Política

Hogares para ancianos: la vida antes del anochecer


 
 
Rosalía Servín Magaña
 
 
Asilo: la sola palabra remite a abandono y olvido, sin embargo, no siempre es así, pues en estos lugares convergen miles de historias que no necesariamente remiten al desamparo, a la aflicción o a la pesadumbre. Aquí, algunas de ellas…
 
 
Con la mascota por delante
 
 

[Braulio Tenorio / El Financiero]
 
 
Gina, de casi 80 años, es una residente que llegó a Los Ángeles, una casa hogar privada para ancianos, luego de un accidente que sufrió en su casa y que pudo haberle costado la vida.
 
 
"Yo no tengo hijos y vivía sola en mi casa con mi perrita Katy. Afortunadamente, había acordado con una amiga, que también vivía sola, que todas las noches nos hablaríamos para cuidarnos una a la otra. Un día me caí y perdí el conocimiento. Mi amiga me estuvo llamando por horas, pero al no responderle contactó a uno de mis sobrinos para que me buscara.  Mi sobrino, otros parientes y, por supuesto, mi amiga llegaron en tropel a la casa y me encontraron inconsciente", recuerda Gina.
 
 

Cuando salió del hospital, su sobrino, preocupado, le propuso vender la casa y que se fuera a vivir en un asilo.
 
 
"Yo no quería estar en un asilo. Adoraba mi casa, y por ningún motivo iba a dejar a Katy, mi perrita. Me hubiera muerto de pena. Así que le dije a mi sobrino: 'si encuentras un lugar donde acepten a mi mascota, adelante'. Mi sobrino buscó por todas partes hasta que encontró este lugar, donde ya cumplí un año, que yo misma me pago con parte de mi pensión."
 
— ¿Y cómo fue recibida su mascota?
 
— A Katy todo el mundo la quiere, ya más bien preguntan por ella que por mí", bromea Gina.
 
 
Mente joven
 

[Braulio Tenorio / El Financiero]
 
 
 
Sarita es punto y aparte, comenta Gabriela, directora de este hogar, al presentarnos a una mujer de 80 años, que desde sus primeras palabras deja ver su cultura, al igual que su impresionante memoria. Sarita habla tres idiomas: español, francés y alemán.  Hace dos años que llegué aquí y fue una asombrosa coincidencia, pues acababa de leer el libro de Simone de Beauvoir titulado La vejez, y de pronto llego yo aquí y me encuentro con la vejez real, fue cuando me di cuenta que yo ya estaba grande, expresa.
 
 

De pronto, sus ojos azules se dilatan al recordar lo que fue su historia de vida, especialmente cuando trabajó en una compañía ferrocarrilera francesa llamada Wagons Lits, gracias a la cual pudo viajar y apuntalar los idiomas aprendidos.
 
 "Por eso es que cuando llegué aquí me dije 'no puedo perder tiempo, debo aprender algo', pues si bien mi cuerpo ya está viejo, no me siento así de mi mente; me interesa seguir aprendiendo, fue cuando me topé con una pequeña pero maravillosa biblioteca que tiene de todos los temas: literatura, medicina, arte y teatro.
 
 

Me encanta", sostiene Sarita, quien nunca se casó ni tuvo hijos.
 
 
Es entonces que rememora aquellos años en los que visitaba el Palacio de Bellas Artes, para presenciar la ópera.
 
 
"Trabajaba a un paso de ahí y las acomodadoras me conocían y me dejaban pasar… era maravilloso", recuerda, y entonces a Sarita los ojos se le comienzan a humedecer.
 
 
Madre e hija
 
La de Olga Cerda es una historia muy particular, pues fue ella misma quien decidió ingresar a esta residencia para adultos mayores para permanecer junto a su madre, Esther, quien decía vivir muy contenta en este lugar.
 
 

"Estuvimos juntas hasta que me dejó hace dos meses, ya estaba muy cansada pues tenía 99 años", recuerda Olga, quien se mostró sorprendida al darse cuenta que lleva ya cinco años formando parte de esta 'familia', como considera a sus compañeros del hogar.
 
 
"¿Tanto llevo aquí? Yo pensaría que había entrado ayer de lo corto que se me ha hecho el tiempo", dice al señalar lo agradable que le resulta la residencia, aun con la tristeza que le causa la ausencia de su madre.
 
 

Olga es contadora y tiene cinco hijos, Jorge, Eduardo, Bety, Fernando y Olga, la mayor, quien es la que está al pendiente de ella.
 
 

"De hecho se compró un departamento muy grande y bonito, donde me hizo un cuarto para que me fuera a vivir con ella, pero yo no quise. La verdad es que ahí yo estaría sola la mayor parte del tiempo, pues ella trabaja, y aquí siempre estoy acompañada y con muchas actividades por hacer", refiere.
 
 
30 años de historia

Gimnasia, taller de manualidades, karaoke, cerámica, bingo, juegos de mesa, taller de historia e integración y memoria, son parte de las muchas actividades que los residentes pueden hacer en Los Ángeles, un lugar creado por Alfredo Colón Hinojosa, quien hace 30 años inició este concepto.
 
 

"El principal objetivo es atender a personas mayores para que tengan una calidad de vida digna y una vejez feliz", explica, por su parte, Gabriela Colón Flores, quien ahora como directora general de esta franquicia, retomó el proyecto de su padre, ya conformado por cinco casas en las que habitan 145 adultos mayores, a quienes proporcionan alimento, hospedaje, atención médica y otros servicios.
 
 

La gente puede salir y regresar, quedarse a dormir o sólo venir durante el día, todo depende de ellos, sus familias y sus capacidades, pues es común que su población presente problemas neurológicos o alguna discapacidad que les impide moverse fácilmente.
 

Si bien los cobros por estos servicios varían entre 7,000 y 11,000 pesos, dependiendo de las necesidades (el costo de un adulto que se vale por sí mismo es de aproximadamente 7,000 pesos mensuales y hasta de 11,000 en el caso de quienes requieren ayuda total), también hay casos en los que los huéspedes no pagan nada.
 
 

"A lo largo de 30 años hemos tenido muchas experiencias: gente que diariamente visita a sus ancianos, otra que sólo se limita a pagar y no los frecuenta y hasta familias que los abandonan y de la que nunca volvemos a saber", platica Colón, quien asegura que en estos casos no pueden dejar a la gente en la indefensión.
 
 
Ante el elevado número de personas en esta situación (el 40% de los residentes fueron abandonados), crearon la asociación civil Los Ángeles para la Tercera Edad, gracias a la cual reciben donativos de empresas y gente en general, que brinda todo tipo de ayuda para solventar los gastos de las personas que no tienen ingresos para pagar. "Pero el trato que les damos a ellos es exactamente el mismo que a cualquier otro. No podemos deshumanizarnos y tratarlos mal por ninguna razón; de hecho por eso no hacemos público este dato a los trabajadores, para evitar distinciones.
 

Aunque también nos aseguramos de que el personal que contratamos sea gente de vocación", señala. Aunque actualmente 98% de los adultos mayores son llevados por sus familiares a estos lugares, para Gabriela Colón, esto tendría que cambiar, al igual que el concepto que se tiene de los mismos, "pues son una buena opción para vivir y hacerlo bien, incluso seguir siendo productivos y sin el riesgo de que les pase algo y nadie se percate de ello".
 

De regreso a la infancia
 
 
Lupita Hernández, la jefa de enfermeras, señala que "es complicado trabajar con adultos mayores, pues se convierten completamente en niños, pero por su peso y actitudes son más difíciles de tratar. Sin embargo, también aprendemos mucho de ellos y nos dan el cariño que nosotros procuramos regresarles.
 
 

"Destaca que muchos de ellos (la mayoría perdidos en tiempo y espacio) no cuentan con sus familias, de manera que ellos toman ese rol, lo que a veces les cuesta lágrimas, especialmente cuando se van.
 
 
Y aquí nos despedimos, agradeciendo a cada uno de los residentes que nos brindaron sus experiencias y también a aquellos que han perdido la noción del tiempo, como Gonzalo, un artista de la pintura que ahora se limita a mirarnos, hasta que lo perdemos de vista caminando por el jardín, donde otros ancianos toman el sol o comparten tiempo con sus familias.
 

"Hay muchas residencias, quizá unas más bonitas y con mejores condiciones, pero ellos lo que necesitan es estar en contacto con otras personas, convivir, sentirse importantes y eso es lo que nosotros les damos", concluye Gabriela Colón.
 
 
 
 
 
 
 
 

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