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Repensando la infidelidad (Segunda Parte)

     

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La infidelidad es un acto de traición pero también un anhelo de cercanía emocional, vitalidad, novedad, libertad, intensidad sexual, reconexión con las partes perdidas del sí mismo. O quizá un acto de voracidad: mientras más altas las expectativas de felicidad personal y menor tolerancia a las limitaciones de toda relación, mayor vulnerabilidad a la infidelidad. Un affaire también puede ser un intento de reparación de una adolescencia llena de prohibiciones que derivó en poca experiencia amorosa y sexual. Es común que ocurra durante un duelo, frente a la enfermedad, producto de la depresión o de algún cambio brusco en la vida de la pareja como el nacimiento de los hijos o el desempleo. Las personas en relaciones de largo plazo se preguntan si lo que viven será todo y ya no habrá más; si nunca volverán a sentirse enamorados ni apasionados y vendrán 25 años más de lo mismo. Estas preguntas llevan a algunas personas a romper el pacto de fidelidad. Más que el sexo, es el deseo lo que mueve las aventuras emocionales y sexuales: deseo de atención, de volver a sentirse especial e importante.

La infidelidad produce síntomas parecidos a los del estrés post traumático. Cuando todo se descubre, comienza un infierno de obsesión, hipervigilancia, aturdimiento, furia y miedo. Las contradicciones se viven como locura: "Te amo-te odio, lárgate-no me dejes, abrázame-no me toques". Todas respuestas primarias del cerebro que en situaciones límite solo sabe pelear, huir o paralizarse. Después de la infidelidad se pierde la coherencia narrativa de la pareja, al robarle al otro la historia que suponía compartir, cuando ata cabos y descubre el engaño: "mientras celebrábamos mi cumpleaños, ella iba al baño a llamarlo".

A veces es el golpe final a una relación que ya estaba muerta y a veces es solo un capítulo amargo en la larga historia de la pareja. Algunos se instalan para siempre en el rencor y el odio y otros son capaces de convertir la crisis en una oportunidad de cambio.

Valdría la pena intentar separar los sentimientos sobre la infidelidad de las decisiones sobre el futuro de la relación El caos puede generar un nuevo orden: nuevas conversaciones honestas y profundas que quizá no se tuvieron durante años.

La sanación empieza cuando el traidor acepta lo que hizo, expresa culpa y remordimiento por lastimar a la pareja y es capaz de liberar al otro de la obsesión contestando preguntas y estando dispuesto a hablar para, lentamente, restaurar la confianza. No es recomendable hablar de los detalles sexuales, pero la pareja sí debería hablar de qué significó la aventura para cada uno, qué valoran de su vínculo y que ya no era posible sentir o expresar en su relación.

Quien ha sufrido la traición debe hacer cosas que reparen el amor propio: rodearse de amor, amigos, familia y actividades para recuperar la alegría, el significado y la identidad. Depositar tanto, quizá todo, en una sola persona, es en parte una de las causas de que el dolor de la infidelidad sea peor. Si a una le gustan otros aspectos de su vida, es posible que la herida sea menos profunda o menos difícil de superar.

La traición en las relaciones viene en muchas presentaciones: rechazo, desprecio, indiferencia, violencia física, verbal, económica. La traición sexual es solo una forma de lastimar a la pareja, pero la víctima del affaire no siempre es la víctima absoluta del matrimonio.

La infidelidad no dejará de ocurrir solo porque la juzguemos ética, moral o religiosamente inaceptable. Quizá deberíamos construir relaciones más fuertes, en constante revisión, basadas en la conversación sincera de lo que está funcionando y de lo que no. Algunos podrán iniciar un nuevo capítulo de su relación con la misma persona. Otros se separarán y quizá tendrán una nueva vida amorosa y sexual. Cada uno es libre de asumir qué actitud tendrá frente a un error humano que es familiar para todos los que hemos amado.

Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa. Conferencista en temas de salud mental.

Twitter: @valevillag

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