Samuel Aguilar Solis

Presidencialismo en transición

 

1

Desde el sexenio de Lázaro Cárdenas cada seis años y a través del voto se renueva la presidencia en México y podemos afirmar que el régimen político que ha prevalecido desde el México posrevolucionario ha sido un sistema presidencial, el cual a pesar de la dinámica del cambio político y social en México no ha modificado su estructura aun cuando han habido reformas importantes que han intentado limitarlo fortaleciendo al Poder Legislativo, incluso a pesar de la alternancia y del fenómeno de "gobiernos divididos".

Gracias a la reforma político electoral de 2014 el régimen político pudiera ser transformado a través de un gobierno de coalición en un contexto de competencia partidista alta, con fragmentación del voto, en un escenario de nueve partidos políticos nacionales y la posibilidad de candidaturas independientes, sumado a una ciudadanía que aún no ejerce su poder en una democracia, ya sea por el nivel educativo o por la dinámica del mismo régimen, pero que demanda eficacia y rendición de cuentas, que además, tal como lo demostró en el pasado proceso electoral del 5 de junio, está dispuesto a castigar a través del voto la corrupción y malos gobiernos.

Los gobiernos de coalición están dirigidos a la construcción de mayorías que permitan alcanzar una gobernabilidad democrática. La opción del Ejecutivo de optar por un gobierno de coalición, además de ampliar márgenes de consenso y gobernabilidad, coadyuvaría (según la reforma) a contar con un gabinete plural y que en la "compartición" del poder se pueda hacer más eficiente y profesional.

Se puede afirmar que en un sistema presidencial, un gobierno de coalición es un elemento innovador en el cual se fortalece la institución presidencial y el Congreso mismo, al otorgarle poder al Legislativo en torno a un proyecto de gobierno que les es común a cambio de compartir el ejercicio de gobierno en las secretarías de Estado, y a la vez la presidencia garantiza mayoría en el Congreso para sus reformas legislativas.

En democracia, y particularmente en un sistema presidencial, una vez dejada atrás la competencia electoral quizá después de campañas negras y guerra sucia, para conformar una coalición de gobierno es necesario que se lleve a cabo con adversarios electorales, por lo que hace indispensable la necesidad de realizar transacciones, negociaciones y acuerdos; es decir, hacer política, para poderle dar estabilidad y legitimidad, si se obtuvo una minoría; hay que buscar mecanismos para compartirlo.

La corrupción contamina el escenario de un posible gobierno de coalición, porque la percepción ciudadana es de recelo en lugar de anhelo, en vista de que en la construcción de acuerdos no ha logrado que se alcance el diseño de políticas públicas exitosas. Sin duda el cáncer llamado corrupción hace metástasis en un sistema presidencial como el que ha persistido en México. La transición hacia un nuevo régimen es inminente aun cuando el nombre del juego llamado alternancia hasta hoy no haya dado los frutos necesarios.

Sin duda un gobierno de coalición que contenga un gobierno de gabinete plural con segunda vuelta sería un escenario ideal para que el poder funcione y en su eficacia y eficiencia lleve su legitimidad y también su gobernabilidad. Sin embargo, en el escenario que se presenta podría decirse que un gobierno de coalición que fortalezca la institución presidencial, otorgándole mayor estabilidad y gobernabilidad al sistema, no parece viable en el corto plazo; más aún por los resultados obtenidos en la pasada elección del 5 de junio.

Los mexicanos merecemos un mejor destino. Quizá debiera reflexionarse acerca de que no hay mejor incentivo para formar un gobierno de coalición como la propia amenaza al sistema.

Twitter: @SamuelAguilarS

También te puede interesar:
Coalición y alternancia
Por más democracia representativa
¿Una Constitución sin legitimidad?

COLUMNAS ANTERIORES

México, en llamas
La incertidumbre en las campañas

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.