Rolando Cordera Campos

Lecciones III: La desigualdad importa, pero a pocos les interesa

El crecimiento importa y la necesidad de que aumente su ritmo y se mantenga debería ser evidente para todos, en especial para quienes buscan gobernarnos.

El crecimiento importa y la necesidad de que aumente su ritmo y se mantenga debería ser evidente para todos, en especial para quienes buscan gobernarnos. Pero no es así. Los discursos políticos evaden el tema.

Los salarios también importan, en especial si el desempeño económico del país depende en medida creciente de lo que ocurra con el mercado interno. La cadena que va del trabajo y su ingreso al consumo, las ganancias y la reinversión y así al crecimiento sostenido, debería ser asumida por los partidos y sus abanderados. Pero tampoco es el caso. El griterío acalla cualquier palabra.

Sin embargo, es la desigualdad económica y social, de género y etnia, la que está en el centro del debate y la reflexión internacionales y cada vez hay más voces que coinciden en que con el despliegue y ahondamiento de estas desigualdades, el capitalismo no puede funcionar bien sin tocar la pauta distributiva. Tendría que incurrir en niveles cada día mayores de endeudamiento privado y aumentar los peligros de otra burbuja.

Cuando, además, la desigualdad se vuelve divisa de clase y su defensa implica rechazar cualquier política redistributiva, desde luego aquella relacionada con los impuestos y el gasto público, la cosa se pone grave: para conservar un mínimo de ley, orden y legitimidad, al Estado no le queda otra que incurrir en mayor endeudamiento sin que haya garantía alguna de que ese gasto se vaya a destinar para fines productivos, de creación de nuevos espacios para la acumulación de capital y los mercados.

Por mucho tiempo la desigualdad fue vista como una condición para que se invirtiera, la economía creciera, el empleo prosperara y el sistema de reprodujera virtuosamente. Hoy, pocos creen en esta ecuación, porque la savia corrosiva de la desigualdad ha sido puesta sobre la mesa, documentada con amplitud y rigor, en la academia y los círculos de pensamiento más influyentes, e interiorizada por cada vez más ciudadanos como un motivo de irritación y rencor político social. De no ser asumida como una lacra injustificable, la desigualdad puede volverse corrosiva de la cohesión social y la lealtad democrática de las masas.

Hace diez años, por estas fechas empezó el desplome de los 'muy grandes' que, por serlo, 'no podían caer'. Bear Stearns dio la voz de alarma pero pocos la oyeron. Luego vendría Lehman Brothers y el mundo se pondría en peligro.

Se invocó el regreso del 'maestro' Keynes y en Estados Unidos se puso en jaque la sabiduría convencional y se impidió un desplome mayor. No el desempleo masivo, pero sí la quiebra multitudinaria de empresas y del sistema financiero en su conjunto. Millones perdieron sus casas y poco a poco la esperanza, pero hoy vuelven a ver brotes verdes en la ocupación, aunque no en los ingresos.

No se hizo lo suficiente pero sí lo necesario y hoy, nada menos que Trump preside sobre una economía no sólo en crecimiento sino sobre estimulada y, otra vez, presa de los dilemas clásicos entre inflación y crecimiento, mientras sus dirigentes amenazan al mundo con una guerra comercial de proporciones incalculables.

Por su parte, la opulencia concentrada llega a niveles inauditos y las sociedades avanzadas oyen los pasos del fascismo, disfrazado de Brexit, ligas y alternativas ominosas por igual. Desde Buenos Aires, Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, en una entrevista con El País (20/02/18, p. 35) resume la coyuntura:

Pregunta: En la película Inside Job usted decía: "me preocupa que después de esto los banqueros vuelvan a hacer las cosas a la manera de siempre. ¿No es lo que ha pasado?

Respuesta: Hay que tener mucho cuidado para aprender las lecciones de 2008 y no olvidarlas. La crisis no ha llegado al punto en el que podemos volver a hacer los negocios como se hacían antes de la crisis. Eso no sería una buena idea, en absoluto".

Buena advertencia al llegar al décimo año del estallido. Pero la 'hora de la igualdad' proclamada entonces por la Cepal no llega y las manecillas del reloj se echan para atrás una y otra vez. Aquí, para buena parte de las élites del dinero y la política la 'hora del cambio' pareciera traducirse en aceptar la conseja de publicistas y mercadólogos: hablar de justicia distributiva vía el fisco no da votos, los quita.

Seguimos tropezando con las mismas piedras, materiales y mentales.

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