Rosario Guerra

Encuestas

Rumbo a las elecciones presidenciales de 2018, Rosario Guerra analiza el papel que jugarán los indecisos.

Las encuestas siguen dando como favorito a AMLO hacia la Presidencia. Anaya se coloca en el segundo lugar y Meade en el tercero. Aún el INE no define quiénes han cumplido con las firmas para competir como independientes, pero sus votos restan más a las coaliciones del PRI-PVEM-NA o PAN-PRD-MC que a Morena-PES. Cierto que aún no inician las campañas, pero AMLO ya tiene años de proselitismo para lograr el triunfo. En dos ocasiones quedó en segundo lugar. Dicen la tercera es la vencida y así vemos cómo se acomoda con todo tipo de alianzas, más allá de trayectorias o principios, lo mismo con la ultraderecha que con personajes de todos los partidos, ya que sabe todo voto cuenta, no importa cómo se sume.

Anaya sigue una estrategia dirigida contra el PRI en búsqueda de afianzarse como la opción frente a AMLO y sumar el voto útil en una cerrada final. Pero no acaba de cuajar, ni aunque hable inglés y francés, y se dirija a Trump. Nunca ha tenido un cargo administrativo para evaluar su desempeño o eficacia. Su experiencia en el manejo de responsabilidades es nula, pues no formó parte de los gobiernos panistas, a los que hoy critica. La alianza con el PRD para hacer el 1-2 con la Ciudad de México sigue despertando dudas entre grupos que luchan por sus derechos como comunidad gay o feministas. Entender el concepto de gobierno de coalición no ha podido permear y se percibe más una alianza de conveniencias electorales. Los escándalos que le estallan por manejo de recursos, tanto de "moches" como legislador, de negocios familiares y ahora con empresarios para "financiar" la sede panista, le ocupan parte de su tiempo, y en su discurso más que aclarar culpa al PRI-gobierno de filtraciones. Su posicionamiento empero es bastante bueno. Si logra consolidar el voto de militantes de sus aliados puede crecer más.

Por su parte Meade, atrapado en las contradicciones de un gobierno mal evaluado, por escándalos de corrupción e impunidad, con la devastadora foto de EPN y los gobernadores del "nuevo PRI" hoy encarcelados o prófugos, ha optado por una campaña de propuestas. Ha hecho varias, aunque poco han trascendido. Su perfil es el mejor de los candidatos por su experiencia, eficacia y honradez, por tender puentes para lograr avances. No mandó a su familia al extranjero, como Anaya, ni tiene a sus parientes en la operación política como los hijos de AMLO. Es un hombre sensato y conciliador. Tiene las mejores cartas para ser un gran Presidente, pero su candidatura no entusiasma. Y hoy el PRI no gobierna en muchas entidades y municipios que concentran electores. Mantiene una gran militancia, pero no es suficiente para el triunfo. Requiere sumar más segmentos.

Aún con la amenaza del "ya Chávez quien" muy acreditada, AMLO se posiciona como la única y verdadera oposición, explota el enojo, la desesperanza y la frustración. Con un discurso que promete arreglar seguridad en tres años, -no sabemos cómo porque lo de la amnistía quedó como ocurrencia-, promete regalar dinero a ninis, a estudiantes, a tercera edad, más lo que se acumule, sin subir impuestos ni caer en deuda. Asegura que con refinerías bajará el precio de gasolinas, lo cual es inviable. Dice parará el nuevo aeropuerto y las inversiones en energía, lo que traería costosas indemnizaciones y la completa ruina del Estado. Pero pese a todas esas ideas descabelladas que nadie en su sano juicio puede creer, Andrés tiene carisma, despierta emociones y genera esperanza.

Tropieza consigo mismo, con su autoritarismo, con su nuevo oportunismo, con su intolerancia a la crítica, con sus declaraciones sobre su patrimonio y medios de vida, con su vocación liberal y guadalupana, pero nada de esto le ha hecho mella. Su más reciente crítica a Silva Herzog y a Krauze lo pintan de cuerpo entero. En el compendio de encuestas que publica El País AMLO mantiene la delantera, pero cuando se comparan preferencias por partido, la ventaja disminuye. Hay aún una buena parte del electorado que aún no define su voto. Así que aún faltan etapas que pueden cambiar preferencias.

Las encuestas son cuestionadas porque sus registros en pasadas elecciones no se aproximaron a los resultados electorales. No son predictivas, solo registran el momento. Cómo cambie el entorno depende de los actores políticos, de sus estrategias y de su comunicación. No hay partido que no recurra a los estudios de opinión pública para definir propuestas, discurso, candidaturas, imagen. Un buen diagnóstico es básico para lograr el éxito. La metodología de las encuestas define su credibilidad. El diseño de la muestra, del cuestionario, la capacitación de los encuestadores, la no respuesta, el procesamiento de los datos, son elementos que pueden imprimir sesgos a los resultados obtenidos.

Así que más allá de encuestas, la historia está por escribirse. Ya no hay miedo a la alternancia. Tampoco se presta tanta atención a las descalificaciones que abundan. Las razones para decidir el voto se relaciona a factores sociológicos, psicológicos y racionales. Hay poco interés por la política, las explicaciones simplistas son aceptadas, información y conocimiento del funcionamiento del Estado es escaso, por lo cual frases cortas, ocurrencias, confrontaciones se procesan con facilidad. Y ese es un problema, aunque todos dicen que quieren propuestas, nadie las recuerda, ni las atiende. De ahí que el desempeño de los candidatos ante la opinión pública irá definiendo por quién se inclinarán los indecisos, que son los que definen las elecciones. En este momento los jóvenes tienen un mayor peso, aunque votan menos que los adultos, y poco se interesan en informarse sobre la política. Lo que está en juego es nuestro destino común. La decisión es tuya querido lector, actívate.

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