Peras y Manzanas

Carne y arena

A propósito de las palabras del ganador del Oscar, Guillermo del Toro, Valeria Moy analiza la situación de los migrantes mexicanos, pero también de los que llegan al país.

Yo soy un inmigrante como Alfonso y Alejandro, mis compadres. En los últimos 25 años he vivido en un país que es de todos nosotros. Tiene partes de aquí, de Europa, de todas partes. Porque creo que lo más maravilloso que se puede hacer, y nuestra industria lo hace, es borrar las líneas en la arena: Guillermo del Toro.

Las palabras que Guillermo del Toro pronunció al aceptar el Oscar al mejor director, me remitieron a pensar en la migración —fenómeno profundamente complejo y difícil de capturar desde todas sus perspectivas—. En México, no sólo expulsamos población en búsqueda de otra vida, también recibimos migrantes, algunos en su tránsito hacia Estados Unidos. Al migrar, permiten que sus familias, a veces municipios enteros, puedan sobrevivir y aspirar a una mejor vida de la que tendrían sin los recursos que sus parientes les mandan desde Estados Unidos.

El flujo de remesas que México recibió en enero de 2018 creció 7.5 por ciento con respecto a enero del año previo.

Subió el total recibido, por el incremento en el monto promedio de cada envío y en el número de operaciones. En términos per cápita, Michoacán, Zacatecas y Guanajuato son quienes más remesas reciben, 627, 592 y 433 dólares respectivamente. Si bien es difícil saber con exactitud a qué se debe el aumento, es válido suponer que la reactivación de la economía de Estados Unidos ha llevado a mejores oportunidades para los trabajadores que ahí radican, incluyendo a los migrantes mexicanos legales o ilegales.

Normalmente, y así se lee en los análisis que realizan las casas de bolsa y los bancos, el incremento en las remesas es una noticia positiva.

Desde hace un par de años, México recibe más dólares vía remesas que de ingresos petroleros. Para muchas familias es una fuente de recursos indispensable. Pero no hay que olvidar que es resultado de la expulsión de millones de personas a lo largo de los años.

Las personas no migran por gusto. Lo hacen por necesidad, buscando mejores condiciones para ellos y para sus familias. No se van, son expulsados por su país.

La perspectiva económica es sólo una de las muchas que tiene este fenómeno y quizá hablar de remesas para hablar de migración es bastante frío. No es un tema de números, sino de personas. Carne y arena, el trabajo de Alejandro González Iñárritu y Emmanuel Lubezki, que se presenta en el Centro Cultural Tlatelolco, lo presenta de forma espectacular.

En Carne y Arena te sumerges por unos minutos en la experiencia de un migrante, de aquel que deja todo lo que tiene para buscar algo mejor, de quien arriesga su vida para poder vivirla mejor. Son tres espacios distintos. Cada uno sentirá el frío de la sala inicial, un espacio helado lleno de zapatos encontrados en el desierto en la frontera o en los basureros de las salas de detención. Luego vivirá lo que quizá sea para la mayoría lo más impactante de las instalaciones, una escena de realidad virtual en la que se comparte el espacio con los migrantes y con la policía, se comparte —de forma virtual, claro—, el miedo de las personas y hasta la angustia de sus latidos.

Pero lo que más me impactó de la experiencia es la última parte.

Una sala oscura con los relatos escritos de los migrantes protagonistas de la escena previa, mientras su cara permanece en una pantalla. Todos reales. Los migrantes que ahí se muestran no son mexicanos. Son salvadoreños y guatemaltecos en su mayoría. Pero todos pasaron por México. Y en la narración que hacen de sus experiencias, es en México donde está el terror.

Las experiencias con la policía migratoria en Estados Unidos (EU) son horribles, pero dentro del horror hay cierto orden y protocolo. Saben lo que sucederá: les quitarán los zapatos, les darán agua y los llevarán a un centro de detención —a las congeladoras— y a esperar la deportación o quizá la permanencia en ese país.

Las vivencias que narran sobre lo que pasa en México son aterradoras. Los golpean y los asaltan. La Policía los soborna, les quitan los zapatos y sus poquísimas pertenencias y hasta les roban las fotos de sus hijos. Uno narra cómo fue testigo de que aventaran a otro migrante desde una colina.

El espléndido trabajo de Alejandro González Iñárritu y Emmanuel Lubezki me llevó a reflexionar sobre el tipo de personas en que nos hemos convertido.

Exijamos sin duda que se trate mejor a nuestros migrantes en Estados Unidos, pero volteemos también a ver lo que nosotros hacemos en México, no sólo a las personas que expulsamos, sino a las que van de paso buscando mejores oportunidades. No nos gustará lo que vamos a descubrir, pero no podemos seguir cerrando los ojos.

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