Opinión

Sencilla pero valiosa aportación de un panista


 
Juan Antonio García Villa
 

La ley electoral, o Cofipe, como se conoce por sus siglas al ordenamiento en esta materia aplicable en el ámbito federal, define al proceso eleccionario como el conjunto de actos debidamente concatenados que rigen todo lo relativo a los comicios, es decir, a la selección de funcionarios públicos por voto popular.
 

Aunque el acto en sí de votar parece muy sencillo, demasiado elemental, en realidad no lo es. En alguna ocasión el IFE difundió un anuncio televisivo para hacer notar a la población que en cada proceso electoral debe desarrollar este organismo decenas, tal vez cientos, de funciones y tareas para que los ciudadanos puedan emitir su voto.
 

Y que no sólo simplemente salgan bien sino que tengan como resultado elecciones limpias, muy limpias, que no sean objeto de controversia o impugnación que pongan en duda la legitimidad de las autoridades electas. Se trata pues de una serie de tareas muy delicadas, por su trascendencia en función del bien público.
 

Pues bien, voy a abordar aquí un aspecto del proceso electoral en apariencia mínimo, insignificante. Pero que en el pasado era fuente cada seis años de muchos problemas en las elecciones federales. No en los comicios intermedios, en los que sólo se eligen diputados, sino en las elecciones en los que se vota por presidentes de la República, senadores y diputados. ¿Por qué?
 

Porque en esas elecciones se utilizan –o mejor dicho, se utilizaban- tres boletas idénticas en su forma, tamaño y el color de su reverso, que es el que queda visible cuando se doblan para depositarse en las urnas. Y sucedía con mucha frecuencia que los electores introducían las boletas en la urna que no correspondía.
 

Por esa equivocación, a la hora de hacer el escrutinio en las casillas era tal la confusión que el cómputo derivaba en verdadero quebradero de cabeza. La elaboración de las actas quedaba pendiente hasta el mero final de los trabajos; o si se preparaban luego había que corregirlas, porque al abrir la siguiente o la última de las tres urnas aparecían boletas de la elección cuyo escrutinio ya se había realizado. Luego la ley previó que en tales casos "que se prepararan 'actas complementarias'", es decir, que vinieron a aumentar la confusión.
 

Y la solución fue muy sencilla. Se le ocurrió a un panista de Torreón, Jesús Montenegro, hace más de cuarenta años. Propuso, a través del comité local de Acción Nacional, que el reverso de cada tipo de boleta fuera de diferente color. Y que además el color de la tapa y al menos de uno de los costados de la respectiva urna fuera del mismo color del reverso de la correspondiente boleta de votación. De esta manera el ciudadano, al depositar en las ánforas cada una de sus tres boletas, identificaría sin mayor problema dónde introducirlas.
 

A pesar de su sencillez, la propuesta fue excelente. El comité local de Acción Nacional la envió por escrito al maestro Rafael Preciado Hernández, representante entonces del PAN ante la extinta Comisión Federal Electoral. Por cortesía, el maestro Preciado le anticipó al presidente de ésta, que en aquellos tiempos era el secretario de Gobernación, la propuesta que en la sesión haría ante el pleno de la CFE.
 

Al secretario de Gobernación le pareció tan buena idea que, dijo, no se debería desaprovechar. "Si usted la presenta, sólo por venir de usted y del PAN, la Comisión la va a rechazar y todos saldremos perdiendo; así es que si usted está de acuerdo la propuesta la haré yo". Así se hizo y en efecto se aprobó de inmediato. Pero la aportación fue de un militante de Acción Nacional. Desde siempre y aun en cuestiones mínimas, al menos en apariencia, la mezquindad del priismo ha sido proverbial.
 
 
 

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