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Cerati, la metáfora contra el orden

Gustavo Cerati, esa muerte que duele, se inscribe en la estética de la resistencia. Pero fue más lejos, a un camino casi único. Al mismo tiempo en que se aprovechó de las circunstancias, el boom del rock en español, llevó su propia música a lo exquisito, sin caer en lo burgués. 

Fue Serrat el que inició la literatura en las canciones populares de habla hispana, lo dijo en alguna ocasión Fito Páez, él mismo constructor de historias de dos minutos y medio. Al estilo Dylan, los latinos aprendieron a utilizar la música como respuesta a regímenes represores de la libertad en los ámbitos públicos. Sus canciones comenzaron a tomar forma rápidamente como protesta, Serrat contra el régimen de Franco, y Páez (sólo por citar a dos de las decenas) contra la dictadura argentina de Videla.

Gustavo Cerati, esa muerte que duele, se inscribe en esa trayectoria: la estética de la resistencia. Pero fue más lejos, a un camino casi único. Al mismo tiempo en que se aprovechó de las circunstancias, el boom del rock en español (tan valioso como el de la literatura de Cortázar, Fuentes, Onetti y Cabrera Infante, aunque éste siempre se despegó de los clubes literarios, de los sesenta), llevó su propia música a lo exquisito, sin caer en lo burgués. Puede decirse que fue lo culto de una explosión de letras y sonidos de un continente cansado de desigualdad e injusticia.

La profundidad de las letras de Cerati, casi para iniciados, confundía a Sábato, a Borges, a Roberto Arlt y algo misterioso de Manuel Puig. Pero también a The Beatles, a los Stones y a The Cure, su gran influencia. Muy pronto, Soda Stereo fue un concepto de música fina. Es cierto que las crisis producen arte. Pero, muchas veces, también gran arte. Soda fue algo distinto siempre. España y sus viejas colonias despertaron en los ochenta al plano democrático con piedras en el camino.

Cerati y Soda llegaron a México cuando ésta era una comunidad cerrada (en términos de Popper) su primera llegada pasó casi desapercibida. Luego del Terremoto del 85, su propuesta más escuchada, Cuando pase el temblor, se convirtió en una canción de época (luego en Managua, en Lima o en Santiago, lugares en los que el sismológico dio a conocer movimientos sociales firmes). Cuando Soda fue asimilada realmente, aquello no tuvo retorno.

El radioescucha (no existía el play list) abrió el oído a esa forma de realismo mágico que lo planteaba todo en metáforas muy peculiares, vasos comunicantes para este continente de poetas. Cerati era un poeta, sí, un gran poeta (tipo Morrison) pero sobre todo un gran músico. Argentina ha sido gran productora de este tipo de bichos, Sui géneris, Los Abuelos de la Nada y otros grandes grupos que luego dieron grandes solistas. La dictadura dejó su huella. Chile, por ejemplo, no despertaba de Pinochet cuando el rock ya estaba instalado en este español refrescado. Panamá era un dolor crudo, México una dictadura perfecta (que comenzó a quebrarse en 1988) y Guatemala un campo de cenizas. Perú pasaría por Fujimori y Colombia se estremecía entre el narco, las fuerzas militares y los paramilitares. Fueron los días duros del abuso del poder. Entre esas trincheras se produjo el máximo rock latino.

La influencia de Soda se nota en nuestros Caifanes, por citar un ejemplo, así a lo rápido. Cerati fue la facha y la cara de un tiempo histórico, casi imposible de pensar para las actuales generaciones que vuelven sin remedio al pop inglés. Mecano se lamentó de esa vuelta al escondite sajón. Hoy, a la distancia, se mide la importancia de Cerati para la consolidación de una lengua menospreciada por las traducciones. Los latinos aprendieron a consumir sus propias expresiones gracias, en mucho, a oferta de Soda y sus contemporáneos. Cerati fue una punta de lanza, una luz del tren, en aquellos años de la década perdida latinoamericana. Se ha muerto, pues, un poeta esencial de América Latina. Es justo llorarle y poner el disco por su cara a y su cara b.

Su anunciada muerte es un dolor intransferible.

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