Apuntes Globales

El juego de Peña con Trump, nacionalismo electoral

Fernández de Castro opina que la respuesta de Enrique Peña Nieto a Donald Trump por el envío de la Guardia Nacional a la frontera con México es fútil.

La clase política, la comentocracia y los cuatro candidatos a la presidencia aplaudieron el mensaje del jueves antepasado de Enrique Peña Nieto hacia Donald Trump: "Si sus recientes declaraciones derivan de una frustración por asuntos de política interna, de sus leyes o de su Congreso, diríjase a ellos, no a los mexicanos". Con una buena dosis de acumen político electoral, del que le sobra, Peña citó a los cuatro candidatos en su respuesta hacia las amenazas del ocupante de la Oficina Oval de mandar efectivos militares a la frontera con México.

Más aún, Peña, tres días después de su mensaje televisivo, y seguramente envalentonado por la buena recepción nacional ante su nueva postura frente al mandatario estadounidense, llamó a una reunión de gabinete en domingo pidiendo que todos los secretarios trajeran un listado de sus acuerdos con Estados Unidos. Es decir, se trataba de amagar a Washington –si Trump sigue vilipendiando y ofendiendo a México—dejará de contar con nuestra cooperación.

¿Qué es lo que tanto gustó a la clase política mexicana, a la comentocracia y a la clase política? Y ¿Es posible dejar de cooperar con Estados Unidos como estrategia para evitar las bravuconadas de Trump?

Lo que causó el consenso de la clase política y los comentaristas fue la nueva firmeza mostrada por el presidente mexicano; su cambio de tono hacia Trump. De un tono moderado y de ser el adulto en la conversación, Peña aparentemente ha decidido enfrentar a su homólogo estadounidense e incluso preparar acciones hostiles contra el país vecino del norte.

Estoy convencido de que, si hay algo que aplaudirle a Peña y en especial a su canciller Luis Videgaray, es haber toreado a Trump en vez de subirse al ring con él en los 15 meses que han coincidido en las presidencias de ambos países. Lo que siempre le he reconocido a Peña es contar hasta diez cada vez que Trump ataca a México y buscar una respuesta que lo aplaque sin concederle necesariamente.

Examiné en este espacio lo firme y bien preparado que lució Peña en su llamada con Trump de enero de 2017, la cual fue filtrada en su totalidad a The Washington Post unos meses después. En esa llamada en que Trump hizo referencia al posible envío de tropas para enfrentar a "los hombres malos en México", un Peña cortés pero firme atajó una y otra vez, "no pagaremos por el muro." Es decir, aplaudí la puesta en escena de la máxima de negociación 'puño de acero con guante de seda'.

Considero que lo que se le aplaude a Peña hoy es nacionalismo electoral. Resulta que, repentinamente, ante uno de los literalmente cientos de amagos de Trump, el presidente se envolvió en la bandera y dijo hasta aquí, pinto mi raya. Y es electoral, pues metió a los cuatro candidatos a su campo nacionalista.

Nos cuesta mucho trabajo a los mexicanos no sucumbir a los llamados antinorteamericanos. Más aún, ese coraje histórico e histérico hacia el vecino se magnifica en los tiempos del odioso Trump.

Peña es un presidente de salida y debilitado. Es decir, no es el momento para cambiar de estrategia hacia Washington. Y menos aún, porque la táctica de Peña de torear a Trump ha sido exitosa. No solamente ha conjurado las amenazas del gandaya de la Casa Blanca sino que incluso está cercana a lograr su propósito más anhelado en la relación bilateral —la renegociación exitosa del TLCAN—. La diplomacia de Peña hacia Trump le ha valido, incluso, el reconocimiento en altos círculos multilaterales y varias capitales del mundo.

La revisión de la cooperación hacia Estados Unidos a nivel de gabinete es un ejercicio fútil. No dan los tiempos para cumplir el amago y es una pésima idea el dejar de cooperar en materia de seguridad con el vecino. O bien en muchos temas de la relación bilateral fuera de los reflectores, pero igualmente importantes.

El manejar la relación a través de estancos –que los temas no se revuelvan—la inventó el excanciller Fernando Solana justo en los tiempos de la negociación inicial del TLCAN. Se impidió que los problemas de migración o narcotráfico afectara la marcha del acuerdo comercial. El manejo por estancos es una aspiración, lo que se denomina teóricamente un 'tipo ideal', algo que puede marcar el rumbo pero que es imposible instrumentar al 100 por ciento.

La diplomacia de Peña ha alardeado, de vez en cuando, con hacer lo contrario: poner todos los temas en el mismo paquete y entrecruzarlos. De eso se trató aparentemente la reunión de gabinete del domingo pasado. Amenazar al vecino con que podríamos dejar de cooperar, especialmente, en materia de seguridad.

Ahora bien, al igual que el manejo por estancos, el entrecruzar todos los temas es una aspiración. No se puede instrumentar cabalmente. O qué, ¿vamos a permitir que un terrorista se introduzca a territorio estadounidense? O bien, ¿vamos a fomentar que entren mareros de El Salvador y alimentar la narrativa de Trump que los migrantes son unos criminales?

No cooperar con Estados Unidos en materia de seguridad y en muchos temas es darnos un balazo en el pie. La relación bilateral es altamente interdependiente. No nos confundamos. Cooperamos con el vecino por principio y por interés nacional.

El señor Trump es un gran negociador. El sacar de quicio a sus rivales es su más apreciado instrumento. No es momento de caer en su juego y apostar por un nacionalismo electoral.

La no respuesta de Trump -quien jamás deja pasar una afrenta- al discurso de Peña me confirma que incluso en Washington fue leído como una postura que responde más a un interés de alimentar el mercado electoral mexicano.

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