Peras y Manzanas

Política y economía en el TLCAN

Las presiones y los tiempos políticos están marcando la agenda de una renegociación que afectará varios ámbitos de la economía mexicana, asegura Moy.

La economía, como se suele definir en contextos académicos, es la ciencia social que estudia la asignación de recursos escasos para fines múltiples. Visto desde esa óptica, todas las decisiones que tomamos durante un día tienen una implicación económica, como qué desayunar, si se trabaja o no, y en especial la forma en la que asignamos nuestro tiempo, recurso particularmente escaso.

Sin embargo, hay otras decisiones económicas que rebasan la esfera individual pero que tienen grandes implicaciones en la vida de las personas — el presupuesto y su asignación, la política fiscal, la monetaria, por mencionar algunas. Esas decisiones nunca son exclusivamente económicas, sino que están a merced de los temas políticos. Los partidos en las diferentes esferas de poder dictarán la pauta en temas que incidirán en la calidad de vida de las personas. No se trata sólo de ideologías, no es que sean de izquierda o de derecha, también hay intereses particulares e intereses políticos.

En uno de esos remolinos se encuentra girando el TLCAN. Todo parece indicar que más allá de los resultados que pueda tener la renegociación del tratado desde el punto de vista económico, son los tiempos políticos los que están determinando las conversaciones.

Por el lado mexicano, tanto el gobierno saliente como el que iniciará en diciembre parecen tener prisa en cerrarlo. El primero quiere terminar una negociación complicada y que hasta el momento se ha llevado de forma profesional y el segundo no quiere empezar su administración con un tema que tiene el potencial de complicarse aún más teniendo un impacto en los mercados financieros, particularmente en el cambiario.

Por parte de Estados Unidos se quiere mandar una señal positiva en materia comercial después de los conflictos que el presidente Trump ha iniciado con prácticamente todos sus socios comerciales, particularmente China. También, y será difícil distinguir cuál es la motivación principal de Estados Unidos, porque conocen el interés mexicano en que se cierre el tema pronto, lo que llevaría a México a hacer concesiones que no haría si los tiempos fueran otros.

La discusión de los últimos días, que se ha llevado a cabo sin Canadá, ha girado en torno a las reglas de origen del sector automotriz. Hoy, para que un coche esté exento de aranceles en los países miembros, tiene que contar con 62.5 por ciento de contenido regional. Estados Unidos exige que ese porcentaje sea 75. No ha cedido. Cedió en su momento cuando aparte del contenido regional, exigía que un porcentaje específico fuera fabricado en Estados Unidos, lo cual no es compatible en una negociación comercial. México en algún momento propuso 70 por ciento, pero Estados Unidos no se movió del 75. De acuerdo al secretario Guajardo, México ya presentó una contrapropuesta cuyo contenido no se conoce a detalle, pero que bien podría consistir en que se aceptara el 75 con un escalonamiento en los tiempos para alcanzarlo, posiblemente de cinco años.

Otra consideración relevante en este sector es la demanda de que 40 por ciento del valor de los coches norteamericanos sea producido en economías que paguen a sus trabajadores en el sector mínimo 16 dólares por hora. México sugirió que fuera 20 por ciento, pero Estados Unidos rechazó la propuesta. Está por verse qué está dispuesto a ceder México en este tema sin duda difícil dada la situación salarial del país.

Pero aparte de las reglas de origen en el sector automotriz, faltan temas difíciles como la cláusula de extinción, la estacionalidad de productos agrícolas y la solución de controversias, por mencionar algunos. No se puede evidentemente considerar cerrado ningún capítulo sin la participación de Canadá.

Esta misma semana, Mary Anastasia O´Grady en un artículo en el Wall Street Journal escribía sobre la dificultad de terminar la renegociación este año, independientemente de la prisa de las partes. El Congreso estadounidense requiere que el presidente dé aviso de la intención de firmar un acuerdo con 90 días de antelación. Una vez que se notifica, se tiene que hacer público el texto y antes de ser votado, la Comisión de Comercio Internacional tiene que presentar un estudio de impacto económico que puede tomar hasta 105 días. Todo este calendario está además enmarcado en las elecciones intermedias de Estados Unidos que se llevarán a cabo el 6 de noviembre y en el cálculo político de cuántos votos republicanos y demócratas se necesitarían para aprobar el acuerdo comercial revisado.

Las presiones y los tiempos políticos están marcando la agenda de una renegociación que afectará la competitividad de la región, las inversiones, los empleos, los salarios, el consumo y los precios.

Entiendo el interés de cerrar el tema, pero el éxito de los acuerdos comerciales no se debería juzgar por los tiempos, sino por los beneficios. Valdría la pena recordar el refrán popular… "despacio que llevo prisa".

COLUMNAS ANTERIORES

La polarización como estrategia
Las palabras no se las lleva el viento

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.