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A 50 años de la hazaña que fue mover a Tláloc

Hace medio siglo se movió la estructura tallada en piedra más antigua y grande de América Latina: el monolito prehispánico de Tláloc, el cual viajó de Texcoco al Bosque de Chapultepec, donde apenas se estaba construyendo el Museo Nacional de Antropología.

Nunca antes se había realizado en el país una maniobra tan espectacular: mover y trasladar el monolito prehispánico de Tláloc, del municipio de Texcoco a la Ciudad de México. Ésta es la escultura tallada en piedra más antigua y grande que hay en toda América, con un peso de 167 toneladas y siete metros de altura. Hoy se cumplen 50 años de esa hazaña.

La madrugada del 16 de abril de 1964 estaban listos los dos tráilers que jalarían la enorme plataforma, con una tracción de 860 caballos de motor y viguetas de acero donde se colocaría el majestuoso Tláloc. Juntos, estos camiones sumaban 72 ruedas. Recorrerían aproximadamente 50 kilómetros desde las orillas del Lago de Texcoco hasta el Bosque de Chapultepec, donde se construía el nuevo Museo Nacional de Antropología.

Su andar fue muy lento, debido a que entre la enorme piedra precolombina y la plataforma de acero se movían cerca de 200 toneladas. La estrategia estuvo a cargo del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, entonces director del proyecto arquitectónico del Museo de Antropología ubicado en el Paseo de la Reforma; el ingeniero Enrique del Valle Prieto, el arquitecto-arqueólogo Ricardo de la Robina y el arqueólogo Luis Aveleyra Arroyo de Anda.

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El gigantesco monolito fue descubierto a finales del siglo XIX, en una cañada del pueblo de San Miguel de Coatlinchán, Texcoco. Incluso José María Velasco lo pintó en 1889 y, en 1903, el arqueólogo Leopoldo Batres anunció la existencia de esta representación de Tláloc, dios de la lluvia.

El arqueólogo Jorge Angulo, quien formó parte del equipo de investigadores, ingenieros y arquitectos que se conformó para realizar el nuevo Museo Nacional de Antropología, recuerda en entrevista detalles del traslado.

"Desde 1961 integramos los equipos de guiones científicos y museográficos del nuevo museo. Se generó una discusión para buscar un gran símbolo que representara la inauguración del Nacional de Antropología. Como el arqueólogo Eduardo Noguera había escrito, en la década de los cuarenta, sobre el Tláloc de Texcoco, se sugirió que ese monolito fuera el ícono".


EL 'DILUVIO'

Para mover la pieza prehispánica, comenta Angulo, hubo trabajos previos porque aún estaba empotrada en la roca madre; es decir, era una escultura inconclusa tallada en una sola pieza, por lo que faltaba despegar una parte para desprenderla. Con la altura y el tipo de roca, el ingeniero Del Valle Prieto logró calcular el peso del monolito por metros cúbicos y así diseñar los camiones para moverlo.

"Fue toda una hazaña. El monolito fue levantado con cables de acero y colocado en la plataforma. Los camiones salieron del pueblo la madrugada del 16 de abril de 1964 y llegaron por la noche a la ciudad. Cuando hacía su recorrido por el Paseo de la Reforma, cayó un diluvio y los supersticiosos dijeron que nos había bañado la maldición de Tláloc", precisa el decano.


LA REBELIÓN

Durante un año se hicieron los preparativos para trasladar a Tláloc y en ese lapso, los habitantes de Coatlinchán se opusieron a que fuera removido de su sitio original. Incluso sabotearon los trabajos previos y organizaron una rebelión para impedir el despojo. Pero el gobierno federal ordenó la intervención del ejército para controlar, durante un mes, a los inconformes.

Este proceso ha sido rescatado por los cineastas Sandra Rozental y Jesse Lerner en su documental "La piedra ausente", que se exhibirá hoy a las 19:00 horas en el Museo Nacional de Antropología, para celebrar los 50 años del traslado de Tláloc, en donde también montarán una exposición con el material hemerográfico y fotográfico reunido en la investigaciónpara el filme.

Rozental explica en entrevista que la memoria de la pieza prehispánica aún está viva en su lugar de origen.

"Lo primero que resalta al llegar a Coatlinchán es una réplica, a escala, de esta escultura en el centro de la plaza principal. Pero al recorrer las calles encuentras marcas de esa huella que dejó la ausencia de la piedra, que van desde pequeñas figuras de Tláloc que todo mundo tiene en sus casas y patios, hasta escuelas que llevan su nombre, e imágenes rotuladas en diversos comercios".

Otras son las cicatrices marcadas en el paisaje -añade la antropóloga-, como una carretera muy amplia que va a dar a un enorme agujero. Se trata del camino amplio y sólido construido especialmente, en 1964, para llevarse la magna pieza. Senda que sigue en el lugar, pese a que aparentemente no llega a ninguna parte, aunque forma parte del rostro del pueblo.

"Es una herida que permanece viva, a través de la memoria colectiva, pero también en el paisaje. La gente dice que desde que se llevaron la pieza todo cambió. Hay un antes y un después. Por un lado, Coatlinchán era de campesinos humildes, ahora la mayoría son comerciantes y cultivan la tierra. Aunque existe un sentimiento de ausencia porque 'algo' que los identificaba como pueblo ya no está".

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