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Canadá derrama el tequila sobre la duela

La Selección de baloncesto de Canadá terminó con el invicto nacional de la manera más artera, más cruel posible. El 94-73 indica, de manera rotunda, lo que sucedió en un partido desigual a lo más no posible.

Letal. Abrumadoramente letal. El anfitrión no recibió ningún respeto por el invitado al Palacio de los Deportes. Canadá terminó con el invicto nacional de la manera más artera, más cruel posible. El 94-73 indica, de manera rotunda, lo que sucedió en un partido desigual a lo más no posible. Certera en los tiros de tres, en los libres y acaparadora de todos los rebotes, la Selección canadiense hizo ver mal, a veces muy mal, a una mexicana que venía ventilando sus defectos en los dos juegos previos a la cita.

Durante ningún estadio del partido hubo debate, ni en la elaboración de jugadas, mucho menos en el marcador, esta vez, como pocas, decantado hacia la arrolladora escuadra blanca. La diferencia entre el huésped y la visita llegó a ser de 24 puntos. Los mexicanos no tenían idea de cómo parar la andanada enemiga, siempre dueña de las circunstancias, en las asistencias, en el perímetro, en los bajopostes, en todo.

El sueño de Río vuelve al carácter de duda, como lo ha sido desde 1976, cuando la última quinteta nacional se hizo del pase a los Juegos Olímpicos. Esta noche el viaje al Sur ganó yardas de vuelo, porque el equipo de Valdeolmillos se mide al mejor en casi todos los departamentos. Argentina, imbatible y soberbia, ha sido muy superior a todos sus rivales del certamen, incluida la Canadá que quebró el esqueleto anímico de los mexicanos. Un dato es contundente: Canadá pudo no jugar el último cuarto y aun así ganar el desencuentro. Así de duro. Así de letal.

Poco se puede decir de un conjunto que dio muestra de sus debilidades en la zaga, sobre todo cuando la pelota se debatía en el tablero contrario. Si Venezuela y Puerto Rico se habían aprovechado de esta desventaja, Canadá llegó al abuso, a veces desparpajado. Como si fuera natural anotar de todas las formas posibles, los canadienses atinaron todo y en toda la duela. Durante muchos momentos el desequilibro fue grosero. Los mexicanos no completaban avanzadas entre aro y aro. Y los canadienses encontraron una armonía envidiosa.

No fue necesario el temple, tampoco el orgullo, ni mucho menos la gallardía. No hubo herramientas para suponer un acercamiento siquiera de 10 puntos. La distancia entre el ganador y el vencido era tan grande que el sueño del triunfo se evaporó en instantes. La tribuna era un impasable silencio.

Instalado en semifinales, en los juegos de matar o morir, México tendrá esta noche la última oportunidad del ensayo anímico y técnico. El fin de semana, el boleto a Río será un albur con pocas posibilidades de acierto. La inercia física ha sufrido, además, una grave estocada. Argentina, contra lo que parezca, ofrece la oportunidad de remediar las averías en la zaga.

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