Sociedad

La magia del océano en la gran urbe, Aquarium Inbursa recibe a sus primeros visitantes

Cinco mil animales habitarán en el también llamado Museo del Mar, es el más grande de toda América Latina. Se podrán apreciar 230 especies, incluido un arrecife de coral y una docena de pingüinos.

CIUDAD DE MÉXICO. Lo de Luis Eduardo García es puro amor a los peces. No es un mero gusto por las especies marinas lo que lo llevó a ser el primero en formarse en la taquilla del Aquarium Inbursa que ayer abrió sus puertas al público, sino un amor profundo porque esos animalitos lo ayudaron a salir de una profunda depresión que tuvo hace un par de años.

"Los peces me ayudaron en una etapa difícil, entonces por eso surgió ese amor. Tuve depresión, pero ellos no me dejaron solo. Sé que son simples animales, pero no me dejaron caer. Como estaban bajo mi cuidado, no me quedaba encerrado. Salía para comprarles su comida y ya. Eso me ayudaba", confiesa el joven de 19 años, estudiante de Administración de Empresas.

Desde las ocho de la mañana de ayer, él ya estaba formado frente a la taquilla del primer y único acuario con el que cuenta la ciudad de México, ubicado en la colonia Nueva Granada, frente a la Plaza Carso, también de Carlos Slim. Alejandro Nasta, el responsable de la obra arquitectónica que consiste en un edificio de cuatro niveles bajo el suelo, le regaló un tiburón de peluche y una gorra. Después, Luis Eduardo pudo pasar.

El recorrido empezó en el fondo marino. En el azul profundo del mar, en donde una pecera de 800 mil litros de agua salada es el nuevo hábitat de un sinfín de peces de colores que conviven con cuatro tiburones que van de aquí a allá, sobre las cabezas de los visitantes que, asombrados, no pierden la oportunidad de capturarlo con las cámaras de los teléfonos celulares. El camino está diseñado por debajo de la pecera. Por ello, el paseante se sumerge, literal, en la profundidad marina.

Con Luis Eduardo entró un puñado de personas provenientes de diferentes partes de la ciudad que decidieron dejar todo la mañana de ayer y ser de los primeros en conocer el también llamado Museo del Mar, que ofrece, por 129 pesos, acceso a 230 especies, como pirañas, mantarrayas, cocodrilos y animales que recuerda caricaturas como el pez payaso de Nemo o la medusa que come Bob Esponja, que viven desde el fondo del mar hasta los manglares, incluido un arrecife de coral y una docena de pingüinos, que en breve llegarán a exhibirse.

Paola Núñez llegaron desde Tultitlán, Estado de México. Pidieron el día libre en sus trabajos para poder contemplar la vida marina en el recién inaugurado acuario. Su emoción y expectativas eran grandes. Tanto que esperaban ver hasta una sirena.

Desde el primer estanque, los colores cálidos de los corales y los peces, junto con la iluminación fría de la pecera, daban la impresión de que era un arcoiris submarino, reflejado en las paredes del lugar. El entusiasmo recorrió el cuerpo de Núñez, a tal grado de decir que el acuario de Veracruz no es tan bonito y grande como éste.

​La iluminación rosa del estanque de los peces escorpiones daba un toque romántico al paseo, perfecto para los dos estudiantes de bachillerato, Diego Antonio Pastor y su novia Rosa, que miraban a los peces que en la zona de Cancún son considerados una plaga. Su gusto por la vida marina los unió, pero éste no sólo influyó su vida amorosa, sino también sus aspiraciones profesionales, ya que tienen planeado estudiar biología.

Para Marco Antonio Rodríguez, un padre de familia, haber visitado el acuario de Polanco le cambió la perspectiva de la vida marina. Nunca tuvo una gran pasión por el mar, pero ahora que tuvo cerca a los animales, su opinión cambió. Ahora le gustó y se quedó con ganas de más.

Después de visitar el fondo marino, se abrió la sala del laberinto de medusas. Un sitio oscuro, en donde los colores de esos seres gelatinosos son la principal atracción. Porque se encogen y se expanden. Y nadan de aquí a allá.

El siguiente nivel incluyó un estanque abierto, por donde las rayas se desplazan ligeras, como sonrientes, como felices. Y ahí, los niños, los adultos, los ancianos, con sólo limpiarse bien las manos con un gel antibacterial, pueden intentar tocar a esos seres aplanados y resbaladizos. Una caricia, un gritito de emoción del niño, otra caricia y más risitas de nervios, de alegría.

A un lado, estrellas de mar y caracoles también están disponibles para los niños curiosos, como Íker, de tres años y medio y ojos enormes y brillantes, que siempre van a querer tocar lo que les causa curiosidad. Y que siempre harán preguntas sabias, aunque los adultos las consideren absurdas: "¿Aquí no hay monstruos, mamá?".

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