Apuntes Globales

Diplomacia olímpica coreana

Rafael Fernandez de Castro considera que la diplomacia olímpica abrió una ventana a la paz entre las coreas, el acercamiento más importante desde 1953.

La historia de la diplomacia de Corea del Sur para albergar la pasada olimpiada de invierno y lograr que su archienemigo, Corea del Norte, mandara una delegación deportiva, es una hazaña diplomática que merece ser contada.

El foco rojo número uno del mundo en los últimos meses ha sido la dupla de inmaduros que gobiernan Corea del Norte y Estados Unidos, Kim Jong-un y Donald Trump. Y justo cuando su rijosidad verbal estaba en su apogeo, surgió la diplomacia olímpica que abrió una ventana a la paz.

El presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, un abogado defensor de derechos humanos, realizó una campaña electoral insistiendo en mejorar la relación entre ambas coreas. Su triunfo a medidos del año pasado acabó con 10 años de líderes conservadores que exacerbaron el conflicto con el país hermano del norte.

Desde que asumió el poder, Moon consideró que la olimpiada de invierno podría ser un excelente instrumento para aliviar la tensión con sus vecinos del norte. Su apuesta representaba un giro de 180 grados con las posturas tradicionales y que prevalecen en Seúl desde los Juegos Olímpicos que se realizaron en el verano de 1988.

Bajo el mandato del abuelo de Un, Kim Il-Sung (1972-1994), Corea del Norte no sólo no participó, sino que hay suficiente evidencia para afirmar que hizo todo lo posible por boicotear los Juegos Olímpicos de Seúl. En noviembre de 1987, diez meses antes de la olimpiada, agentes de Corea del Norte detonaron una bomba en un avión de Korean Airlines, vuelo 858, en que perecieron 115 personas. Su objetivo de sembrar miedo y desconfianza estuvo a punto de acabar con la celebración de los Juegos.

Convencer a Corea del Norte de participar en Pyeongchang este invierno fue una tarea ardua. A semanas del arranque de la olimpiada de invierno, se les invitó formalmente ofreciendo incluso pagar todos los gastos de sus atletas. Kim Jong-un no sólo rechazó la invitación, sino que incluso realizó otra más de sus pruebas nucleares. De manera que, otra explosión, ahora nuclear, pondría de nuevo en jaque a los Juegos Olímpicos. Muchas delegaciones extranjeras expresaron dudas sobre la seguridad en Pyeongchang, en especial por su cercanía (340 kilómetros) del territorio norcoreano.

En su intentona frenética por salvar los juegos, el mandatario surcoreano llamó a Trump. Le solicitó dos cosas. Anunciar públicamente que Estados Unidos mandaría una importante delegación de atletas. La segunda petición era más osada –posponer los ejercicios militares que, como represalia a pruebas nucleares, realizaría el Pentágono en las inmediaciones de la península coreana. Renuentemente, la administración Trump aceptó. Esta concesión de Washington abriría un pequeño espacio que fue aprovechado a cabalidad por la diplomacia surcoreana.

Un actor destacado fue el gobernador Choi Moon-soon, de la provincia de Gangwon-do, donde se ubica Pyeongchang. Voló a China en diciembre pasado para asistir a un torneo de futbol en el que participaba un equipo norcoreano y expuso su caso a los funcionarios que acompañaban al equipo. A la postre, el viaje del gobernador Moon dio altos dividendos.

El presidente Moon también viajaría a China, pero a Beijing, donde se reunió con el presidente Xi Jinping. Aunque no logró que éste asistiera a la inauguración, China sí mandó una importante delegación a la olimpiada e incluso a un miembro de la Junta Permanente del Partido Comunista como representante personal de Xi.

Las imágenes de la inauguración de los Juegos de Pyeongchang fueron un premio a los esfuerzos diplomáticos surcoreanos. Junto al presidente Moon estaban sentados el vicepresidente Mike Pence de Estados Unidos y Kim Yo Jong, la hermana del líder norcoreano. Esta es la primera vez que un miembro de la familia gobernante de Corea del Norte visita al vecino del sur. Más importante aún, las delegaciones de ambos coreas desfilaron juntas bajo una sola bandera.

Más allá de que se aproveche este espacio para avanzar las negociones entre Washington y Pyongyang, la diplomacia olímpica logró los acercamientos públicos más importantes desde que terminó la guerra de Corea en 1953.

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