, los dejo, una ciudad hipocondriaca me espera. ¿Por qué dices eso?
Somos menos de un millón de habitantes y hay más de tres mil farmacias.
Con veinte litros queda bien.

Mi abuelo se pone de pie diciendo que todos estamos locos. Media hora después entra con un plato con sándwiches de jamón y queso. Saben horrible pero los como para evitar un enfrentamiento. Veo que va al despacho de papá y enciende la tele. Voy a mi cuarto, entre más lejos de él mejor. Me entra un WhatsApp de Fritzia y le respondo que se venga: es la chismosa de la familia pero es mejor estar juntos. He mandado como diez mensajes a Valeria pero no responde, también le he marcado, quizá no está conectada porque manda a buzón de voz. No es normal que el abuelo me deteste, bueno, eso creo. Me quedo dormido. Por la tarde llama Diana, el viejillo toma el teléfono, me niego a hablar con ella. Es hasta las once de la noche que escuchamos de nuevo la voz velada y rasposa, quizás un poco suave.

¿Me escuchas, idiota? Tenemos a tu padre y puede morir.
Me gustaría que hablara con mi abuelo, que está consiguiendo el dinero.

El trato será contigo y con nadie más, ¿cómo te llamas?
Alberto. Por favor, trátenlo bien, curen su herida.
No hablaremos con ningún extraño, ¿te queda claro, imbécil? Y si haces cualquier cosa que no nos guste lo vamos a descuartizar.
¿Cómo sé que está vivo?
Grita algo, pendejo, para que el renacuajo de tu hijo te identifique.
Mijo, amo el llanto de tu madre.
Escucho en segundo plano después de un momento de silencio.
¡Papá!
Matarlo no es la idea, Alberto, así que...
Oiga, pero cuatro millones de dólares es muchísimo dinero, nuestro rancho es pequeño y no vale ni la mitad de eso. Por favor, reconsideren.
Lo digo y me siento quebrado.
Está bien, lo vamos a dejar en tres millones pero deberás tenerlos en un plazo no mayor a tres días. Pasado mañana te buscaremos en Xilitla, te hospedarás en el hotel El Castillo y esperarás. Nosotros te llamaremos y te diremos cómo y dónde entregar el dinero, en billetes de veinte, cincuenta y cien dólares. Cualquier cosa que veamos que parezca policía o Ejército, Camilo Garay no verá el ama necer de nuevo, ¿entendiste?
Clic.

Pero mi hermana no está.
Despierto al abuelo.
Urge encontrar a Valeria, los secuestradores la están citando en Xilitla, ¿le contó de algún lugar al que iría?
Si me hubiera contado no te pediría que la buscaras. Abuelo, se conforman con tres millones de dólares; mi hermana debe hospedarse en el hotel El Castillo adonde ellos la llamarán, ¿dónde está Xilitla?

Me dejo caer en el sofá. Me duele la pedrada en la espalda y me jode la alergia. Me siento impotente y no paro de lagrimear. Pobre mamá, espero que mi tío la haya sedado. El abuelo se retira al despacho, apaga la luz y cierra la puerta. Es medio brujo, al menos es lo que dice Valeria. Diez minutos después sale, seguro consultó a alguno de sus extraños amigos:
Está lejos, en San Luis Potosí, los malditos quieren el dinero a domicilio. Guardamos silencio.

Necesitamos a tu hermana. Valeria está que ni pintada para tratar con los secuestradores. Desesperado, el viejo empieza a telefonear a hoteles a los que ya llamé. Me rasco la espalda en el marco de la puerta, me trago una pastilla y la comezón se calma; salgo de casa de nuevo, el barrio está tranquilo, el alumbrado público lleno de palomillas; camino unos cien metros, encuentro a Iveth en una Suburban que maneja un señor, debe ser su papá, sonríe ligeramente desde la cabina con aire acondicionado, quedo paralizado y regreso, encuentro al matasanos y al abuelo conversando.

¿Será verdad que el amor estimula la inteligencia? Qué vaciado. Llamo al 04.
¿Me da el teléfono de la Cruz Roja de Mazatlán, por favor?
Me pasa un número y llamo, digo el nombre de mi hermana y me doy cuenta de que no sé cómo se llama el bato con el que anda. No los tienen registrados.
Los presentes han observado la operación y se meten al despacho de papá sin comentar. Escucho que discuten.
Al rato sale el abuelo:
Xilitla está en la selva de San Luis Potosí; tendrás que volar a la ciudad de México y conectar de allí a San Luis; en el aeropuerto toma un taxi a la terminal de autobuses, allí abordas uno a Río Verde que también vaya a Xilitla, que está donde principia la selva mexicana, ¿entendiste? Y que te quede claro: vas porque tu hermana no aparece.
Reacciono:
¡Qué! Ay, güey; no, abuelo, yo no puedo, no sirvo; mejor vaya usted o mi tío.
¿Y quién consigue el dinero? Además estoy muy viejo para esos trotes y Andrés no puede dejar el hospital; sólo vas a negociar con ellos, ¿podrás hacerlo?
No, voy a llamar a los hoteles de Los Cabos, a ver si mi hermana está por ahí, no soy confiable; ¿sabe quién es su novio? Podríamos llamar a su casa, quizá dijo adónde iban.
Hizo un gesto de que lo ignoraba.

Andrés llega del despacho.
Capi, deja de comportarte como un mocoso pendejo, yo confío en ti.
Se me salen las lágrimas, quiero ir a abrazar al matasanos pero me quedo varado, seguro de que no merezco su confianza. Quedamos en silencio.
Por ahí deben tener a tu padre.
¿Y el rescate?
Negocia que nos esperen unos días, es lo que vas a estudiar, ¿no? Tal vez una semana.
Tío, sal tú al quite, en serio, yo voy a desgraciar todo.
Capi, de ser necesario voy a vender mis acciones del hospital para pagar el rescate y eso sólo lo puedo hacer yo; así que deja de hacerle al loco: tu padre te necesita.
Bukowski propone que busques a Romeo Torres, es su amigo y te servirá de guía.
¿Quién es Bukowski?
Un buen amigo.
¿Le contó?
No, preguntó por qué quería ir allí, le respondí que por hongos. Entonces me recomendó a Torres. ¿Hongos?
Es una clase de droga, no te hagas el que no sabe.
¿Me manda con un vendedor de droga?
El viejo hace un gesto horrible, regresa al despacho de papá y da un portazo. Mi tío aguanta la risa. Quizás algunos viciosos no tengan toda la culpa.

También lee: