Simon Levy

La trampa en la ratonera

Nos hacen pelear por diferentes ideologías del progreso cuando a las mayorías les une una realidad, los mismos problemas

Hoy el dilema es equivocado: nos hacen pelear por diferentes ideologías del progreso cuando a las mayorías les une una realidad, los mismos problemas. Entonces, olvidamos que en el río revuelto sólo con el movimiento del cardumen; con la unidad colectiva, se puede conducir en la turbulencia a la individualidad.

Históricamente la idea ha sido la manipulación de una minoría inyectando ideología en lugar de conocimiento para centrar la atención de las mayorías en problemas equivocados y así, dividir a quienes padecen las mismas dependencias. El objetivo es claro: se trata de hacerlas discutir sobre los problemas equivocados no de pensar en los dilemas adecuados.

En el camino, entonces, queremos encontrar héroes en lugar de sistemas; individualidades en lugar de colectivos que hagan funcionar mejor al individuo. Seguimos en la codepedencia de culpar a individuos como causas de problemas crónicos, cuando en realidad solamente son consecuencia de ellos. Queremos pues seguir las opiniones de otros porque no hay tiempo de pensar para formular el pensamiento propio.

Buscamos tener gobiernos sanos y funcionales cuando lo que tenemos son sociedades enfermas. Si no podemos aprender a plantearnos cuáles son los problemas crónicos y aprender a construir soluciones colectivas; si no podemos resolver nuestros complejos e inseguridades individuales ¿cómo podemos tener sociedades que funcionen?

El intercambio de ideas, acentúa la arena de fuego de suma cero: no se trata de razonar sino de ganar; no se trata de aprender del otro sino de vencerlo para sentirnos felices con pequeñas dosis de ego que disfrazan nuestros conflictos internos más profundos.

Estamos aferrados al ataque como única alternativa de defensa. Por eso hay tanta violencia y frustración: queriendo estar siempre arriba no terminamos de aprender como levantarnos.

Pero en realidad, poco se discute entre las mayorías que uno de los verdaderos dilemas que las unen, es que cada vez se necesita más esfuerzo físico para lograr un menor grado de cambio en su vida. La palabra ya no es cambio sino supervivencia.

En un mundo plagado de endeudamiento y sobreinformación, la gente no se preocupa y no tiene tiempo de aprender, sino cómo pagar sus cuentas; no tiene tiempo para verificar y por eso buscan influencers que les confirmen lo que piensan.

Vivimos en una época donde muy pocos seres humanos viajan al espacio (y no tiene nada de malo pero) millones no pueden si quiera, saber si comerán el día de hoy. Esa desigualdad es estúpidamente inexplicable. Seguimos entrampados en quitarle a unos para darle a otros, cuando de lo que tenemos que hablar y enfocarnos es en democratizar la riqueza y no en socializar la pobreza.

La necesidad inmediata, la violencia y el narcotráfico, han secuestrado la creatividad y la capacidad creadora del ser humano. El filósofo, el músico y el creador fueron sustituidos por el repartidor a destajo. Vivimos ya en un fascismo que no requiere ni tanques ni balas para crear un estado de sitio, y todos dentro de la ratonera, seguimos peleando por problemas aparentemente diferentes pero secuestrados por la misma realidad.

Allá afuera, el espectáculo de muy pocos es ver la destrucción de la ratonera.

Por eso es tiempo de convocar a la lucidez de la conciencia y mirar quizás un poco alrededor, para ver y así, entender la trampa.

Mientras afuera de la ratonera, el calentamiento global, la nueva geopolítica, el nuevo sistema financiero internacional y sobre todo el avance vertiginoso de la inteligencia artificial y la deuda están creando potenciales discapacitados del futuro que hoy ni siquiera el antifaz más poderoso ya es capaz de ocultar.

¿Qué siga la fiesta en la ratonera?

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