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12 de octubre, ese sí, se olvidó

Sergio Negrete analiza lo que representa que hayan quitado las placas que recordaban las obras entregadas por el presidente Gustavo Díaz Ordaz.

La frase es reiterada: "2 de octubre no se olvida". La represión que inició ese día en Tlatelolco hace medio siglo convirtió a los gobiernos posteriores, hasta hoy, en rehenes de una historia mezclada con mito. Lo que iba a ser un año mágico para México se convirtió en sinónimo de tragedia, en más de un sentido. Porque ese día también se enterró el potencial de un país en ascenso.

Para 1968 llevaba largo tiempo, y continuó, un periodo hoy conocido como el "milagro económico mexicano", que en esa década también vivían países como Alemania y Japón. Baja inflación, muy elevado crecimiento, bienestar al alza, pobreza claramente a la baja. Una clase media pujante, con acceso a oportunidades y empleos como nunca antes había experimentado el país.

Por eso era el 12 de octubre. Porque una sede olímpica no se le concedía a cualquier país, sino sólo a aquellos con demostrado potencial para organizar semejante reto. En 1963 la Ciudad de México había vencido a Lyon, Detroit y Buenos Aires en la búsqueda de ser la ciudad anfitriona de la XIX Olimpiada. No fue el amor del presidente Adolfo López Mateos por el deporte, ni sus múltiples viajes por el planeta, lo que llevaron a ese triunfo, sino la demostración de ser un país pujante. Los juegos anteriores (1964) habían sido en la capital de un Japón también en claro ascenso. Los siguientes (1972) serían en Alemania (Múnich). El 12 de octubre era la coronación de ese potencial económico.

Pero Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación, quedó marcado por el 2 de octubre. Buscando una rápida redistribución de la riqueza, obsesionado en quedar bien con los progresistas que clamaban que era imperativo un cambio radical, modificó el modelo económico. Acabó su sexenio en crisis, con inflación, una fuerte devaluación y un endeudamiento brutal. Su sucesor fue José López Portillo, igual de ignorante en economía, quien repitió la fórmula, pero ampliada gracias a la abundancia petrolera. Los resultados (recesión, devaluación, inflación, deuda) fueron los mismos, sólo que también magnificados. México acabó lastrado por el acumulado de dos sexenios plenos de demagogia.

El resultado fue un largo antimilagro mexicano. Entre 1982 y 1997 el PIB per cápita creció cero por ciento. Ese México posible, próspero, pujante, líder económico en América Latina (lo que actualmente son Chile o Panamá) se perdió en los laberintos del hubiera.

La sombra de Tlatelolco es larga. En días recientes se quitaron placas que recordaban obras entregadas por el presidente Gustavo Díaz Ordaz. Hace medio siglo se inauguraba un evento que mostraba al mundo lo que podía ser México. Pero nadie lo recuerda, el espíritu y fuerza de ese 12 de octubre (la inauguración olímpica, encabezada por el propio Díaz Ordaz, fue espectacular), efectivamente quedó enterrada en el olvido. También ese México potente, en cambio suplantado por un país hundido en una larga siesta económica que persiste hasta el día de hoy.

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