Salvador Nava Gomar

Presidente electo

El próximo Presidente se acomoda tanto para la esperanza como para la crítica y quizá sea más prudente hablar por ahora de cuestiones con sustento administrativo, presupuestal y desde luego jurídico.

Legalmente, Andrés Manuel López Obrador es Presidente electo de los Estados Unidos Mexicanos. Así lo prevé nuestra Constitución. Así lo declaró la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación tras realizar el cómputo final de la elección, resolver las impugnaciones interpuestas y formular la declaración de validez y de Presidente electo; y con ello concluyó el proceso electoral más expectante de nuestra era, incluso visto con mayor interés que el de Vicente Fox cuando puso fin al primer Priato, dado que es la tercera vez que contiende el tabasqueño y que construyó un movimiento a lo largo del país con el que abanderó las causas de los más desfavorecidos denunciando los abusos, fraudes y corrupción del status quo; lo que a su vez generó adversarios por temor a la instauración de un régimen parecido al venezolano debido a sus postulados radicales en distintas materias, el efecto que produce en la población y al liderazgo determinante entre sus huestes.

Al margen de lo legal, el asomo del nuevo Presidente se acomoda tanto para la esperanza como para la crítica: su reunión con los padres de victimas en Juárez, por un lado, y las críticas por él nombramiento de René Bejarano, por el otro, son un ejemplo.

Lo mismo sucedió con el discurso que pronunció en el Tribunal Electoral frente a los magistrados, ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, titulares de órganos constitucionales autónomos, presidentes de los partidos (con la notoria y torpe ausencia de Damián Zepeda, del PAN) y una importante asistencia de su equipo de trabajo, transición y próximo gobierno.

En un evento republicano, en las instalaciones del órgano del Estado mexicano que resguarda su democracia –institución a la que por cierto antes denunciaba e incluso montó un plantón en su puerta– fue recibido en la entrada por su presidenta, aplaudido por sus funcionarios y acompañado por sus principales cuadros, hijos incluidos.

Dio un discurso congruente. Finalmente es un político que sabe cómo y a quién se dirige. Dijo cosas fuertes y no estoy seguro de si eran el lugar y el momento propicios para hacerlo. Hubo poca institucionalidad en su mensaje. No se refirió a la Constitución, al proceso normativo que da fundamento a ese acto protocolario ni habló del Estado en cuanto tal.

Dijo que no será el poder de los poderes. Ya veremos, tiene mayoría aplastante en el Congreso y las legislaturas locales y su equipo se caracteriza, entre otras cuestiones, por una obediencia ciega propia del caudillismo. Nadie se le opone ni contradice, todo lo relevante se le consulta; no se gasta, modifica o se piensa distinto sin su venia.

Está bien que no haya palomas mensajeras ni halcones amenazantes para respetar la independencia de los otros poderes, pero son muchas sus referencias a los mismos: "no sirven para nada", "cuestan mucho", "pertenecen a la mafia del poder", etc., y tendrá muchos nombramientos que podrá definir: los próximos dos ministros de la Corte, para empezar.

La reunión con Peña Nieto fue positiva. El Presidente también es un gran político (en el sentido subjetivo del término) y todo concede mientras seduce al interlocutor con el encanto natural que suele tener bis a bis: nadie que lo trate de cerca se queja de su trato o afabilidad, y a diferencia de Andrés Manuel, es de esos políticos a la vieja usanza que a todo dice que sí, aunque no necesariamente aclara el cómo, cuándo ni cuánto y por eso no se sabe si cumplirá. López Obrador pidió distintas cuestiones que al parecer le concedieron. Al menos la desventaja por el largo tiempo que transcurre entre la elección y la toma de posesión, ha mantenido estabilidad en el hilo de la cordialidad entre el saliente y el entrante. A ver si ello continúa al momento de la rendición de cuentas en contratos, concesiones y algunos funcionarios muy mencionados, como Lozoya o Ruiz Esparza.

AMLO insiste en la cuarta transformación, y si bien su ánimo coincide con el contexto agraviado de los mexicanos, quizá sea más prudente esperar a la historia y hablar por ahora de cuestiones específicas con sustento administrativo, presupuestal y desde luego jurídico. Se acabó el candidato, hay que gobernar. Él mismo lo sabe y con inteligencia pide paciencia y tolerancia en algunos temas, como a los familiares de las víctimas en la reunión que tuvo en Chihuahua. Señaló que ya acabó la campaña y nos llama a todos a la unidad. Ese es el camino, pero su carisma y compromiso con el destino lo tientan y lo tienen acostumbrado a ser candidato.

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