Sociedad

Celebran alemanes con ríos de cerveza

Lloran argentinos derrota; el gol de Götze los hirió. Los teutones felices en Tepepan. En el Club Alemán una ordenada fiesta enmarcó la obtención del campeonato.

CIUDAD DE MÉXICO. Cuando cayó el golazo de Mario Götze al minuto 112 con 38 segundos, ya se habían consumido en el Club Alemán de Tepepan, unas 400 cervezas claras "HB" –por supuesto alemanas—y unas 600 nacionales y los gritos, abrazos y cantos fueron el preludio de los festejos.

Entre pilas de globos rojos, negros y amarillos con que adornaron las puertas de todo el club, los poco más de 600 comensales, la mayoría con sus playeras blancas con vivos negros y el escudo del seleccionado teutón con tres estrellas –aunque ahora ya serán cuatro–, así como las rojas que estrenaron en este mundial, veían por ocho pantallas gigantes la final del Mundial.

El público fue compuesto principalmente por familias socias del club que con mucha anticipación hicieron el apartado de una mesa y sillas. Ya tenían abarrotado el comedor y el pequeño bar una hora antes de que iniciara el partido futbolístico y solamente el empresario José Miguel Perrinni llevaba su camisa tradicional -de rayas blancas y azul celeste-del seleccionado argentino. Sin embargo, nadie le chifló o le hizo burla y, al concluir el encuentra, solamente dijo "aquí son buenos amigos".

Los meseros y cantineros no se daban abasto, pues mientras unos servían los tarros, otros repartían de botana tacos de chicharrón en salsa verde con muy poco picante y de papa con chorizo, además de los tradicionales cacahuates 'cantineros' con limón.

El joven Bastián y su novia Tanya, de plano ya no aguantaban los nervios y comenzaron a cantar. Mientras que el ingeniero Ruvalcaba esgrimía: "Aquí los festejos son muy civilizados", y comentaba que "los socios nos comprometimos a venir al club" en todos los partidos de la selección alemana.

LA OTRA CARA DE LA MONEDA

En la Condesa, a los argentinos el gol alemán les pegó en el orgullo. El disparo de Götze que dio la victoria a los teutones petrificó el rostro de los hinchas albiazules. Enmudecieron, se encorajinaron. Era un golpe que quizá ya esperaban.

En ese restaurante argentino de la esquina de Saltillo y Campeche, la tensión nunca se desvaneció. Al fin del partido en Maracaná las lágrimas se asomaron. Y el coraje hizo que algunos gritaran insultos a los comensales del restaurante de enfrente, en donde los gritos de euforia evidenciaban que allí estaban los alemanes, extasiados.

Un auto pasó pitando en señal de apoyo a los germanos. Y los argentinos le gritaron insultos. Pasó un joven alzando una réplica de la copa y los sudamericanos enrojecieron y lo atacaron a gritos. "¡Puto de mierda!" Era el orgullo herido.

Las copas de vino quedaron a medio beber. Las empanadas, a medio morder. Los ceniceros, llenos de colillas. Y los rostros cabizbajos, abatidos, después de que ese grupo de unos 40 argentinos, vestidos todos con la albiceleste, lamentó las tres grandes fallas frente a la portería alemana. Renegaban de su muy mala suerte y puntería en un partido de mucho sufrimiento.

Cosa distinta fue a la vuelta de la esquina. En un pequeño local, sobre avenida Tamaulipas, amontonados, los aficionados alemanes, no cabían de alegría en ese espacio de cervezas alemanas y salchichas al estilo germano. Había otro ánimo. Se notaba la alegría, la confianza en su equipo y la convicción de que si la escuadra pudo golear al pentacampeón, entonces todo podía jugar a su favor. Y así fue.

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