Peras y Manzanas

El que transa, sí avanza

Todos los candidatos quieren gastar y por eso hacen tantas promesas, pero nadie quiere explicar cómo las pagarán.

De antemano, una disculpa por empezar estas líneas con una anécdota. Hace algunos años, durante un examen final de Economía, caché a un alumno con un acordeón.

No me lo imaginé copiando ni supuse que estaba haciendo trampa. Lo vi haciendo trampa. El papelito con sus miles de gráficas y fórmulas quedó como evidencia. Al quitárselo y aplicarle la sanción correspondiente el alumno se molestó y llamó a sus papás. La mamá fue a la universidad a defender a su hijo y ante el argumento de que su hijo había cometido un fraude y por ende tenía que asumir las consecuencias, la mamá respondió "definan fraude".

Me queda claro que una anécdota no marca un patrón, pero el hecho con todas sus aristas llamó poderosamente mi atención. El alumno era el ofendido —no le estaba yo dando oportunidad de explicarse— y la mamá no sólo defendía la trampa de su criatura, sino que también cuestionaba que el hecho mismo fuera una trampa. Me gustaría pensar que la anécdota muestra la excepción.

La información que esta semana proporciona la Universidad de las Américas Puebla muestra que por lo menos en el ámbito fiscal la trampa es común. Que la evasión fiscal existe lo sabemos desde siempre, pero el estudio Evasión Fiscal Global en México la dimensiona. En 2016, en México se evadieron 510 mil 92 millones de pesos, monto equiparable a 2.6 por ciento del PIB. Se evita pagar todo tipo de impuestos, pero del total, la mayor evasión corresponde al ISR —con 58 por ciento— seguido del IVA con 37 por ciento.

La recaudación en México es particularmente baja al compararnos con economías de la OCDE. Los países miembros de este grupo recaudan en promedio un equivalente a 34.3 por ciento del PIB. México recauda únicamente alrededor de 17.2 por ciento, por debajo de economías con un nivel de desarrollo similar como Turquía que recauda 25.5 por ciento o Chile con 20.4 por ciento.

Estamos en campaña y los candidatos, sin excepción, hacen miles de promesas: más programas sociales (ya hay más de seis mil), becas, transferencias, salarios rosas, sembrar árboles, subsidios. Sin considerar la viabilidad económica de estas promesas, todas implican uso de recursos.

El único candidato que hace referencia, hasta el momento, a la fuente de ingresos para financiar todos sus proyectos, es Andrés Manuel López Obrador. Para AMLO todo será financiable a través de los ahorros que habrá en su administración por la desaparición de la corrupción, sin que aún logre explicar de una manera coherente y realista cómo logrará desaparecerla. Todos quieren gastar, nadie quiere explicar cómo lo pagará.

La buena noticia que podemos extraer del estudio mencionado es que la evasión ha ido disminuyendo en el tiempo. Por ejemplo, la tasa de evasión del IVA (lo que se evade como proporción de lo que potencialmente se podría recaudar) en 2005 era 33.5 por ciento. Con el último dato disponible, el de 2016, la evasión ronda 16.4 por ciento. La evasión en el Impuesto Sobre la Renta era aún mayor, 49.4 por ciento en 2005. Hoy se acerca a 19 por ciento. Estas disminuciones han sido posibles, en gran parte, por los cambios tecnológicos que permiten mayor fiscalización de los contribuyentes. La tecnología nos ha dado menos margen para hacer trampa, por lo menos en este aspecto.

Este problema fiscal puede verse, sin caer en el eufemismo típico, en un área de oportunidad. Mejorar la recaudación, sin tener que hacer grandes ajustes en el esquema fiscal, es posible y factible. El estudio muestra que 80 por ciento del PIB podría ser sujeto de IVA, pero que la amplia cobertura que tienen las exenciones y las tasas cero merman el potencial recaudatorio de este impuesto y le abre la puerta a la evasión.

Las necesidades de infraestructura y de gasto del país me llevan a argumentar sobre la necesidad de incrementar la recaudación.

El envejecimiento de la población agravará el problema fiscal.

Pero al observar la forma en la que se gasta, me hace cuestionar la misma premisa. Incluso suponiendo que no hay desvíos de recursos públicos o corrupción, la eficiencia del gasto público en México es poca.

Pensar, por ejemplo, que tendremos como candidato presidencial a una persona que ha violado la ley sistemáticamente, que se burla del sistema, que al señalársele sus trampas ríe y dice que son travesuras, es sólo un botón de muestra. El Bronco recibirá dinero público —valdría la pena recordar la frase de Margaret Thatcher de que no hay dinero público, sino dinero de los contribuyentes— para su campaña y su disfrute personal.

Todos los que pagamos impuestos estaremos financiando —entre muchísimas otras cosas— la campaña de una persona que se burla de la ley, que desprecia a las mujeres y que se ríe de las instituciones del país. Una muestra más de que aquí el que transa, sí avanza.

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