Retrato Hablado

"Estamos sumergidos en el lenguaje"

La pantalla la obligó a romper sus inhibiciones y a prestar atención. "Tenía una dificultad para escuchar al prójimo largamente. De pronto se te tapan los oídos porque tu mente te pide tiempo para pensar".

CIUDAD DE MÉXICO. Al llegar al departamento de Sabina Berman, encuentro la puerta entreabierta. Está en la cocina. Me ofrece un café. Está elegantísima, con un traje sastre gris y una camisa blanca con negro. Nos interrumpe el teléfono, una y otra vez. "Necesito un ama de llaves", bromea.

Sus padres nacieron en los extremos de Polonia; él al norte -muy cerca de Rusia- y ella al sur, en la frontera con Austria. Quizá nunca se hubieran conocido en su país, pero se encontraron aquí, en México. Él estudiaba en la Universidad de Varsovia. Ella era apenas una adolescente.

Ambos huyeron de los nacionalsocialistas. El padre, joven izquierdista, decidió quedarse después de escuchar a Lázaro Cárdenas en el Zócalo. Dijo que la solución de México pasaría por el tendido de cable eléctrico. El muchacho se inscribió en el Instituto Politécnico Nacional, en ingeniería, y consiguió su primer empleo en la Compañía de Luz y Fuerza.

Su madre pertenecía a una familia rica, que de milagro evadió completa los campos de concentración. Cuando llegó el tiempo estudió criminología en la Universidad Nacional, atraída por la conducta asesina.

Tuvieron cuatro hijos, varones los dos mayores. Cuando nació Sabina, la tercera, su madre decidió dejar el trabajo por un tiempo y formarse en psicoanálisis con Santiago Ramírez Ruiz Sandoval, el célebre autor de El mexicano: psicología de sus motivaciones.

Los niños Berman fueron independendientes. Y su madre tenía una clara identidad profesional. Aparecía por la tarde, agitada por el trabajo y exigida por los estudios. "Nunca cocinó -relata Sabina-, por eso digo que no tenía más alternativa que ser feminista".

__¿Aprendiste polaco?
__Nada, nos lo prohibieron a partir de que mis papás notaron que empezábamos a capturar palabras y a construir las primeras frases. Tampoco volvieron a hablar polaco frente a nosotros.

Hablamos sobre los episodios de su vida que la han convertido en quien es. Cuenta que jugaba a los vaqueros con sus hermanos mayores, hasta que su madre descubrió a su hija empuñando una pistola. Se la arrebató a la niña y dijo: "Esto es un falo", y escondió el juguete. Sabina se buscó otra arma. Un toallero hizo de metralleta. Cuando apareció, su mamá retiró ése y varios objetos de la casa que guardó bajo llave.

"Recuerdo bien la sensación casi mística de caminar mientras mis hermanos me matan, me matan, me matan, me matan, me matan. He vuelto varias veces a ese recuerdo. Me negué a jugar el juego de la violencia. Me salí de la competencia porque sólo podía perder".

Unos años después, en plena pubertad, Sabina Berman fue al neurólogo. Su problema era que no podía dejar de pensar, "como si tuviera un radio prendido en la cabeza". La asombró la explicación del médico: "Lo que te pasa a ti -le dijo- le ocurre a todos los primates. Estamos sumergidos en el lenguaje, pero es la ventaja decisiva de nuestra especie".

Esa consulta determinó el rumbo de su vida. Quiso ser escritora para aliviar el dolor del pensamiento continuo mediante el dominio del habla. "Decreté que dominaría al habla antes de que el habla me dominara a mí. Pensaba que tenía algo mal en el cerebro. Oía voces que no se callaban. Era insoportable".

__Tu propia mente puede torturarte. Hay que saber ignorarla.
__No, hay que aprender a pararla. Justo estoy escribiendo un libro sobre ello que se va a llamar Ha-bla-bla-blar. Estamos educados para hablar. Nos lo enseñan desde que nacemos. Paaaaapá. Maaaaamá. La insistencia en el habla es continua. Nunca nos enseñan a detener el habla. Aprendemos estrategias laterales para lograrlo, como la práctica del deporte o del sexo, en la que te apabulla la sensación física. Confundimos lo que somos con la narración de quién somos. Es una locura, un malentendido grave.

__El silencio nos haría nada…
__Exacto. Nos anula esta narración cultural.

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El teatro es la metáfora para entender la vida, dice la escritora y dramaturga, autora de El Dios de Darwin, La mujer que buceó dentro del corazón del mundo, Entre Pancho Villa y una mujer desnuda y Democracia Cultural: Una conversación a cuatro manos (con Lucina Jiménez).

Supongo que hubo un momento en su vida profesional en el que se sintió segura y se dijo a sí misma algo así como "Sí, soy buena en lo que hago". Pero Berman insiste que no, que aunque de pronto festeja lo bien que le ha salido una escena, y aunque la alivia una y otra vez la reacción positiva del público, padece "en general una sensación de imperfección".

__¿Los premios no ayudan?
__Mucho menos los premios. Siempre me da un poco de vergüenza recibirlos. Y además, en nuestro país -por desgracia- todo acto público es dudoso.

"No soy perfeccionista, no soy platónica, no soy religiosa", afirma. Por eso escribe con método, con entusiasmo al principio, con cierto dolor hacia el fin. Sabe cerrar los círculos de trabajo. Acepta las virtudes y la imperfección en el suyo y aguarda el juicio. Sabe que puede ser dañada, "porque vivimos en un país poco generoso para el trabajo ajeno. No me quejo porque no creo que es un destino singular el mío; es muy común".

Me muestra una pila de cuadernos sobre la mesa del comedor. Ahí reposan las ideas que surgen entre un proyecto y otro. Cuando termina uno, el siguiente ya está trazado. Así evita el vacío. "Tengo mis estrategias porque no creo que va a llegar de ningún lugar la inspiración".

La estancia de su departamento tiene una vista espléndida al Paque México. Mientras bebe café con leche y enciende el tercer cigarro, platica también sobre su siguiente obra de teatro (quiere hacer un musical) y cuando se le escapó la oportunidad de ser una funcionaria de la cultura.

No fue sino hasta la madurez que Berman aprendió a escuchar. Se lo debe a la televisión, en la que debutó accidentalmente, dice ella, junto con su amiga Katia D'Artigues. La pantalla la obligó a romper sus inhibiciones y a prestar atención. "Tenía una dificultad para escuchar al prójimo largamente. De pronto se te tapan los oídos porque tu mente te pide tiempo para pensar".

__Debes saber de lo que hablo -me dice.
__Me pasa cuando alguien me aburre -confieso.

__Claro, pero en una entrevista tienes la obligación de no aburrirte.
__O te aburres, pero haces un esfuerzo de atención consciente.

Le pregunto si le complace su vida. Me contesta que no, que por supuesto que no. Y que no importa porque está feliz y porque su dicha no está atada a la satisfacción profesional.

__¿Qué necesitas, además del ama de llaves?
__Un poco más de libertad. Y un buen productor, que es quien me la puede dar.

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