La Feria

De la CDMX como santuario de infames

   

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Hace dos semanas fui a Hermosillo, y allá dicen que el exgobernador Guillermo Padrés vive en la Ciudad de México. El jueves pasado fui a Cancún y allá dicen que Roberto Borge ha elegido a la capital de la República como su nueva residencia. Vaya, qué suertudos los chilangos, pensé, qué honor que gente últimamente tan afamada decida migrar al valle de Anáhuac.

Puede ser que estemos ante puro chisme costero, como dice mi colega Silber Meza de esas cosas que en poblaciones más pequeñas circulan de manera imparable, y que son dadas como verdad absoluta por quien se las cuenta a uno, a un fuereño.

O puede ser que Padrés y Borge tengan buenas razones para elegir la CDMX, y no necesariamente porque ganarían anonimato al mudarse a la metrópoli. Una de esas razones, estimo, es que se puede vivir a gusto acá a pesar de la mala fama.

Pongamos de ejemplo a Eugenio Hernández. No es raro encontrarse al exgobernador de Tamaulipas en algún restaurante de Masaryk (incluso a mí me ha pasado en un par de ocasiones).

El tema de don Eugenio es muy particular. Los medios insisten en que autoridades de Estados Unidos lo buscan hace años, pero él o no sabe de eso, o tiene todo en regla. No sé con qué autoridad tendrá todo en regla, pero supongo que tan en regla que más allá de apariciones en restaurantes capitalinos, Hernández incluso votó en el pasado proceso electoral de su estado (http://bit.ly/1Xv22rZ). Así que a salto de mata que digamos, no anda.

Y tenemos, por supuesto, el caso de Rodrigo Medina. El exmandatario de Nuevo León también eligió al ex Distrito Federal como su residencia luego de dejar, en medio del escándalo, la gubernatura hace un año.

Aquí pasó temporadas también Guillermo Cosío Vidaurri, defenestrado del gobierno de Jalisco en 1992; aquí se pasea Marco Antonio Adame, panista que dejó en crisis a Morelos, y en Las Lomas de Chapultepec habita, cuando no está en Barcelona, Fidel Herrera. ¿Se sumará pronto a este listado Javier Duarte?

Si se confirma que Borge no se fue ya a Madrid, o Padrés a Tucson, donde también los ubican, es cierto que no tendrían problema alguno de venir a la capital.

Porque en la Ciudad de México se da una circunstancia muy particular: aquí conviven aguerridos personajes y empeñosos colectivos que pugnan por crear una cultura y un marco legal para la rendición de cuentas, y preclaros ejemplos de personajes cuya trayectoria es símbolo de lo que esos mismos grupos quieren combatir.

Hace un par de años, en Nueva York, los medios, concretamente el Times, comenzó a hacerse preguntas sobre quiénes son los nuevos vecinos en una pujante Manhattan en cuanto a real estate se refiere. De ahí surgió una serie de reportajes, en la que incluyeron a nuestros Murat, que quiso desvelar los nombres detrás de sociedades anónimas mediante las que algunos extranjeros de, digamos, pobre reputación, compraban lujosos departamentos neoyorquinos.

La capital mexicana tiene muchas virtudes, y una de ellas no es hacerle el feo a personas que difícilmente pueden presentarse ante sus comunidades, por las pésimas cuentas que dejaron tras su labor pública.

Dice la leyenda que algunas sociedades expulsaban a los corruptos de los restaurantes haciendo sonar las copas con un cubierto. ¿Sería deseable que eso pasara entre nosotros? ¿O es demasiado ingenuo pedir que a gente como Borge, Duarte o Padrés –que, cuando menos, deben muchas explicaciones en su tierra–, no les resultara tan fácil el hacer de la capital su santuario? Son preguntas.

Twitter: @SalCamarena

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