Política

“Cazar me pone al límite. Me da vida”

El cineasta mexicano Guillermo Arriaga afirma que prefiere mantener los pies sobre la tierra y a sus amigos. Está muy consciente de que la vida no es el cine.

CIUDAD DE MÉXICO. Guillermo Arriaga es una mole de casi un metro noventa y noventa kilos. Su cuerpo, su mirada pertenecen a los de un cazador. Es un hombre solitario. Solo en el silencio es posible que se encuentren sus quehaceres: el que realiza para vivir y el que propiamente le da vida.

Sabe cambiar de piel, ponerse en el lugar del otro. Escribe sobre esa cueva oscura que es la muerte aunque solo ha experimentado la más natural de las pérdidas: la de los abuelos, sensiblemente la de su abuela paterna.

La caza no es popular, pero Arriaga no es una de esas personas que persigue la aceptación de los demás. Se descubrió cazador desde niño, sin un padre u otro pariente que lo impulsara. Lo llevaba adentro, como una fuerza natural.

Ama la paradoja de la caza: la vida frente a la muerte, "la belleza frente al horror". Sus personajes, dice, se comportan como cazadores: acechan, se vuelcan en sus contradicciones y aman la naturaleza, de la que son producto.

Arriaga se refugia ocho veces cada año en el desierto de Coahuila. Durante años lo hizo en Tamaulipas –junto a sus amigos los ejidatarios Lucio y Melquiades Estrada (este último le dio nombre al personaje de su película Los tres entierros de Melquiades Estrada) – antes de que lo habitaran los Zetas y los soldados.

Entonces cazaba con escopeta. Estudiaba con paciencia a los gansos, aves de vista poderosa, ocho veces mejor que la de los hombres. Arriaga los describe, dando vueltas en vuelo hasta cerciorarse de que nada los amenaza, agudos, capaces de detectar el más delicado movimiento. Una vez que el cazador anticipa dónde descenderán, escava un hoyo en el sitio justo y espera durante horas en el frío extremo, en el calor extremo, inmóvil, hambriento.

__Suena pavoroso.
__ No mato por placer ni por diversión. Cazar no es un deporte ni es para ricos. Setenta y cinco por ciento de la gente que la practica no gana más de cuatro salarios mínimos.

__¿Por qué matas?
__ Es muy complejo. Cazar me pone al límite. Me da vida.

Hablamos del maltrato animal. Le cuento sobre un restaurante en La Condesa, que no conozco, donde se les sirve a los perros en platitos ridículos, junto a sus amos. Afuera, como en toda la ciudad, aguardan los limosneros.

"Se ha desatado una patología. La naturaleza y los hombres hemos sido fragmentados. Ahora, estar en contacto con la naturaleza es ir al Parque México a pasear un labrador. En Estados Unidos, la gente tiene más perros que hijos, y los han humanizado. Hay una generación que no entiende que crueldad animal es vestir a un perro con chalequitos. Eso es faltarle al respeto a su condición de perro. Hemos perdido la noción de lo que es pobreza y lo que es humanidad".

Cuenta el cazador que ha dejado la escopeta. Es cada vez más corporal. Ahora sacrifica a sus presas con arco. "Detrás de él se oculta algo más profundo. El arco cambió las reglas del juego para mí. Lo complicó todavía más".

__Has dicho que la muerte te obsesiona. ¿Por qué?
__ No puedo explicarlo. Cazar es mi pasión. La caza te ofrece un sentido de realidad muy fuerte y te ayuda a entender la naturaleza, la crueldad inherente a ella, pero también se sufre, se padece. En la naturaleza no hay forma de sobrevivir si no es a costa de otras vidas. Una vida toma otras. Comprender eso te ayuda a descifrar tu propia naturaleza y más lejos aún: la fragilidad de la existencia".

__¿Se sufre, dices?
__ Para los antiguos cazadores, el último soplo de vida es sagrado. Me preguntan si siento culpa, y claro que la siento; mato animales hermosísimos. Pero por otro lado, hay que recordar que vivimos en una sociedad higienizada. Las personas compran carne sin saber de qué animal proviene. Que no mates no le resta realidad a la muerte. Ahí está. La diferencia es que yo mato con mis propias manos y otros pagan porque maten en su lugar".

***

Lejos del desierto, Guillermo Arriaga no pierde el ímpetu. Entonces produce, dirige, da clases. En su casa del Distrito Federal escribe una nueva novela. Será la cuarta. La preceden Escuadrón Guillotina (1991), Un dulce olor a muerte (1994) y El búfalo de la noche (1999) y su primer libro de cuentos, Retorno 201. En su labor reivindica su convicción: "recuperar el sentido de la muerte para hacer un homenaje de la vida".

Así lo ha hecho también en su trabajo cinematográfico. La muerte cruza los argumentos de Amores perros, 21 gramos, Babel y The Burning Plain (Fuego).

También ajusta los detalles de su más reciente proyecto: Words with Gods (Hablar con dioses)-- nueve cortometrajes dirigidos por Emir Kusturika, Bahman Ghobadi, Mira Nair, Alex de la Iglesia, Héctor Babenco, Amos Gitai, Hideo Nakata, Warwick Thornton y el propio Arriaga –todos premiados en los festivales de Cannes, Venecia, Berlín o San Sebastián-- sobre la relación de cada uno de ellos con su religión-- que se estrenará este año.

__¿Cuál es la tuya?
__ Soy ateo. Creo que aquí se acaba todo. Por eso tengo que vivir con intensidad.

Cuesta creerlo, pero a Arriaga le faltan la mitad de los huesos de la nariz y tiene la espalda reforzada con metal. La violencia y la enfermedad lo dañaron, pero no ha perdido el atractivo, el brío ni la potencia.

De niño estuvo más de una vez en el momento y el lugar equivocado: "A los doce años, medía un metro ochenta y dos. Y los mayores solían romperle la madre al más grandote".

Fue un enérgico jugador de soccer. Dice que pudo ser profesional, de segunda división por lo menos. Intimidaba. "Era una bestia, pero me faltaba técnica. En cambio, era elegante en el básquetbol".

No es un hombre vicioso. No fuma, no bebe, no ha probado una sola droga, ni siquiera la mariguana, cuya legalización aprobó públicamente.

__¿Por qué?
__ Por rebelde. Por el desafío. Porque en mi barrio todos lo hacían. Me tocaron varios amigos muertos a lo Seymour Hoffman...

__Hablando de Hollywood, has dicho que lo prefieres lejos.
__ Te pierdes fácilmente en el glamour, en la fiesta. Yo prefiero mantener los pies sobre la tierra. Prefiero a mis amigos. La vida no es el cine.

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