Apuntes Globales

La ausencia de política migratoria al centro de la crisis bilateral

AMLO tiene que poner fin a un largo procrastinar de casi dos décadas para instrumentar una nueva política migratoria mexicana.

Lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su equipo tienen que entender es que ya no podemos seguir pateando el bote de tener una política migratoria del siglo XXI, con un capítulo especial para la migración en tránsito y para lograr una frontera sur con infraestructura y seguridad.

AMLO es especialista en arremeter contra los gobiernos del pasado. En los temas de migración de tránsito y frontera sur tiene razón. Ambos son una asignatura pendiente desde el sexenio de Vicente Fox, que se agudizó en los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.

A Calderón le explotaron dos crisis. El reporte de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de 2009 que señalaba: 20 mil migrantes son secuestrados al año por la delincuencia organizada. Y la matanza de San Fernando, Tamaulipas, en que 72 migrantes fueron acribillados por Los Zetas. El gobierno federal tomó una actitud defensiva y no hubo voluntad ni visión para emprender un proceso que fuera a la raíz del problema. (Aclaro, cuando sucedieron ambas crisis era el asesor de política exterior de Calderón, es decir, asumo mi responsabilidad).

A Peña Nieto le explotó la crisis de los niños migrantes en el verano de 2014. Ante la llegada masiva de cerca de 70 mil niños acompañados y no acompañados a la frontera México-Estados Unidos, básicamente del triángulo del norte centroamericano, Obama mismo presionó a México y a las capitales centroamericanas. Peña Nieto creó el Programa Frontera Sur que supuestamente marcaría un nuevo paradigma hacia la migración de tránsito y la frontera sur. Una vez que disminuyeron los flujos de niños migrantes, Peña se olvidó y el plan ni siquiera arrancó.

AMLO asumió la presidencia con un renovado interés hacia la migración, insistiendo que había que ir a las raíces del problema para evitar que fuera una necesidad. Para eso prometió un gran plan de desarrollo para Centroamérica y el sur de México. También, durante sus primeros meses de gobierno se ha observado un importante viraje de la Secretaria de Gobernación (Segob), especialmente del Instituto Nacional de Migración (Inami), hacia una postura más humanitaria hacia los transmigrantes centroamericanos. Es decir, Segob dio un giro de 180 grados, de halcón a paloma.

Como parte de la conferencia de prensa del lunes pasado, la 'mañanera' de Washington encabezada por el canciller Ebrard, se dio a conocer un comunicado que detalla cómo México no está cruzado de brazos en el tema transmigración: "entre diciembre de 2018 y mayo de 2019, las autoridades migratorias han devuelto a 80 mil 537 personas migrantes, principalmente de Centroamérica". Más aún, se señala que se espera recibir 60 mil solicitudes de refugió al final del año y que se han retornado a México cerca de 9 mil migrantes de Centroamérica para esperar su proceso migratorio ante tribunales estadounidenses.

Efectivamente, la Cancillería se impuso a Gobernación y finalmente se tiene una postura de control, más cercana a la que exige Washington, pero también más realista.

Ahora bien, no hay que ser la CIA u otros servicios de inteligencia estadounidense, para descubrir que las propuestas de AMLO en torno a la transmigración y frontera sur se parecen a las propuestas retóricas vacías de los gobiernos anteriores.

Ni el Inami, ni la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), cuentan con un espaldarazo presidencial. Por el contrario, al Inami se le redujo el presupuesto y el de la Comar es notoriamente insuficiente.

Más aún, el plan de desarrollo para la Centroamérica y el sur de México no ha sido aterrizado. Se ha cacareado mucho, como vuelve hacerlo el canciller Ebrard en el comunicado de la conferencia de prensa del lunes en Washington, "La Comisión Económica para América Latina (Cepal) ya cuenta con un Plan de Desarrollo Integral para El Salvador-Guatemala-Honduras-México que ha sido diseñado en conjunto con los gobiernos del norte de Centroamérica".

Lo que la Cepal ha desarrollado es un plan concreto de corredores migratorios y económicos entre el sur de México y Centroamérica. Ese plan no tiene nada que ver con la presunción de AMLO de un verdadero Plan Marshall para Centroamérica y el sur de México.

AMLO tiene que poner fin a un largo procrastinar de, casi dos décadas, para instrumentar una nueva política migratoria mexicana. Desde los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001, Washington le ha exigido a México, unas veces por las buenas y ahora con las amenazas arteras de Trump, que instrumente una política migratoria que tome en cuenta las necesidades de seguridad en los tiempos de Al Qaeda y el Estado Islámico (EI).

Lo que complica enormemente la respuesta de AMLO es que la posición de Trump está cargada de racismo y discriminación. Lo que detonó el tuit en que amenazó con la imposición de aranceles fue un video que muestra como 1036 migrantes, la mayoría mujeres y niños de Centroamérica, se metieron a través de un hoyo en el muro fronterizo entre Ciudad Juárez-El Paso y se entregaron a las autoridades para pedir asilo. Se dijo que es el mayor grupo en la historia que se entrega a las autoridades migratorias de Estados Unidos.

México no puede jugar el juego racista y xenófobo de Trump. Sí asumir una política migratoria de flujos seguros, ordenados y legales. La postura de AMLO tiene que buscar un punto intermedio entre la seguridad que exige Washington y el humanismo que debemos a los centroamericanos y mexicanos, quienes no encuentran en nuestros países su derecho a una vida digna y sin violencia.

La testarudez y enjundia de AMLO para sus proyectos favoritos es requerida para una nueva política migratoria, humana y segura. No es por Trump. Se lo debemos a los migrantes centroamericanos y connacionales.

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