La Feria

¿Sin corrupción y sin argumentos?

Es posible que existan irregularidades graves, pero López Obrador no tiene hoy pruebas de corrupción en el NAIM. Ni argumentos sólidos sobre Santa Lucía.

A la hora de entregar esta columna, Andrés Manuel López Obrador no había hecho buena la promesa de "dar nota" con un anuncio sobre su primera gran polémica de gobierno: la consulta sobre el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM).

López Obrador ha anunciado que se involucrará de lleno en la discusión sobre el NAIM. Según el presidente electo, la controversia tiene el lado bueno de que, de esa manera, más gente se enterará de que, a instancia suya, se hará una (sui géneris) consulta popular sobre esa obra.

Como en tantas otras cosas sobre el pejismo, en torno a si Texcoco es una buena idea para construir el aeropuerto, que ya se está construyendo, sobran posturas rígidas a favor y en contra, pero no necesariamente sobran argumentos en contra.

Pero si fuera cierto que más y más gente se va a interesar en la consulta, López Obrador enfrentará una realidad incómoda: en los más de tres meses y medio que han pasado desde su triunfo, no ha podido mostrar o demostrar que en el NAIM ha habido corrupción desmedida, escandalosa o insoportable. Como tampoco ha presentado argumentos convincentes de que Texcoco sea una mala idea, al nivel técnico, como sede de esa terminal aérea.

Tres meses y medio llenos sólo de ruido mediático y no pocos momentos embarazosos para su equipo y cercanos, que van de traspié en traspié en cuanto debate se presentan, llámense Javier Jiménez Espriú (al paso que vamos los de Morena van a lograr que extrañemos a ese lamentable funcionario llamado Gerardo Ruiz Esparza), Jesús Ramírez o ingeniero José María Riobóo.

Andrés Manuel está acostumbrado a ser visto como el necio del Periférico que va en sentido contrario a la multitud. Cuando le cometieron fraude en Tabasco y emprendió una caravana a la Ciudad de México, le denostaron llamándole mal perdedor y exigiéndole pruebas. Éstas llegarían de manera misteriosa y López Obrador pudo reivindicar que su derrota se explicaba en el derroche multimillonario de Roberto Madrazo, cuyas facturas pudo exhibir el entonces perredista.

En otra ocasión tuvo también a la fortuna de su lado. Cuando los videoescándalos de 2004 hicieron su irrupción, dinamitando a parte del círculo cercano de AMLO, el tabasqueño argumentó que era víctima de un complot donde estarían involucrados viejos adversarios como Carlos Salinas. El tiempo dio sustancia a la suspicacia.

Sin embargo, hasta ayer miércoles, al menos López Obrador está en minoría en su narrativa de que Santa Lucía es un buen lugar para dotar a la capital de oferta aeroportuaria para el futuro. Sólo, se entiende, junto a millones de quienes le votaron el 1 de julio y aún le apoyan.

Tiene la fuerza de su testarudez y la ventaja de que las oposiciones no existen. Los políticos profesionales de otros partidos no se le quieren atravesar a AMLO. Ni los priistas defienden con ahínco el proyecto del presidente Peña.

Y a pesar de todo, López Obrador no ha producido la argumentación necesaria para que la consulta sea vista como algo más que uno más de sus empecinamientos.

Es posible que existan irregularidades graves, pero López Obrador no tiene hoy pruebas de corrupción en el NAIM. Ni argumentos sólidos sobre Santa Lucía. Nada en firme salvo su propósito de consultar al pueblo porque "es lo debido". Quizá sólo quiera eso, imponer una consulta para probar que se puede consultar. O quizá está a la espera de un milagro, de que alguien le diga dónde estuvo la corrupción.

Antes de una semana sabremos qué quería López Obrador, aparte de consultar porque sí. Acostúmbrense, así será el futuro.

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