Sociedad

Al final, no hubo más que pudieran romper

El gobierno del DF encontró la fórmula para desactivarlos. Un grupo minúsculo, en comparación con los 30 mil estudiantes y activistas que hoy se movilizaron en paz, fue el responsable de los pocos destrozos durante la marcha conmemorativa del 2 de octubre.

Cuando terminaron de aventar las piedras, botellas y palos a los vidrios del primer piso del banco de Palma y 5 de Mayo, en el Centro Histórico, los encapuchados vestidos de negro gritaron: "¡No somos porros, somos anarquistas!" Los vidrios quedaron hechos añicos. Y siguieron avanzando rumbo al Zócalo.

Su paso desde la Plaza de las Tres Culturas en la marcha conmemorativa de los 46 años de la matanza de Tlatelolco quedó registrado en las paredes, vallas, anuncios y casetas telefónicas que encontraron a su paso. Presurosos, con aerosol en mano, los encapuchados dejaban mensajes pintados. Nadie se los impidió.

Fueron, a lo mucho, 300 de esos jóvenes que usan paliacates y playeras negras para ocultar su rostro, que fuman mariguana, que inhalan solvente, que rechazan al Estado y a la Iglesia, pero que al final del día beben jugos enlatados y usan tenis de marca.

Ese grupo minúsculo, en comparación con los 30 mil estudiantes y activistas que hoy se movilizaron en paz, se ha convertido en una constante en las manifestaciones calendarizadas: el 1 de mayo, el 2 de octubre. Que mantiene en vilo a la ciudad.

Pero al parecer, el gobierno del DF encontró la fórmula para desactivarlos. Sin reacción, no hay acción. En todo el camino de la manifestación no hubo un sólo uniformado, ni un policía, ni un granadero. Nada que pudiera representar un blanco de ataque, una "provocación" a la rebeldía. Y así fue. No hubo enfrentamiento.

El saldo fueron los vidrios rotos de los negocios de la última cuadra de 5 de Mayo antes del Zócalo y de un cajero en la zona de Garibaldi, así como múltiples pintas. No más. No saqueos, ni fuego, ni golpes.

EL IPN, "UNA BOCANADA DE AIRE FRESCO"

A las 4 de la tarde, los líderes históricos del movimiento estudiantil de 1968 se aproximaron a las escalinatas de la Plaza de las Tres Culturas, junto al edificio Chihuahua y gritaron con la nostalgia de todos sus años acumulados, la frase infaltable: "¡Dos de octuuuubreeee, nooooo se olvidaaaaa!"

Pero este año, la marcha tuvo una dedicatoria. Antes de partir, el Comité 68 lanzó otra consigna: "¡Se ve, se siente, Raúl está presente!"
En su memoria, en la manta que sostuvieron, iba Raúl Álvarez Garín, uno de los líderes de ese movimiento del año de las Olimpiadas, quien falleció hace unos días.

Ya enfilados para avanzar hacia la Torre Latinoamericana, vista a lo lejos entre las nubes que más tarde se convirtieron en lluvia, uno de ellos, de los históricos, Félix Hernández Gamundi dedicó también la movilización a los estudiantes politécnicos que rechazan el nuevo reglamento interno: "Es una bocanada de aire fresco dentro de las luchas por una educación eficaz y democrática".

Entonces la multitud avanzó detrás de ellos. Allí estaba una porción de los politécnicos, estudiantes de la UNAM, de la UAM, de la UACM y de otras universidades del país, del SME, de la CNTE y de los Panchos Villa, protestando por los muertos de Tlatlaya, los de Ayotzinapa, contra las reformas estructurales.

La lluvia no detuvo la marcha. Ni calló los gritos de los jóvenes que cada año alimentan una conmemoración de la que no tienen memoria, pero que se identifican con ella. Pero ellos no fueron los que pintaron y rompieron vidrios.

A la esquina de 5 de Mayo y Eje Central, los encapuchados llegaron a las 6 de la tarde. Y viraron rumbo al Zócalo. Se encontraron una calle tapiada, con bardas en todos los negocios o con las cortinas abajo de los comercios que acababan de cerrar.

No hallaban cómo dejar su huella. Corrieron de Filomeno Mata a Motolinía. "Muerte al Estado, que viva la anarquía", gritaban al enarbolar banderas negras, frente a la mirada de los que observaron cómo la vanguardia de la marcha había entrado en calma. Después, de Motolinía a Palma, en donde arrojaron piedras al banco. Y gritaron, como para aclarar, que no son porros, sino anarquistas. Después no hubo más que romper.

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