Rolando Cordera Campos

Entre el delirio y el silencio, ¿qué nos pasa?

La cero tolerancia de Donald Trump para los migrantes se trata, más que de aplicar la ley, de imponer una política de fuerza que satisfaga sus voraces galerías.

"La memoria histórica es aquella que nos da el sentido de la identidad, que le da continuidad o le imprime fisuras a nuestra historia. Saber quiénes somos también quiere decir saber qué hemos sido. Yo no sabría decir quién soy si no supiera decir qué fue el fascismo, cómo ha sido mi historia, qué es mi cultura. Esta pérdida de conocimiento del pasado que ahora, paradójicamente, se está verificando, no obstante los increíbles y fantásticos medios de comunicación, es muy peligrosa": Claudio Magris.

La política de tolerancia cero sobre y contra la migración, del presidente Trump, ha rendido ya una cuota horrenda y brutal de violaciones de los derechos de las personas, hoy renombrados como derechos humanos. Más de dos mil niños han sido separados de sus padres migrantes; detenidos por la neurótica cerrazón de los servicios y controles estadounidenses que quieren hacer de la patria de Lincoln una fortaleza donde sólo entren los que se parezcan a su presidente y comandante en jefe.

El general Michael Hayden, destacado miembro de la 'comunidad de inteligencia' de los Estados Unidos de América, no encontró mejor vehículo para su indignación que una foto que, en palabras de mi amigo y corresponsal Sergio Muñoz Bata, "muestra el campo de concentración en Birkenau, adjunto a Auschwitz", y contiene un texto del general que dice: "nadie que ahora cruce por este portal debe creer, ingenuamente, que aquí se garantizaba una conducta civilizada".

A pesar de los esfuerzos empeñados por lo mejor del pueblo alemán, ya no para borrar aquella memoria del horror sino para asumirla creativamente y asegurarse de que eso no vaya a repetirse, no ha pasado mucho tiempo. Lo malo y lo feo es que en la patria de los libres, de los que triunfaron sobre el terror y la sevicia alimentada por la barbarie sobre el suelo que vio nacer a Bach o Einstein, es donde anida el huevo de la serpiente.

Así lo ha dicho con claridad y sin ambages la señora Albright en su libro sobre el fascismo y, a su manera, lo dicen y enfatizan quienes se preguntan por la caída y muerte de las democracias y, en especial, de la que presumía ser siempre nueva y al mismo tiempo haber fundado la democracia moderna. No estamos pues en los bordes de la hipérbole o montados en las conocidas proyecciones ultras sobre el fin del mundo que viene.

Junto o en medio de las convulsiones de la economía global que Trump quiere desinflar cuanto antes, la forma de gobierno que debía acompañar a nivel planetario esa nueva fase del capitalismo ahora se ve sitiada desde sus centros primigenios (consúltese a este respecto el formidable volumen de John Keane, editado recientemente por el FCE, Vida y muerte de la democracia. También, How Democracies Die, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, publicado por Crown en Nueva York).

Según cuenta Sergio Muñoz, se ha llegado al extremo de "prohibirle a los custodios que conforten a los niños que muestran estrés". Ya desde marzo, agrega, "el entonces secretario de Seguridad Interna, John Kelly, había anunciado que el objetivo de la separación de familias era desalentar la inmigración ilegal (…)

"Intentando darle una justificación moral a su inhumana conducta, el fiscal Sessions tuvo la audacia de escudarse en un pasaje bíblico (…), vergonzosa declaración que sólo alguien moralmente discapacitada como la inefable Sarah Sanders, portavoz de la Casa Blanca, intentó justificar argumentando que 'es muy bíblico' reforzar la ley", enfatiza Sergio en su artículo ('¿Tolerancia cero o intolerancia?', Letras libres, 18 de junio de 2018).

Varias son las voces que condenan los desplantes del bravero de la Casa Blanca e incluso algunos partidarios de la administración balbucean su contrariedad. Sin buscarlo, Trump ha logrado unir contrapuestas voces en su contra —conservadores, religiosos, republicanos mismos, activistas por los derechos de los inmigrantes—, quienes repetidamente han manifestado que la tolerancia cero equivale a cero humanidad.

Aún así, Trump y su banda siguen adelante y buscan justificarse culpando a los demócratas y argumentando que sólo aplican leyes ya existentes aunque no se preocupen por mostrar en qué leyes o artículos está la obligación de separar a las familias. Se trata, más que de aplicar la ley, de imponer una política de fuerza que satisfaga a sus voraces galerías.

La indignación de los americanos bien nacidos crece. Nuestro gobierno insiste en que ha protestado a tiempo, pero hay que decir que nuestro silencio, el de los mexicanos como sociedad activa y alerta ante la agresión trumpiana simplemente azora. ¿Qué nos pasa? ¿Qué nos pasó? ¿A qué hora se jodió nuestro Perú? (Con perdón del nobel Vargas Llosa).

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