Opinión

Tiempo de Ciudadanos

Luis Wertman Zaslav.

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Presidente del Consejo Ciudadano de la Ciudad de México.

Albert Einstein decía que la mejor definición de demencia es hacer lo mismo y esperar resultados distintos. Nos guste o no, las circunstancias en este momento nos exigen actuar de manera distinta. Hoy tenemos el derecho y también la obligación de emitir nuestro voto para romper la inercia de la baja participación en elecciones intermedias que tanto ha favorecido a la clase política del país. Las campañas (éstas que fueron mezcla de absurdos y excesos) terminaron el miércoles y nos dan la oportunidad de reflexionar hasta el domingo antes de elegir a conciencia lo que creamos que mejor nos conviene.

Ojo. A conciencia.

La culpa de la decisión que tomemos en las urnas no será ni de los spots (muy malos la mayoría), las promesas de campaña (muchos qué, poquísimos cómo), los escándalos (creo que en este proceso no faltó ningún truco sucio) o la aparición de opciones independientes a los partidos tradicionales (varias sí muy refrescantes para esta democracia que se hace vieja rápidamente, porque no conecta con los jóvenes), será otra vez de nosotros.
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Podremos argumentar la idea del voto duro, de que son elecciones intermedias, de que ya está todo acordado, pero la responsabilidad de los resultados, no nos engañemos, será completamente nuestra. Un ejemplo: en 2003 y 2009 el porcentaje de votación en la Ciudad fue del 40 por ciento del padrón electoral; en 1997 alcanzó el 67 por ciento, cuando elegimos por primera vez Jefe de Gobierno y demostramos que somos la sociedad más comprometida y politizada del país.

Sin embargo, ese honor no es automático. Veamos a otros estados como Nuevo León o San Luis Potosí y observemos que la mejor manera de encauzar nuestro enojo o nuestro desencanto es votando de manera libre y, de nuevo, a conciencia.

Porque de eso se trata la elección del 7 de junio, de establecer, a través de las urnas, la dirección que queremos para nuestra ciudad, nuestro estado, el propio país. Los cambios que demandamos o la continuidad que esperamos en lo bueno que se hizo. Es básicamente la mejor forma que tenemos de hacernos escuchar y por ello no debemos abandonarla, al contrario, debemos impulsarla y salir a votar con la familia, los vecinos, los amigos. Quien diga lo contrario, está tratando de engañar.

Debemos demostrar que nosotros no nos enganchamos en las disputas de los partidos, de sus candidatos y, por lógica, de sus intereses. Tenemos tiempo en estos días de revisar –si no lo hemos hecho- las propuestas que más nos satisfagan, con la obligación de presionar, exigir y en su caso apoyar a quien tenga el cargo. Nuestra tarea no acaba al votar, ahí empieza.

Finalmente, algo que es igual de importante, debemos establecer un esquema de supervisión permanente de lo que hacen los políticos con y en el poder. Es fundamental vigilar y reclamar resultados, asegurarnos que el compromiso con el cargo es en su totalidad y existe transparencia en todas sus acciones. Solos no lo van a hacer porque el sistema político no da incentivos para mejorar, al contrario ayuda a quien cultiva clientelas electorales a partir de apoyos que no buscan mejorar la calidad de vida, solamente extender a la siguiente elección la fidelidad de unos cuantos. Pero eso hay que agradecerlo a la falta de interés de la mayoría.

Para lograr la ciudad, el estado o el país que todos pensamos que merecemos es fundamental pasar de la protesta a la propuesta y a la acción. Lo demás es discurso. Retórica para no salir a la calle. Construyamos la jornada electoral más concurrida y participativa de los últimos años y, con toda la civilidad que nos caracteriza, demos una lección a una clase política que parece ya entendió que está obligada a responder las demandas de los ciudadanos. O enfrentar su extinción.

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