Otros Ángulos

Anaya y Kushner, dos chicos maravillosos

Los dos son de esas aves que cruzan mares y pantanos seguros de que llegarán a la otra orilla porque gozan de una suerte maravillosa.

Los dos no son de este mundo, sus cualidades sobrepasan la media y a muy temprana edad nos muestran que tienen un brillo espectacular. Comencemos por el nuestro. De origen, Anaya se afilió al que una vez fue el partido más democrático de México. Cuando en el PRI, el Partido Comunista o el PARM se practicaba abiertamente el dedazo, ahí entre los azules la regla era otra: reinaban las comisiones, el diálogo y las votaciones reales de las distintas parcelas. Bien, parecía que le gustaban los principios y los valores de la derecha y hasta de la llamada 'gente decente'. Pero de repente le dio por desobedecer a sus mayores y hasta de volteárseles. Entre zancadillas y tropezones que no se daban entre ellos, llegó a presidir ese partido y luego a arrebatarles la candidatura de una mixtura en donde figuran los que eran sus rivales del odiado PRD y del Movimiento Ciudadano. ¿Raro? Rarísimo, pero bien metido dentro del oportunismo.

Y llegó el día que siendo funcionario le dio por hacer negocios: compró un terreno, lo habilitó como nave industrial y lo vendió. Ganó 54 millones de pesos. Investigaciones del periódico El Universal revelaron inconsistencias (así se le llama a lo que no se ajusta a las reglas), y el chico maravilla no ha sabido explicar de dónde salió el dinero de la compra, a quién se lo vendió, por qué el dinero fue hasta Gibraltar, y finalmente por qué negó a su socio verdadero en todas esas transacciones.

Él ha preferido autocalificarse como perseguido político, decir que se usan las instituciones federales en su contra, y su respuesta ha sido contundente: él también las usará para meter en la cárcel a su supuesto perseguidor, Enrique Peña. Es un chico maravilloso. Nadie se atreve a negarlo. Su partido, el PAN, que un año atrás parecía un organismo sólido, ahora está dividido como queso en rebanadas, todas distintas.

Veamos ahora al chico Jared Kushner. Nace en Livingston, Nueva Jersey, el 10 de enero de 1981. Es el principal propietario de una sociedad inmobiliaria y es hijo del empresario, también inmobiliario, Charles Kushner. Para su fortuna conoció a una linda dama llamada Ivanka, que para su suerte es hija de otro empresario que ha llegado a ser presidente de Estados Unidos. Esos son sus méritos en la vida. Bueno, colaboró en la campaña presidencial buscando apoyos financieros y también contrató a talentos de Silicon Valley para resaltar la figura de su querido suegro rumbo a la Casa Blanca. No es poca cosa: otro joven maravilla.

En estas horas se encuentra en México y los medios publican fotos en las que se le ve rodeado por el canciller Luis Videgaray, primero en la Secretaría de Relaciones Exteriores y más tarde en Los Pinos, con el presidente Peña.

Lo primero que uno debe preguntarse: ¿no debería haber sido recibido por un asesor o en caso extremo por el subsecretario para América del Norte?

Sabemos que es muy brillante como empresario que sabe comprar terrenos, habilitarlos, desarrollarlos y venderlos como edificios de departamentos y casas de lujo, pero qué tanto sabe de problemas migratorios, agricultura, educación y comercio internacional, que dicen fue lo que vino a tratar. Preguntémonos: ¿por qué tamaña distinción? Y la única respuesta está dada: por su cercanía con el suegro más poderoso de estos confines, con el patán que todos los días nos insulta y menosprecia. Se le recibe a ese joven maravilloso como si estuviera a la altura de un premio Nobel o de un héroe que en Siria ha salvado de un bombazo a más de 230 personas.

Cuando Trump lo envía, nos está dando diversos elementos que deben ser tomados en cuenta: es un ser muy cercano a sus intereses aunque no tenga un sitio en el gabinete ni sea embajador, es alguien de su familia y de su confianza. Todo esto como un ángulo positivo. Pero también nos indica que nos considera obligados a recibir a alguien sin jerarquía, puesto que nosotros estamos necesitados de los yanquis en mil terrenos, no solamente los inmobiliarios.

Anaya y Kushner son de esas aves que cruzan mares y pantanos seguros de que llegarán a la otra orilla porque tienen los elementos para hacerlo, pero, sobre todo, porque gozan de una suerte maravillosa.

COLUMNAS ANTERIORES

La austeridad republicana mata
García Luna, un productor de televisión

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.