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El Balón de Oro parece ignorar a los defensas

Manuel Neuer se quedó con las ganas de convertirse en apenas el segundo portero en ganar el Balón de Oro. Tuvo todos los merecimientos, incluyendo el título de la Copa del Mundo, el problema es que los guardametas han sido ignorados a lo largo de la historia.

Marcar goles es una tarea difícil, como también lo es evitarlos. Manuel Neuer se quedó con las ganas de convertirse en apenas el segundo portero en ganar el Balón de Oro. Tuvo todos los merecimientos, incluyendo el título de la Copa del Mundo, el problema es que los guardametas han sido ignorados a lo largo de la historia.

Mientras que los delanteros han ganado el 63.3%, los guardametas apenas lo han hecho en un 3.4%, los volantes el 24.3% y los defensas el 9%.

Una técnica exquisita, su ambición desmedida en la cancha y la vocación irrevocable al triunfo deberían ser argumentos suficientes para justificar que el portugués Cristiano Ronaldo ganara ayer su tercer título como el mejor futbolista del planeta, pero nadie puede negar que sus florituras en el campo fueron las que le dieron los puntos suficientes.

Una vez más los votantes se dejaron seducir por el carisma de un goleador y dejaron en un segundo plano la eficacia del mejor portero del mundo, el alemán Neuer, y la genialidad del argentino Lionel Messi.

Las bicicletas que desesperan a los defensas rivales, sus tiros libres que salen con la fuerza de un cañón, la velocidad de sus piernas y la precisión de sus remates fueron los atributos que lució el delantero luso con el Real Madrid para obtener cuatro campeonatos: la Copa del Rey, la Champions League, la Supercopa de Europa y el Mundial de Clubes.

Nadie puede negar la calidad de este futbolista, que se convirtió en el máximo goleador de la Liga de España con 31 anotaciones en 30 partidos. También fue el mejor romperredes de la liga de campeones de Europa al imponer la marca histórica de 17 goles y sus actuaciones fueron fundamentales para que el club merengue conquistara su décima Orejona.

Cristiano no es un jugador humilde, se le acusa de ser individualista, pero como todo crack sabe aparecer en el momento oportuno para inclinar la balanza a favor de su equipo en los partidos importantes.
La magia de los goles acompaña al presumido Ronaldo, quien se definió hace cuatro años como un jugador "guapo, rico y bien parecido". No cualquiera puede presumir de compartir el récord de más tripletes (22) en el futbol español junto a figuras de la talla de Telmo Zarra y Alfredo Di Stéfano.

El portugués cumplirá 30 años el 5 de febrero, vive una madurez futbolística y cada jornada desquita los 94 millones de euros que desembolsó el Real Madrid en 2009.

No es el mejor modelo a seguir, le gusta destrozar autos lujosos, no se detiene a firmar autógrafos y no ha podido ganar un título importante con su Selección. Su triunfo puede resultar cuestionable, pero nadie puede negar que hizo los méritos suficientes para ser proclamado el mejor jugador del mundo.

ATAQUE A LA PARTE BAJA
El desprecio de ayer a Neuer confirma que la cultura del balompié internacional se fija en lo que sucede de la media cancha para arriba. A la lista de arqueros menospreciados con el diploma habría que agregar a Gordon Banks, Sepp Maier, Rinat Dassaev, Peter Shilton, Dino Zoff, Gianluigi Buffon y Peter Schmeichel.

La grosería con la parte baja del esquema no para ahí. Europa solamente se rindió ante un miembro activo de la zaga. Un caso único, cierto: Franz Beckenbauer, el líbero por excelencia, campeón del mundo con La Maquinaria en 1974 y del continente en 1972. El resto de los acreditados pertenece al prado Norte.

La lista de grandes defensas que pudieron hacerse acreedores al blasón se encuentran dos italianos de prosapia: Franco Baresi y Paolo Maldini, ambos emblemas de un tiempo glorioso del Milán y de la Liga de Campeones. Puede, dada la subjetividad del concurso, incluirse al holandés Ronald Koeman, astro del Barcelona cuando el Dream Team de Johan Cruyff y al alemán Andreas Brehme, campeón del mundo en 1990.

Cuando en 2006 el premio cayó en la biografía de Fabio Cannavaro, el capitán italiano que condujo a su equipo a imponerse en el Olímpico de Berlín a Francia, las críticas se fundaron en una aberración: los defensas destruyen el juego. Es justamente al contrario: son las que comienzan a edificarlo.

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