Samuel Aguilar Solis

Fuera máscara

Con el tiempo encima por tener que dejar la Presidencia y aferrado quizá más que nunca al poder, López Obrador comienza a pelearse con molinos de viento.

En un artículo extraordinario del escritor español Javier Cercas hace unos días y citando un libro biográfico sobre el presidente estadounidense Lyndon Johnson, su autor Robert A Caro señala que “cuando un hombre escala intentando persuadir a los demás que le den poder, la ocultación es necesaria”. Y esto lo hace “para esconder rasgos que podrían hacer que los demás fueran reticentes a darle poder, para esconder también lo que quiere hacer con ese poder; si los demás reconocieran esos rasgos o se dieran cuenta de sus propósitos podrían negarse a darle lo que quiere. Pero, conforme un hombre consigue más poder, el camuflaje es menos necesario. El telón empieza a levantarse. La revelación comienza”. Cercas retoma estos pasajes del libro de Caro para el caso español, pero bien valdría también para la experiencia en nuestro país, para López Obrador.

Con el tiempo encima por tener que dejar la presidencia México, por el fin del periodo constitucional y aferrado quizá más que nunca al poder, López Obrador comienza a pelearse con molinos de viento, con un actuar iracundo, así como más radicalizado en su narrativa populista y de confrontación, incluso de aquellos que fueron sus aliados, pero la imagen que ahora transmite parece más como alguien acorralado en sus propias mentiras, compromisos incumplidos, la corrupción de su gobierno, los señalamientos en medios de comunicación internacionales de presunción de recursos del narcotráfico para el financiamiento de su movimiento político para llegar al poder y para colmo su candidata a sucederlo en una campaña que bien a bien no logra prender, así como las pifias comunicativas en su arranque, más la ruptura con los padres de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa hace mas de nueve años, y esa imagen de acorralamiento lo hacen más peligroso en su actuar, dadas las atribuciones legales que tiene en la Constitución y sobre todo, los recursos públicos con los que cuenta para pretender ganar el 2 de junio a como dé lugar.

Si además esa persona que tiene como lema “no me vengan con que la ley es la ley” y convencido que su “autoridad personal está por encima de la ley”, entonces, no hay motivos para pensar que ahora sí tendrá un comportamiento institucional, legal, para la disputa por el poder, porque nunca lo ha tenido, no es un demócrata, amén de que seguramente quien se inventó un mito fundacional de la historia nacional no estará dispuesto a perder el poder que ha logrado y mucho menos a aceptar la derrota, porque no son esas sus credenciales, sino al contrario, nunca ha aceptado la derrota cuando legal y documental ha sido así.

Ahora en las últimas semanas está viendo que todo lo que él consideraba sólido se desvanece en el aire, y que pese a la debilitada democracia que aún tenemos, hay posibilidades de que una sociedad irritada con el estado de cosas que prevalecen en el país y en un gobierno corrupto e ineficiente, democráticamente lo derrote en las urnas.

La violencia e inseguridad, que golpean a la población en todo el país, ya alcanzan la cifra de 181 mil asesinatos en el obradorato y 50 mil desaparecidos es el más dramático de los resultados de un gobierno incapaz de garantizar seguridad y el rotundo fracaso de una dizque política pública que llamó “abrazos, no balazos”, que más bien trasluce una especie de connivencia sino es que complicidad con el crimen organizado, así como la permisividad de que cobren ‘derecho de piso’ a las personas que tienen una actividad económica o negocios formalmente establecidos. Así, el Estado con López Obrador ha perdido las dos atribuciones fundamentales y con carácter monopolico: la fuerza pública y el cobro de impuestos, con lo cual pone al Estado mexicano al límite de un Estado fallido. De ese tamaño es la gravedad del abandono que se hace de la sociedad, y la crisis y debilidad con la que deja al Estado.

La máscara de ser el defensor del pueblo, de los más débiles, de honestidad, y la narrativa que lo complementa, presume aún, en un tema de ‘logros históricos’, que además se hizo sin endeudarse, cuando este año la deuda alcanzará 17 billones de pesos y se paga por ese servicio cerca de 1.3 billones en este 2024, es decir, hay un fracaso gubernamental, una ineficiencia demostrada en las llamadas obras emblemáticas de López, amén de una corrupción y una opacidad en la asignación de las obras que no solo es la deuda sino que el gasto desmedido en los programas implementados tienen a las finanzas públicas ya crujiendo y será un verdadero reto para quien llegue a la presidencia de la República este año.

Pero en vez de mostrar una preocupación, una aceptación de estos graves problemas que solo mínimamente aquí se han señalado, y de actuar para resolverlos, López Obrador se quita definitivamente la máscara que tantos años usó para escalar al poder y muestra su rostro autoritario y de cerrazón, descalificando las críticas, a las instituciones constitucionalmente autónomas, a los medios de comunicación y cerrando el puño, con la incógnita de sus dichos y su actuar de si estará dispuesto a aceptar la posibilidad de una derrota electoral de su candidata y de su movimiento. Sí, la democracia está en riesgo y debemos preocuparnos y ocuparnos de defenderla a como dé lugar.

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