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Denunciar el acoso

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El feminismo es una causa que apareció de modo visible con la Revolución Francesa y ha transitado por distintas olas o etapas: el feminismo ilustrado, que defendía la igualdad de inteligencia de hombres y mujeres y la reivindicación del derecho a la educación. El feminismo sufragista de mediados del siglo XIX y hasta los años 50 del siglo XX que luchó por el derecho al voto.

Y el feminismo contemporáneo, representado sobre todo por las intelectuales francesas encabezadas por Simone de Beauvoir, autora de libros imprescindibles como La mujer rota y El segundo sexo, que defendía la libertad sexual, la no cosificación de la mujer, lo personal como político, el derecho a la anticoncepción y a la interrupción del embarazo. Esta tercera ola feminista declaró a las mujeres como dueñas de sus cuerpos. El movimiento sigue su lucha, porque la violencia contra las mujeres y la desigualdad estructural de la sociedad están lejos de ser un problema del pasado. Las mujeres no han sido escuchadas durante mucho tiempo. Quizá nos debería alegrar que hoy sean una parte preponderante de la conversación colectiva.

Estas últimas semanas han sido de intenso aprendizaje sobre temas como feminismos, libertad sexual, acoso sexual, consentimiento, pero quizá, y por encima de todo, la conversación más importante tiene que ver con la seguridad física de las mujeres. Con nuevas maneras de pensar las relaciones entre hombres y mujeres, menos desde la cultura del acoso y más desde una vivencia del respeto, pero sobre todo una cultura que las proteja y que les reconozca el derecho a andar de minifalda por las calles a la hora que quieran.

El movimiento #Metoo que organizaron las estadounidenses es una causa envidiable y admirable para denunciar las presiones sexuales desde el poder, que afectan sus carreras profesionales. No es en ningún sentido un atentado contra la libertad sexual. Es una muestra de solidaridad femenina, así como ocurrió con los movimientos #Niunamás y #Miprimeracoso, que evidenciaron cientos de miles de casos de niñas, adolescentes y mujeres abusadas en América Latina.

Conozco a muchos hombres que serían incapaces de abusar de sus posiciones de poder para acosar mujeres. Conozco hombres honestos que se conducen con absoluto respeto por las personas con las que trabajan y con las que conviven diariamente. Es una torpeza conversar estos temas desde el esencialismo, que promueve creencias como que los hombres tienen deseos sexuales incontenibles o que las mujeres tienden a ser más bondadosas. La agresión y la capacidad destructiva es humana, ni duda cabe. Pero al día de hoy, siguen siendo los hombres quienes matan a las mujeres y los hombres quienes matan a otros hombres.

Decir que ya no se puede ni ver a una mujer es una torpeza mental. Es radicalmente distinto y evidente mirar a alguien con admiración y mirar a alguien con lujuria. Hay miradas neutrales, otras invasivas y otras francamente agresivas. Recibir una mirada lasciva o una vulgaridad sexual es un privilegio que uno le concede a alguien mediante algo llamado consentimiento, que puede ser explícito o no verbal. En el mundo de las interacciones sociales, lleno de ambigüedades, estas controversias nos deberían ayudar a ser más sensibles y observadores de las señales que las mujeres dan para acercarse o no. Si se trata de poner el deseo de los hombres en el centro de la conversación, volveremos a principios y mediados del siglo XX, cuando las mujeres vivían el sexo como una imposición y no como disfrute y libertad.

"He aprendido de feminismo con mis hijas adultas", me escribió una madre mexicana que vive en Canadá. Puedo decir lo mismo como mujer que camina por las calles de la Ciudad de México y como mamá de una chava de 17 años. Son desgastantes, agotadoras, todas las precauciones que tomamos para movernos, salir solas en la noche, pensar en cómo vestirnos y siempre estar de guardia. Lo que tenemos en México es un problema real y no un capricho ideológico. Ocurren siete feminicidios cada día en nuestro país. 26 mil mujeres han muerto desde 2010 por el simple hecho de ser mujeres. Denunciar acoso en México es muy difícil, los interrogatorios humillantes: ¿Cómo iba vestida? ¿Había bebido? ¿Por qué salió sola? ¿Qué hacía a las 4:00 am en ese lugar? Si pensamos en el acoso sistemático del que no se habla, pero del que todo mundo se entera, quizá cambie nuestra perspectiva sobre lo urgente.

Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa. Conferencista en temas de salud mental.

Twitter: @valevillag

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