Rolando Cordera Campos

Los viejos problemas y su necia vigencia

El columnista analiza los problemas que acecharon al país en el pasado y que a la fecha siguen vigentes.

Hace algunos años, era común dedicar tiempo a dilucidar el significado e implicaciones que los "grandes problemas nacionales" tendrían para el país y así buscar su efectiva superación y evitar encrucijadas, de las cuales podría emerger el muy temido "México bronco". Así le llamó Jesús Reyes Heroles en la fase más que tardía de aquella época en la que esos embrollos reclamaban especial atención, si es que la unidad nacional alcanzada iba a sostenerse.

El gobierno, en especial el que presidiera Gustavo Díaz Ordaz, acabó con esta ecuación en buena medida ilusoria. Sin miramientos, rompió con la confianza y las esperanzas que muchos tenían en dicha unidad y en la fortaleza de la Constitución como baluarte contra divisiones, lo que llevó a que con el paso de algunos años la carta magna perdiera su papel de guía principal para encarar las problemáticas nacionales.

Luego, con la emergencia del pluralismo político consagrado en esa Constitución pero sobre todo afianzado en unas leyes que muy pronto fueron sujetas a la peor de las especulaciones e irresponsabilidades imaginables, el abandono del viejo sistema político no propició la formación de un nuevo sistema. Uno que fuera capaz de enfrentar tanto problema no encarado y menos resuelto por el régimen de la unidad posrevolucionaria.

Probablemente, hoy presenciamos los últimos intentos de renovación y modernización de ese mortecino sistema por parte del presidente Peña Nieto y, por obligada añadidura, el hundimiento de un partido que hace un buen tiempo dejó de ser hegemónico y olvidó la manera de (re) construir tal circunstancia.

De aquellos "grandes problemas" casi todos se olvidaron y no pocos se mofaron de la fórmula por considerarla arcaica y poco eficaz; escarnio que no impidió que los problemas se agravaran. Del poder central se pasó a una descentralización que no podía rendir frutos productivos porque su débil centro sólo podía dar lugar a un nocivo desentendimiento del gobierno federal, antes central, respecto de sus obligaciones fundamentales como la seguridad, la salud, la educación. El intento de retomar los mandos no prosperó pero las cosas ya no quedaron como antes sino empeoraron.

Un buen ejemplo de estos descalabros lo encontramos en los desencuentros que ha corrido la reforma educativa; el descuido de los gobiernos estatales de la salud pública; la rendición de los poderes locales ante la criminalidad organizada y cada vez más desfachatada y, en las últimas semanas, el chalaneo al que se dio la Secretaría de Hacienda en el caso planteado, no muy rigurosamente por cierto, por el gobernador Corral.

Ligereza o bravata, la que acompañó el reclamo del chihuahuense, pero no por ello menos reveladora: el país aparece colgado de alfileres en beneficio de lo que parece ser el único partido hegemónico sobre esta tierra. Sigue sin desvelo ni reposo manifestándose lo que don José Alvarado llamara el "misterioso caso de la secretaría de Hacienda". Y he aquí la tela de donde cortar para imaginar un gran y diferente reajuste del Estado y sus principales políticas, como la económica y la social, pero también la de planeación, la monetaria o la de comercio exterior, para no hablar de la muy abandonada tarea regionalizadora.

Ahí, en esos flancos y pliegues de la política y del Estado nacional se pone a prueba una y otra vez la eficacia de la democracia como forma de gobierno y una y otra vez el veredicto es reprobatorio.

Empezada ya la campaña electoral, con todo y su absurdo interludio, tan ficticio como ridículo, es de estos temas que deberían hablarnos los aspirantes y sus acompañantes en las diferentes candidaturas. Pero no lo hacen y la brecha entre la realidad y el proyecto se ensancha y profundiza donde todo corre el riesgo de estropearse; donde aquellos grandes problemas pierdan su sentido histórico y sean tragados ya no por la furia diazordacista sino por el olvido o la indiferencia de quienes debían hacerse cargo de sus desafíos.

En esas estamos y la espera no va a durar mucho. Las vidas paralelas que imaginan para su beneficio y solaz las elites no son la ruta de una nación acorralada. Exigir una convergencia cuando todavía tenemos tiempo, es indispensable.

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