Samuel Aguilar Solis

La oposición

Una oposición de calidad, tanto en el Congreso como desde la sociedad, pueden ser la respuesta para el equilibrio de poderes y el juego democrático.

Los ciudadanos votaron y el mandato en las urnas el pasado 1 de julio fue contundente: una presidencia con total y absoluto poder a nivel federal y local, con mayorías en los congresos para llevar a cabo lo que una sola persona decida que hay que hacer. Mayoría absoluta para el presidente y su partido-movimiento en una simbiosis muy parecida a la que tenía el PRI en su mandato hegemónico. ¿Y qué hay de la oposición? ¿De los pesos y contrapesos necesarios en una democracia como la nuestra (si bien incipiente, si bien inmadura, si bien procedimental)?

Muchas son las lecturas del resultado de la pasada elección; sin embargo, hay una que coincide: la venganza ciudadana cobró su precio con menoscabo al riesgo de volver a lo que Juan Linz, en 2000, llamaba "un autoritarismo limitado", en el que en apariencia se respetaban las formas democráticas mínimas, "soltando" de a poco reformas por presiones por parte de la oposición.

El resultado electoral revive el fantasma de un poder presidencial total y omnipresente, el cual abarca a los otros poderes por encima de los límites institucionales y constitucionales y en todos los órdenes de gobierno. ¿Es esto posible? ¿Es posible el regreso del presidencialismo con todo el poder constitucional y metaconstitucional en pleno siglo XXI?

Con los gobiernos divididos a partir de 1997, el argumento era que no se podía sacar la agenda presidencial por falta de mayoría, pero las reformas estructurales de este sexenio demostraron que eso no era del todo real, si se usaba la política para lograr acuerdos; ahora algunos ven como amenaza autoritaria el que el presidente tenga mayoría. ¿Entonces, en qué quedamos? La política y una oposición de calidad tanto en el Congreso como desde la sociedad, pueden ser la respuesta para el equilibrio de poderes y el juego democrático.

Dentro del orden institucional la fortaleza y/o debilidad de las instituciones y los límites y alcances que se encuentran plasmados a nivel legal, sin duda son sujetos a modificación por parte del nuevo titular del Poder Ejecutivo. Sin embargo, el peso de los poderes fácticos (no sólo los legales, sino también los no legales) seguramente también estarán presentes para hacerse sentir más allá del número de la mayoría obtenida por el partido Morena a nivel federal y en los 19 congresos locales, ya que la distribución del poder institucional no resulta ser, al final, un juego de 'suma cero'.

La oposición, si lo vemos en términos cuantitativos, no será preponderante en el Congreso, por lo que es de esperarse que los intereses particulares de las minorías, con el uso de las nuevas tecnologías, incidan en la correlación de fuerzas políticas en el país. Las organizaciones de la sociedad civil usarán de los poderes fácticos, en este caso de los medios, para replicar demandas y para hacer valer los distintos derechos adquiridos.

Los ejecutivos locales de oposición tendrán que hacer frente y alcanzar un equilibrio con su 'coordinador estatal' del gobierno federal; y los partidos, sumamente golpeados, tendrán que recomponerse si es que quieren representar a sectores de la sociedad que habrán de cuestionar al gobierno en turno; la pluralidad deberá persistir, pero para ello tendrán que competir y quizás empezar de cero a construir una base social, y usar formas diferentes de realizar y ver la política.

Frente a un poder tan grande de parte del próximo presidente, la oposición es necesaria; y que lo sea de verdad, recordando el papel de ésta como dice el profesor Pasquino: "Que el gobierno mal gobierne".

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