Retrato Hablado

"Aprendí lo que es vivir con miedo"

El director general del Observatorio Nacional Ciudadano ha vivido la violencia y asegura que lo que se debería estar promoviendo en México, es el cumplimiento estricto de la ley, "no de dientes para afuera".

CIUDAD DE MÉXICO. Uno supondría que en Perugia, una ciudad mediana al norte de Italia, famosa por los chocolates Baci Perugina, su festival de jazz y su antiquísima universidad, se viven infancias de ensueño. No la de Francisco, hijo único del matrimonio de sus padres, con medios hermanos de las posteriores relaciones de ambos; él, originario de Atotonilco el Alto, Jalisco; ella de raíces italianas. El enlace duró lo que el noviazgo: "Yo no había nacido cuando se había acabado. Intentaron retomarlo, pero lo suyo fue de esas cosas que nacen mal y terminan de la misma manera".

Su madre se casó de nuevo con un italiano. Ya adulto, entendió que esa relación violenta se explicaba en parte por el trastorno de personalidad que sufría su mamá, una enfermedad egosintónica (que muestra comportamientos, conductas y sentimientos que están en armonía con el ego), de la que no da más detalles. "Yo estaba muy dañado. Tuve conductas suicidas".

Francisco se vio obligado a recogerla más de una vez de la cárcel o del hospital. "Pero no puedo decir que haya tenido una mala madre. Nunca me faltó nada, y me formó como un hombre de valores".

__¿Tenías contacto con tu padre?
__Muy poco, desafortunadamente. Nos queremos, pero tenemos conversaciones extrañas, y muy breves. Nunca logramos congeniar.

La vida del director general del Observatorio Nacional Ciudadano –que es financiado a través de donaciones– encontró un bálsamo en los Lupattelli, una familia que le ofreció lo que él llama una "segunda gestación". "Son una familia noble, amorosa, respetuosa de la individualidad, que me adoptó y se volvió mía. Para todos los efectos, es mi familia. Me aceptan por el simple hecho de ser quien soy".

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Lleva un traje gris, impecable y un pañuelo de colores doblado a la perfección que se asoma por la bolsa del saco. Dice que tiene tendencia a aumentar de peso, pero se le ve delgado y en forma. Si por él fuera, permanecería en su casa y se ahorraría las dos horas diarias de ejercicio cardiovascular que procura. "Debo combatir mi naturaleza, perezosa y golosa".

Francisco Rivas sabe de violencia. Su padre, dueño de bodegas en la Bondojito, la Merced y la Central de Abastos, fue cruelmente golpeado en diversos asaltos en la década de los ochenta. Varios miembros de su familia paterna fueron secuestrados, y algunos de ellos asesinados.

Maestro en Psicología por el Centro de Estudios Tecnológicos y Superiores de México y doctor en Estudio del Desarrollo Global por la Universidad Autónoma de Baja California y la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), el experto e impulsor de la cultura de la legalidad afirma: "Lo que deberíamos estar promoviendo es el cumplimiento estricto de la ley, no de dientes para afuera". México tiene leyes de avanzada, insiste, pero falta darles cumplimiento puntual.

La cabeza del Observatorio (cuyo consejo está formado por México Unido Contra la Delincuencia, Alto al Secuestro, la Coparmex y el Consejo Coordinador Empresarial, entre otras organizaciones) volvió después de dos décadas a México para hacer crecer un incipiente negocio de bienes raíces. Su socio lo defraudó. "Lo perdí todo. Me costó mucho trabajo reconocer el fracaso y lo que significaba; había dejado mi vida en Italia para aventurarme en mi país."

La apuesta siguió encareciéndose. Los primeros días de un efímero empleo como administrador de una empresa inmobiliaria, le robaron la cartera y una pluma Mont Blanc en la oficina. Bienvenido a México.

Además, la compañía era una pantalla para lavar dinero. Francisco desconfió de los flujos de efectivo que no se explicaban. Renunció a las tres semanas. Pocos meses después, la AFI clausuró el lugar. "Y yo me quedé otra vez sin dinero y sin nada en la bolsa".

Obtuvo un sitio en la Universidad Autónoma de Baja California como maestro de idiomas en tanto estudiaba su segunda licenciatura, psicología. "Estaba muy desubicado, muy desorientado; había tomado malas decisiones. Como soy una persona muy cerebral, necesitaba estudiar antes de ir a terapia para saber si podía confiar o no en los psicólogos".

La Secretaría de Educación del estado encontró en Rivas a un traductor ideal para Leoluca Orlando, el famoso exalcalde de Palermo, Sicilia, confrontado con la mafia. Rivas había trabajado para él en campaña, cuando se lanzó para el parlamento por La Rete (La Red), un movimiento popular que incluyó al partido de Romano Prodi y cuya oferta principal era el combate a la corrupción.

Entre el 2002 y el 2005, coordinó en México los programas de cultura de la legalidad del Instituto para el Renacimiento Italiano, una organización no lucrativa fundada por Orlando. De manera natural, se convirtió en el responsable de los programas de educación y seguridad pública en Baja California, y después de Nuevo León y Sinaloa. Ahí aplicó algunos proyectos que se habían desarrollado en Italia, como los de atención temprana para los hijos de mafiosos convictos y fue consultor para la National Strategy Information Center, una organización con cede en Washington, dedicada igualmente a generar programas de educación en legalidad.

Francisco Rivas fungió como Director del Proyecto Cultura de la Legalidad en México, que favorecía la institucionalización de programas de ese orden a nivel local y federal.

"Hace tiempo que he estado dedicado a los tema de legalidad y seguridad, con sus respectivos incidentes".

__¿Cómo cuáles?
__Amenazas.

__Toda profesión tiene sus riesgos…
__Por supuesto. Si no quisiera que me amenazaran, me dedicaría a otra cosa. No me considero mártir de la República ni nada por el estilo, pero no tengo los recursos para andar con guarura y carro blindado, tampoco creo que le interese suficiente a nadie protegerme y tampoco tengo la intención de dejar de vivir mi vida porque alguien me quiere amedrentar. No quiero sonar melodramático, pero de niño aprendí lo que es vivir con miedo. Se me hacía un nudo en el estómago cada vez que regresaba a la casa; vivía con angustia, no sabía si iba a encontrar a alguien muerto. No viviré así otra vez.

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